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Guardó silencio al detenerse frente a Gretchen, le dio a Vicky una ligera palmada en el vientre y después se agachó para palparle una pantorrilla.

– Me parece que te has mantenido en forma -dijo.

– ¿Qué le había dicho? -comentó Vicky.

Ruffalo permaneció de pie frente a Paula examinándola de pies a cabeza con el ceño fruncido.

– Date la vuelta, Paula.

Ella se dio la vuelta para mostrar las nalgas y después volvió a describir un círculo completo.

– Todo el mundo dice que tengo un trasero estupendo -dijo con mucha convicción.

– No está mal -murmuró Ruffalo contrayendo los ojos-.

¿Seguro que ya no tienes nada que ver con las drogas?

– Se lo juro.

No me atrevería a correr el riesgo de que volvieran a pillarme.

– Ya veremos.

Muy bien, chicas.

Paula se queda con el empleo.

Pero vosotras dos seguid en contacto conmigo un par de días. Si no me da resultado o me engaña, os llamaré a una de vosotras. Ya podéis vestiros.

Mientras Gretchen y Vicky se vestían rápidamente, Paula se adelantó.

– Muchas gracias, señor Ruffalo. No se arrepentirá.

– Ya veremos.

Tienes dos horas libres. Pero procura estar aquí a las nueve y media. Empezarás a actuar a las diez. Pero primero habla con Sig, él te indicará lo que debes hacer y te hará ensayar los movimientos.

Te indicará el sueldo y las horas de trabajo que tendrás que hacer esta semana.

– Se dirigió hacia la puerta-.

Gracias, chicas, muchas gracias. Y se fue.

Solo en el despacho con las mujeres, dos de ellas parcialmente vestidas y una completamente desnuda, Brunner se sintió ardoroso y ruborizado.

Procuró simular no hacerles caso, enfrascado en su trabajo, pero advertía que le miraban y en su cerebro giraban en torbellino toda una serie de descabelladas posibilidades.

Miró furtivamente y vio que nadie le miraba, que Gretchen y Vicky ya se habían vestido del todo y se estaban despidiendo de Paula y deseándola buena suerte.

Se fueron y se quedó Paula, completamente desnuda.

A Brunner hasta le costaba trabajo tragar saliva. Procuró no fijarse en ella, no ser atrevido. Podía verla medio danzando y medio paseando por la estancia, canturreando alegremente.

Después la vio detenerse y mirar a su alrededor.

Su mirada cruzó la estancia más allá de Brunner y ni siquiera se detuvo en éste, cruzó más allí como si él fuera un objeto inanimado, como si fuera una calculadora, vamos.

Y su mirada descubrió lo que estaba buscando.

Empezó a cruzar la estancia acercándose cada vez más a Brunner como una torre de carne exquisita con aquellos descarados pechos oscilando levemente.

Brunner contuvo el aliento pero ella pasó por su lado sin hacerle caso y sin pronunciar ni una sola palabra.

Se detuvo ante la máquina de agua fría, tomó un vaso de papel encerado, lo llenó y bebió con evidente placer.

Después arrojó el vaso a una papelera, pasó de nuevo junto a Brunner como si éste no existiera, se acercó al sofá, se calzó las sandalias, recogió el vestido y se lo puso alegremente sin dejar de canturrear. Cinco minutos más tarde abandonó el despacho.

Y Brunner se quedó -¿con qué?-con una diminuta mancha húmeda en la bragueta y la amarga sensación de no existir para ninguna de aquellas personas que poblaban su imaginación y agitaban sus deseos.

Aquellas muchachas, la buena vida, todo aquello era para la gente de verdad, para personas visibles con identidad propia, para los triunfadores, para los que son alguien, él era un absoluto don nadie. Un cero.

Y eso no estaba bien, no estaba ni medio bien, porque dentro tenía muchas cosas ocultas pero latentes que le decían que era una persona, una persona realmente interesante que los de fuera ni siquiera se tomaban la molestia de mirar. Era una persona que se merecía algo, que se merecía cosas mejores. Reanudó tristemente su trabajo.

Tardó casi una hora en poder cerrar los libros. Al terminar comprendió que ya era demasiado tarde para poder cenar en casa. A Thelma le había dicho que no le esperara si no aparecía a las siete y media.

Ahora ya eran las siete y media pasadas. Thelma y su hermana mayor, Mae, que vivía con ellos, ya habrían cenado. Decidió llamar a su esposa, decirle que se comería un bocadillo en un restaurante de alimentación sana que había a dos manzanas de distancia y que volvería en seguida a casa.

Brunner marcó el número de su casa. Y quiso la mala suerte que contestara al teléfono su cuñada Mae. Ello significaba que tendría que soportar las bromas que ésta le repetía cada vez que finalizaba su tarea mensual en El Traje de Cumpleaños.

Su cuñada solía gastarle bromas acerca de aquel trabajo tan duro que muchos hombres le envidiarían, pasándose el día rodeados de mujeres desnudas, y que a eso se le llamara trabajar. Gruñendo para sus adentros, se reclinó en la silla y esperó a que Mae terminara con sus bromas.

Cuando ésta hubo terminado de atacarle sin piedad, Brunner le pidió que se pusiera Thelma al teléfono. Su esposa se puso al aparato.

– ¿Eres tú, Leo? ¿Dónde estás? ¿Pero sabes qué hora es?

– Todavía estoy en el club. Ya termino. ¿Habéis cenado?

– Sabes que sí. Hace una hora por lo menos.

– Entonces me tomaré un bocadillo en un sitio de ahí cerca, a pocas manzanas de distancia de aquí.

– Vigila lo que comas, Leo.

– Lo haré, lo haré. Creo que podré estar en casa dentro de una hora. ¿Te apetece ir al cine esta noche? Me parece que en el Culver City dan una cosa muy buena.

– Gracias por pensar en mí, pero esta noche no me apetece, Leo. Si te doliera como me duele a mí, lo que querrías es acostarte y morir.

Ya estaba acostumbrado a eso.

– ¿Cómo te encuentras? ¿Te ocurre algo?

– Otra vez la artritis. Los hombros y la espalda. Me ha estado matando todo el día. Esta noche ni siquiera me lavaré la cabeza. Me meteré en la cama para descansar un poco. Si te apetece ir al cine, ve tú, Leo. Te doy permiso.

– Ya veremos.

Bueno, no tardaré mucho, Thelma.

– Cuando vuelvas a casa, ya estaré durmiendo, si tengo esa suerte.

– Buenas noches, Thelma.

Colgó el teléfono y se quedó inmóvil en la silla. No tenía apetito. No le apetecía comer nada. Tal vez una película.

Eso era una especie de escapada. Tomó el periódico de la mañana que había sobre el escritorio.

Abriéndolo por la sección de espect culos, empezó a echar un vistazo a los anuncios.

De repente sus ojos se posaron en un gran anuncio rodeado de estrellas: "¡Esta noche extraordinario estreno! ¡Sharon Fields en persona!" Leo Brunner se incorporó en su asiento y contempló, fijamente la fotografía de una Sharon Fields medio desnuda, en una lánguida y sugestiva posición supina.

Su mente retrocedió a la extraordinaria aventura de la noche anterior en la bolera de Santa Mónica.

Al extraño joven que pensaba que podrían llegar a conocer a Sharon Fields e incluso… pero es que aquel joven era un psicópata, sin lugar a dudas.

Leo Brunner contempló de nuevo el anuncio.

Jamás había estado en un estreno con asistencia personal de los intérpretes. Jamás había visto a Sharon Fields en persona.

Si las tres muchachas que habían estado en el despacho habían resultado tan sexualmente provocadoras, Brunner se imaginaba que Sharon Fields resultaría cien veces más excitante.

Se sentía inquieto, sumido en la autocompasión y ligeramente deprimido. Y allí había un extraordinario acontecimiento gratis. Allí estaba la oportunidad de contemplar a la joven más deseable del mundo.

Asistir a tal acontecimiento, gozar de la contemplación de semejante mujer quizá contribuyera a animar su triste vida y a equilibrar un poco un día especialmente desgraciado..Leo Brunner tomó una decisión. La noche era joven. Aún tendría tiempo de ir al cine.