Malone fue a sentarse en el sillón del cliente que había frente al escritorio del perito mercantil, pero Brunner le indicó que se sentara detrás del escritorio.
– Puesto que vienes con todos estos papeles, utiliza el escritorio, Adam. Voy a dejarte sitio.
Apartó la calculadora y los libros a un lado, ladeó el sillón giratorio en dirección a Malone y fue a sentarse en el otro sillón.
– Hay un poco de cerveza fría -dijo Brunner.
– No, gracias -dijo Malone sacudiendo la cabeza-. Quiero concentrarme en lo que he traído.
Empezó a extraer de la cartera gran cantidad de notas mecanografiadas y varias carpetas.
Lo que había reunido era el fruto de casi todo su tiempo libre de los últimos cinco días.
Normalmente, el precioso tiempo libre de que disponía antes de ir o al volver del supermercado solía dedicarlo al desarrollo de una o más narraciones breves que ya hubiera escrito, o bien al esbozo de una novela en la que hubiera estado pensando.
Pero en el transcurso de los últimos cinco días su máquina de escribir sólo había estado ocupada por hojas de papel en las que describía todos los pasos de la misión Sharon Fields.
La había elaborado, la había escrito y vuelto a escribir con el mismo esmero que si se tratara de una obra de creación artística.
Es más, se había dicho astutamente a sí mismo que era una extraordinaria obra de creación artística, con todos los ingredientes de un argumento perfectamente elaborado.
Una vez superada la incredulidad, venía el rapto, la emoción, el conflicto, el idilio, la sexualidad e incluso el final feliz.
Malone no recordaba haber disfrutado jamás tanto como ahora al redactar las distintas fases del rapto de Sharon Fields.
Ahora, con las notas y pruebas esparcidas sobre el escritorio de Brunner, Malone se dirigió a sus compañeros.
– Ante todo, la disposición de su propiedad de Bel Air.
Está situada al otro lado de una verja al final de un callejón sin salida llamado Camino Levico.
Hay que apartarse del paseo Sunset y girar al norte hacia la calle Stone Canyon.
Al cabo de unos seis o siete minutos, se encuentra el Camino Levico a la izquierda.
He explorado la zona y, para disfrutar de una visión completa de la residencia de Sharon Fields, hay que seguir subiendo por Stone Canyon hasta llegar a lo alto de las colinas de Bel Air.
Finalmente, pasada la calle Lindamere, se llega al final de la calle Stone Canyon en su punto más elevado.
Bajando la mirada puede verse desde allí toda la propiedad de Sharon Fields con la casa inmediatamente debajo.
– ¿Has estado allí? -le preguntó Brunner asombrado.
– Muchas veces -repuso Malone-.
Aquí tengo uno de estos mapas de recuerdo para turistas que desean ver dónde viven los astros cinematográficos. Los venden por el paseo Sunset.
Bueno, con un lápiz rojo he trazado el camino que conduce a la propiedad de Sharon, y después el camino que conduce a la colina desde la que puede observarse dicha propiedad.
Como podéis ver en el mapa, la zona de Bel Air, en la que habita Sharon, está constelada de residencias de actores.
Si lo observáis con cuidado, veréis que yendo hacia la casa de Sharon Fields se tropieza con las residencias o antiguas residencias de Greer Garson, Rey Milland, Louis B. Mayer, Jeannette MacDonald, Mario Lanza, Alan Ladd y Frank Sinatra.
– Muy fino -dijo Yost.
– Sí.
Y, para que os hagáis una idea de la situación con la que nos enfrentamos, aquí tenemos un plano fotográfico de la mansión de Sharon Fields, por dentro y por fuera, con el terreno que rodea la lujosa residencia.
Es enormemente extenso. He leído no sé dónde que vale alrededor de los cuatrocientos cincuenta mil.
– No hay nadie que viva en este plan -dijo Shively soltando un silbido.
– Hay muchas personas que sí -,dijo Malone-y ella es una.
Es una casa de dos pisos y veintidós habitaciones del llamado estilo colonial español; vedlo vosotros mismos: tejado de tejas rojas, ventanas con rejas, patios, balcones, repisa de chimenea de madera grabada, sala de billar y sala de proyección particular.
Y, en la parte de atrás, una cascada artificial y un cenador con columnas de madera que sostienen una cubierta de barro que, según tengo entendido, el decorador compró o copió de la antigua residencia de John Barrymore. Vedlo vosotros mismos.
Malone ladeó el sillón giratorio de cara al sofá y le entregó el plano a Brunner y el mapa de las residencias de los actores a Shively.
Después rebuscó entre los papeles la hoja en la que había anotado los distintos pasos de la operación y, al final, consiguió encontrarlo.
– Hay una cosa que quiero que examinéis con especial cuidado, porque es lo que más nos interesa -dijo Malone-.
Veréis que hay un estrecho camino asfaltado -que conduce desde la casa hacia la alta, verja de hierro forjado dando un rodeo y atravesando una zona boscosa poblada de álamos, cipreses y palmeras. ¿Lo veis?
Yost y Shively asintieron y llamaron a Brunner para que éste también lo viera.
Brunner fue a sentarse presuroso en el sofá y estiró el cuello para contemplar la fotografía.
– Muy bien -dijo Shively-¿Qué sucede?
– Ahí es donde Sharon Fields efectúa su diario paseo -les explicó Malone-.
Conozco casi todas sus costumbres, y la que más religiosamente he observado desde que se trasladó a vivir a esta casa es la del paseo matinal.
Lo confirman todas las fuentes.
Se levanta por la mañana muy temprano, se ducha, se viste y, antes de desayunar, sale de la casa, recorre el camino asfaltado hasta la verja de entrada y regresa.
Es el paseo diario que realiza para tomar el aire, hacer ejercicio o lo que sea. Bueno, siempre he pensado que es el mejor sitio para que pueda abordarla un desconocido.
– ¿Te refieres a llevárnosla cuando salga a pasear? -preguntó Shively.
– Justo en su punto intermedio, es decir, cuando llegue a la verja y antes de que regrese.
Ahí es donde la podríamos… bueno… coger con muy buenas probabilidades de que nadie nos viera. Suele ser entre las siete y las ocho de la mañana. Estaríamos preparados, nos acercaríamos y nos la llevaríamos.
– Es posible que opusiera resistencia -dijo Yost reclinándose contra el respaldo del sofá-.
¿Has pensado en esta posibilidad?
– Sí, es posible, por lo menos al principio, porque se asustaría y tal vez no comprendería nuestros motivos -dijo Malone mostrándose de acuerdo-.
Pero ya lo tengo previsto; Me temo que tendremos que dejarla un rato inconsciente.
El pálido rostro de Brunner se contrajo en una mueca.
– ¿Te refieres a administrarle éter?
– éter o cloroformo. Una pequeña cantidad.
El siguiente paso consistiría en trasladarla a algún escondite seguro, algún lugar aislado -como, por ejemplo, un bungalow abandonado o que no use nadie-apartado de cualquier centro habitado y lejos del tráfico.
– No será fácil encontrarlo -dijo Shively-. ¿Crees que podremos encontrar un sitio así?
– No tendremos más remedio -repuso Malone-.
– No os preocupéis por eso -les interrumpió Yost-.
No vayamos a quedarnos atascados aquí. Ya tengo idea de cómo podríamos resolverlo. Ya lo discutiremos más tarde. Tú sigue, Adam.
¿Cuál sería el siguiente paso?
Malone no contestó de inmediato. Se reclinó contra el respaldo del sillón giratorio imaginándose la escena.
Se había imaginado tantas veces el siguiente paso que no le costaba ningún esfuerzo evocar de nuevo la situación.
– Bueno -dijo suavemente como hablando consigo mismo-, los acontecimientos siguen su curso natural.
Estamos con Sharon y ella está con nosotros sin nadie más a nuestro alrededor. Descansamos juntos.
Empezamos a conocerla a fondo. Ella empieza a conocernos a nosotros.
Pasamos dos, tres, cuatro días charlando, hablando de nosotros, de la vida en general, del amor en particular, hasta que ella empiece a sentirse cómoda y a gusto en nuestra compañía.