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– Tienes razón, Leo -dijo Malone-, éste será el segundo acto involuntario por su parte. Después, sugiero que todo lo que haga sea voluntario por su parte, que ella acceda de buen grado, sin coacción por nuestra parte.

Si quiere quedarse a hacer el amor y corresponder a nuestro amor, tendrá que ser con todos nosotros, no con uno, con dos o con tres sino con los cuatro.

Tendremos que ser todos o ninguno. -Se detuvo-.

Voy a subrayarlo.

Si quiere colaborar con nosotros -y no me cabe la menor duda de que así será-no habrá problema.

Lo habremos conseguido. Será el arco iris. La olla de monedas de oro.

Sin embargo, si dice que sólo accede a colaborar con uno de nosotros o con más de uno pero no con los cuatro, tendremos que dejar bien sentado, a partir de ahora, que olvidaremos el plan y la soltaremos sin más palabras.

No ejerceremos la fuerza, no le causaremos daño alguno y no cometeremos contra ella ningún acto delictivo éste debe ser el acuerdo básico.

¿Qué decís? ¿Tú, Howard?

– Muy bien -repuso Yost-. Estoy de acuerdo.

– ¿Y tú, Leo?

– Yo creo que sería lo más adecuado. Accedo a seguir adelante sobre esta base.

– ¿Shiv?

Shively esbozó una ancha sonrisa y se cubrió la bragueta con una mano.

– ¿Por qué perdemos el tiempo? Dibújame un plano e indícame la dirección. -Se comprimió con fuerza la bragueta-.

Todo a punto para la salida.

Cada cual tenía sus ocupaciones y necesitaban tiempo.

No se reunieron hasta cinco días más tarde, es decir, al sábado siguiente, y esta vez lo hicieron en el apartamento de Adam Malone de Santa Mónica, a las nueve en punto de la noche.

Malone observó que todos ellos llegaron con un aire de emoción reprimida, y que cada uno trajo una cosa como si fueran unos Reyes Magos que vinieran con oro, incienso y mirra.

Una vez preparadas las bebidas, se dispusieron inmediatamente a ir al grano.

Yost y Brunner se acercaron unas sillas a ambos lados de Malone, sentado junto a la mesa del comedor, y Shively se acomodó en el sillón de cuero. dedicándose a extraer cacahuetes de sus cáscaras y a mascarlos entre trago y trago de cerveza.

– Si no os importa, actuaré de secretario colectivo -dijo Malone.

– ¿Colectivo? ¿Y qué demonios es eso? -quiso saber Shively.

– Todos para uno y uno para todos -repuso Malone.

– Ah, entonces, bueno -dijo Shively.

Por unos momentos he pensado que ibas a endilgarnos una de esas cosas de tipo comunista.

– No te preocupes -dijo Malone sonriendo con tolerancia-. Somos una organización democrática.

El Club de los Admiradores, ¿acaso no lo recuerdas? -Abrió el cuaderno de notas, tomó el lápiz y consultó la hoja que tenía delante-.

He pasado a máquina las preguntas que planteó Howard hace cinco días.

Creo que acordamos acudir a esta reunión con algunas respuestas.

Leeré las preguntas una a una, las iremos resolviendo y anotaré la decisión que hayamos tomado en relación con la forma de proceder. ¿Empezamos?

– Te escucho -dijo Yost ansiosamente.

– Muy bien. Primera pregunta. ¿Quiénes son las personas que pueden encontrarse en el interior de la casa de Sharon o bien en los terrenos adyacentes un día cualquiera de la semana? Saberlo es fundamental.

¿Alguno de vosotros dispone de información a este respecto? Leo Brunner, con los ojos muy brillantes detrás de sus gafas convexas, levantó tímidamente una mano.

– Creo que puedo ayudaros -dijo como avergonzado-.

Creo que sé qué personas están al servicio de la señorita Fields o lo estaban hasta abril último. -Vaciló-.

Jamás había hecho nada semejante. Me temo que, para obtener esta información, he sido cómplice del quebrantamiento de una ley federal. -Se inclinó, abrió la cartera de ejecutivo marrón que llevaba y extrajo como unas veinte fotocopias de tamaño legal-. He obtenido una copia del último formulario de impuestos sobre la renta rellenado por Sharon Fields con destino al Servicio de Impuestos Internos.

– ¿No es una broma, Leo? -preguntó Yost muy impresionado-. ¿Cómo demonios.?

– No me convence -dijo Shively-. ¿Y eso qué nos va a decir?

– Muchas cosas, muchísimas cosas -repuso Brunner orgullosamente-.

Un formulario del SII es posible que a un profano no se le antoje más que una aburrida colección de números.

Pero me he pasado mucho tiempo preparando este tipo de formularios y, para un perito mercantil con experiencia, la relación que figura en el formulario del SII equivale a una biografía. Os aseguro que, cuando uno sabe leer los formularios del impuesto sobre la renta, éstos resultan tan emocionantes y reveladores como el informe de un investigador privado.

Si se interpreta y lee como es debido, un formulario detallado de impuestos, con todo el acompañamiento de notas adicionales y declaraciones, puede ofrecerte un perfil muy preciso de la vida y actividades de una persona.

– Rebuscó entre las fotocopias-.

Sí, el formulario de impuestos de la señorita Fields revela muchas de las cosas que deseamos saber.

No sé ni cómo se me ha ocurrido adquirirlo.

– Ha sido una idea muy brillante, Leo -dijo Malone con sincera admiración.

– Gracias -dijo Brunner complacido-.

Ahora, en respuesta a la pregunta de quiénes son las personas que pueden estar dentro de su casa o fuera de ella, en los terrenos de la propiedad cualquier semana, aquí tengo las páginas correspondientes.

– Rebuscó entre las hojas-. Aquí está. "Deducciones laborales. Salarios y sueldos".

Aquí tenemos a la señorita Nellie Wright, secretaria con plena dedicación. Al parecer vive en la casa porque el documento revela que dos habitaciones de la casa -una para uso personal y otra destinada a despacho-se consideran incluidas dentro de los gastos laborales.

En la lista de gastos laborales parciales están incluidas Pearl O. Donnell y Patrick O. Donnell, al parecer marido y mujer, que sirven a la señorita Fields en calidad de ama de llaves y chofer. Viven también en la propiedad, en una casita aparte situada detrás de la residencia principal.

Después, bajo el apartado C-uno tenemos los sueldos entregados a Henry Lenhardt, calificado de asesor de relaciones públicas, y Félix Zigman, representante personal que fue el que preparó el formulario.

No existe ninguna indicación que permita suponer que el señor Lenhardt o el señor Zigman vivan en la casa, pero imagino que la visitan muy a menudo.

Ahora, vamos a ver. -Brunner rebuscó entre las hojas mientras Malone tomaba notas-. Aquí está, eso podría ser importante.

Bajo la lista de gastos laborales parciales se incluyen los salarios de tres jardineros llamados K. Ito e hijos.

Otro de los gastos laborales, poco interesantes para el SII pero significativo para nosotros, es la cantidad pagada anualmente en concepto de mantenimiento del sistema de alarma protector y de servicio de vigilancia por parte de un coche patrulla particular que protege la propiedad de la señorita Fields.

– Oye, eso es importante, Leo -dijo Shively.

– Un trabajo estupendo, Leo -dijo Yost con creciente respeto.

Brunner aceptó modestamente los espaldarazos.

– Bueno, confío en que haya sido útil.

Creo que es todo lo que puede saberse a través de este medio.

Volvió a guardar las hojas en la cartera y la cerró.

– ¿Cómo has conseguido hacerte con eso? -quiso saber Malone.

– Prefiero… prefiero no revelar el medio -dijo Brunner-.

Baste decir que estoy en contacto con las oficinas del SII de Los Ángeles.

– Quienquiera que te los haya facilitado, Leo -dijo Yost momentáneamente preocupado-, ¿no ha mostrado esa persona curiosidad por el motivo que te ha inducido a solicitar el formulario de impuestos de Sharon Fields?