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– No pongo reparos -repuso Malone-. Lo que vosotros acordéis.

¿Tú qué dices, Howard? Yost sopesó la posibilidad de las dos semanas.

– Bueno, creo que podrá arreglarse.

Mis clientes se pasan dos semanas sin mí siempre que salgo de vacaciones con Elinor y los niños. Supongo que mi clientela podrá sobrevivir una vez más.

– ¿Y tú, Leo? -preguntó Malone mirando a Brunner.

Brunner se empujó nerviosamente las gafas hacia arriba.

– No lo sé. Os digo que no es fácil. Raras veces transcurre una semana sin que a alguno de mis clientes le ocurra alguna contrariedad. A decir verdad, jamás me he ausentado de mi despacho durante un período superior a una semana.

– Pues ya es hora de que empieces a hacerlo -le dijo Shively.

– Bueno, si la mayoría vota a favor, no quiero ser el único disidente -dijo Brunner-. Intentaré arreglarlo.

– Solucionado -dijo, Malone y giró el sillón en dirección a Yost-.

Necesitaremos dos semanas de suministros para cinco personas.

– No preveo ningún problema si todo lo organizamos de antemano -dijo Yost-.

Es probable que subamos al refugio un par de veces antes del gran día y en tales ocasiones podremos llevar lo que haga falta y dejarlo allí.

Recuerdo que el refugio está completamente amueblado. Hay dos dormitorios. Vaughn ocupaba el dormitorio principal, en el que había una cama muy espaciosa y un armario lleno de sábanas, almohadas, mantas y toallas.

Después había un dormitorio más pequeño con dos literas para los chicos. Tendríamos que preparar otro dormitorio.

– ¿Por qué tres? -preguntó Shively.

– Bueno, supongo que le ofreceremos a Sharon el dormitorio principal -repuso Yost-.

Dos de nosotros dormiremos en la habitación de las literas, pero hará falta otra para los demás.

Recuerdo que hay una especie de habitación entre el dormitorio de los niños y el cobertizo del coche. Vaughn la utilizaba como taller y cuarto trastero. Podríamos sacar las cosas y convertirla en el tercer dormitorio que necesitamos, turnándonos para dormir en sacos de dormir. Tendremos que hacernos con dos sacos de dormir pero eso será fácil. Yo dispongo de uno. Podríamos comprar otro y pagarlo entre todos.

– ¿Y de la comida qué? -preguntó Shively.

– La compraríamos de antemano -dijo Yost-. Casi todo nos durará dos semanas.

Además, hay una nevera para los productos que pudieran estropearse. Si se nos termina algo, podría acercarme a comprar algo a Arlington o Riverside. Ahora que recuerdo, en Arlington hay una pequeña galería comercial y enfrente hay un supermercado llamado Stater y también licorerías y tiendas de artículos de vestir y una o dos farmacias en la calle principal. Si se nos termina algo, no habrá problema.

– Eso no me gusta nada -dijo Shively bruscamente.

Los demás se sorprendieron.

– ¿Qué es lo que no te gusta, Shiv? -le preguntó Yost.

– Que tú o cualquier otro de nosotros salga del escondite y se deje ver por la ciudad. Es peligroso.

– Demonios, Shiv -protestó Yost-. Eres un poco exagerado.

Puesto que no nos buscaría nadie, en Arlington no les llamaría la atención que un forastero se dejara caer por allí para efectuar algunas compras.

Los que salen de vacaciones lo hacen todas las semanas al salir de la autopista.

– Sigue sin gustarme -insistió Shively.

Yost levantó las manos en ademán de condescendencia.

– Muy bien, si tan nervioso te pone, no lo haremos. Procuraremos hacer todas las compras de antemano.

– Así será mejor -dijo Shively.

– Tendremos que confeccionar por adelantado una lista muy completa de todo lo que nos va a hacer falta, hasta el más pequeño detalle. Incluso.

– Yost chasqueó súbitamente los dedos-. Ahora que recuerdo, casi lo había olvidado. Tengo aquí una cosa muy interesante. -Se apoyó la cartera sobre las rodillas, la abrió y extrajo lo que parecía un documento protegido por una funda de plástico. Abrió la funda y sacó los papeles doblados que ésta contenía-.

Tal vez no resulte tan interesante como el formulario de la declaración de impuestos que nos ha traído Leo pero supongo que será útil. -Se detuvo con gesto teatral y agitó en sus manos el documento-. Aquí lo tienen, señores.

Estáis contemplando una cosa confidencial que muy pocas personas están autorizadas a ver. Estáis contemplando la póliza de seguro de vida particular y personal de Sharon Fields, número uno siete uno tres uno guión noventa. Los ojos de Malone se abrieron de asombro.

– ¿La Póliza de Sharon?

– Ni más ni menos, suscrita hace dos años y con el informe médico.

– ¿Y cómo has podido echarle el guante a eso? -preguntó Malone muy impresionado-. Yo creía que estas pólizas eran algo muy confidencial.

– Pues ya nada es confidencial, muchacho -dijo Yost soltando una carcajada-. Siempre hay alguien que conoce todo lo concerniente a los demás.

En este caso ha sido fácil. No olvides que trabajo en seguros. Bueno, la Compañía de Seguros de Vida Everest, que es la mía, no es más que una de las muchas compañías propiedad de una sola sociedad.

Otra de las compañías de la sociedad es la Compañía de Seguros de Vida y Pensiones Vitalicias Sanctuary.

Todas tenemos un centro de información común acerca de cualquier persona que haya suscrito cualquier tipo de seguros con las compañías. Bueno, pues, Sharon Fields tiene una póliza suscrita con la Sanctuary.

Yo soy agente de la Everest. Me dirigí al centro de información, encontré la última póliza de Sharon saqué una fotocopia.

– ¿Y qué hay en ella? -preguntó, Shively yendo inmediatamente al grano.

– Ante todo, se nos informa de que Sharon Fields jamás ha padecido epilepsia, que no ha sufrido ningún agotamiento nervioso ni ha padecido de hipertensión o tuberculosis.

Jamás ha sufrido ninguna afección o anormalidad en el pecho ni en la menstruación. Jamás ha consumido LSD o sustancias parecidas. Se indican también su estatura, peso y medidas. Está construida como lo que ya sabéis.

– Desembucha -dijo Shively.

– Pues claro que sí -dijo Yost pasando algunas hojas de la póliza-.

Aquí lo tenemos tal como lo redactó el médico.

Sharon Fields.

Estatura, un metro sesenta y ocho. Peso, cincuenta y ocho kilos.-Levantó los ojos-. Y aquí permitidme añadir un detalle estadístico que obtuve anoche de una revista cinematográfica. -Se detuvo con aire teatral-. Medidas físicas de Sharon Fields.

¿Preparados? Muy bien. Noventa y cinco, sesenta, noventa y tres.

– ¡Madre mía! -exclamó Shively.

– Perdona -terció Brunner-, pero, ¿podrías repetirnos estas medidas?

– Con mucho gusto, Leo, con mucho gusto.

Busto, noventa y cinco centímetros muy completos. Cintura sesenta centímetros. Cadera, noventa y tres centímetros -dijo Yost sonriendo-. Suficiente para todos.

– Demonios, ya me estoy volviendo loco -dijo Shively.

Yost asintió y volvió a la póliza.

– Lo único que nos interesa de aquí en relación con los suministros es lo que se dice en respuesta a la pregunta "¿Ha utilizado usted en el transcurso de los dos últimos años barbitúricos, sedantes o tranquilizantes?" El médico de la compañía de seguros anotó la siguiente respuesta: "Nembutal recetado por mi médico de cabecera".

No sé si lo toma contra la tensión o para dormir, pero será mejor que tengamos por si acaso.

– Hermano, cuando yo haya terminado de trabajarla, no le harán falta píldoras para dormir -dijo Shively torciendo los finos labios en una mueca.

Malone frunció el ceño, le agradeció a Yost su aportación y siguió examinando las notas mecanografiadas.

– Sigamos -dijo-.