Después, a eso de las once, dado que en su prisa por ocupar su puesto a tiempo, al objeto de no perderse el paseo matinal de Sharon, no había desayunado, empezó a sentir apetito.
Decidió abandonar su puesto de observación por espacio de una hora y media para poder tomarse una buena ensalada y una jugosa hamburguesa, antes de regresar una vez más a su solitario puesto de vigilancia.
Pues, bueno, allí estaba sentado al volante con la radio encendida y escuchando el noticiario, mientras abandonaba Bel Air para irse a almorzar, cuando sucedió lo imprevisto.
Había acercado el coche a la cuneta, se había detenido, había escuchado atentamente la radio y después había buscado a toda prisa el cuaderno para anotar todo lo que acababa de oír.
Había olvidado el almuerzo.
El vacío de su estómago provocado por el apetito se llenó de repente y quedó ocupado por un nudo de pánico.
Había ocurrido lo imprevisto y el futuro y el éxito de su proyecto, tan minuciosamente preparado, amenazaba con desembocar en un desastre.
Malone había vuelto a poner el vehículo en marcha y se había dirigido al paseo Sunset.
Pero, en lugar de irse a Westwood, se había trasladado directamente a su apartamento de Santa Mónica.
Profundamente agitado, se dirigió al salón, cerró la puerta y se dirigió al teléfono.
La primera de sus urgentes llamadas se la hizo a Kyle Shively, a la estación de servicio.
Le contestó otra persona pero Shively se puso en seguida al aparato.
– Kyle, soy Adam, ha ocurrido una cosa -le dijo sin aliento-.
Se trata de un asunto de emergencia, muy importante.
Podría repercutir en nuestro proyecto.
Tengo que veros a ti y a los demás en seguida… No, no, no puedo decírtelo por teléfono. ¿No puedes venir a la hora del almuerzo? En mi casa. Estoy aquí. Te espero.
Después llamó al despacho de Howard Yost.
Encontró el teléfono comunicando en dos ocasiones, pero a la tercera consiguió llamar.
Le contestó la secretaria de Yost.
Él se identificó como un íntimo amigo de Yost y solicitó hablar con él inmediatamente.
La secretaria se mostró enloquecedoramente lenta.
– Lo siento, pero a esta hora no suele estar.
Se encuentra efectuando una visita. Después creo que se irá directamente a almorzar. Si me llama antes de que…
– Oiga, señorita, déjese de historias. Se trata de un asunto urgente, ¿ha comprendido?, y tengo que hablar con el señor Yost antes del almuerzo.
Por favor, intente localizarle donde quiera que esté y dígale que llame inmediatamente a Adam Malone, lo cual significa ahora mismo. Ya tiene mi número.
– Haré lo que pueda, señor.
Malone colgó el teléfono muy decepcionado, cortó la comunicación, lo volvió a descolgar y mantuvo el dedo levantado a punto de marcar hasta que escuchó la señal.
Llamó a Leo Brunner y escuchó con creciente impaciencia los timbrazos.
Para su asombro, contestó al teléfono el propio Brunner.
– Ah, ¿eres tú, Adam? Iba a salir.
– Olvídate de lo que estuvieras a punto de hacer, Leo. Acaba de producirse un imprevisto y tengo que verte. Ya he llamado a los demás. Nos reuniremos aquí este mediodía.
– ¿Sucede algo? -preguntó Brunner preocupado.
– Sí, nos veremos a las doce.
Y ahora Malone se hallaba sentado ante el silencioso teléfono rezando para que sonara.
Al cabo de diez minutos se puso nervioso y buscó el cuaderno de notas que había utilizado en calidad de diario semanal.
Muy afligido, escribió la fecha inicial de la semana, empezó a escribir un párrafo y comprendió entonces que estaba perdiendo el tiempo porque era muy posible que aquella semana no terminara.
Al escuchar sonar el teléfono, soltó el lápiz y contestó inmediatamente.
– ¿Adam? Soy Howard.
Ha llamado la secretaria de mi oficina y…
– Lo sé, Howard.
Oye, estoy seguro de que ya te habrá dicho que tengo que verte inmediatamente. Ha ocurrido una cosa muy grave.
– ¿No puedes esperar? Esta semana he duplicado las visitas para poder compensar el claro de las dos semanas de vacaciones. Tengo un almuerzo de trabajo.
– Anúlalo -le interrumpió Malone-. Los demás van a venir al mediodía. Como no vengas y no podamos establecer la forma de superar un obstáculo que esta mañana se ha interpuesto en nuestro camino, ni tú ni nosotros podremos disfrutar de estas dos semanas.
– ¿Así por las buenas?
– Así por las buenas. Tal vez podamos arreglarlo. Pero tendremos que tomar una decisión unánime. Y hay que decidirlo ahora mismo. El tiempo es esencial, Howard. Por consiguiente, anula la cita y ven.
– Como quieras. Voy en seguida.
Shively fue el primero en llegar, ocho minutos después. A los cinco minutos llegó Brunner, presa del temor. Querían saber lo que había ocurrido, pero Malone les dijo que tuvieran paciencia y esperaran a que llegara Yost para no tener que repetir dos veces el relato.
– Bueno, mientras esperamos a que nos cuentes el contratiempo -dijo Shively-, ¿por qué no preparo unos bocadillos? ¿Qué tienes para comer, Adam?
– Encontrarás en la nevera un poco de lechuga y tomate -repuso Malone-. Hay también un poco de "bologna" y un par de huevos duros. Hay también pan tierno.
– ¿Qué os apetece, muchachos?
– Cualquier cosa -dijo Brunner-. Menos carne.
– Para mí lo mismo -dijo Malone sin quitar los ojos de la puerta.
Diez minutos más tarde, mientras Shively distribuía los platos de papel con bocadillos, apartando uno para el colega rezagado, llamaron a la puerta. Malone se apresuró a abrir la puerta y entró un jadeante y perplejo Howard Yost.
Agradeciéndole indiferentemente a Shively el plato, Yost se hundió en el sillón de cuero y dio un gran mordisco al bocadillo.
– Bueno, Adam, ¿cuál es ese obstáculo tan grande que se nos ha presentado? ¿Qué ocurre?
– Hace un rato, mientras abandonaba Bel Air, yo tenía puesta la radio del coche -repuso Malone-.
Al terminar las noticias nacionales, empezó a hablar una señora que es la encargada de la sección de espectáculos de la emisora, Ahí va lo que ha anunciado eso es lo que me ha dejado de una pieza. -Malone buscó el cuaderno de notas que guardaba en el bolsillo y lo abrió-. He anotado taquigráficamente casi al pie de la letra lo que ha dicho.
"Noticia para todos los admiradores de Sharon Fields -ha anunciado-.
La imprevisible Sharon Fields ha vuelto a hacer de las suyas. Tenía previsto salir hacia Londres el martes veinticuatro de junio, al objeto de asistir al estreno inglés de su última epopeya, "La prostituta real", y tomarse un merecido descanso, según ella misma había afirmado.
Hasta entonces se quedaría aquí colaborando con la Aurora Films en la promoción de su nueva película.
Pero ahora, como de costumbre, la extravagante Sharon ha echado por tierra todos los proyectos de los estudios.
Hemos podido saber, y esta mañana nos lo ha confirmado uno de sus más íntimos amigos, que Sharon se propone abandonar Los Ángeles mucho antes, casi inmediatamente, para volar a Londres.
Según nuestra fuente de información, saldrá el jueves por la mañana, día diecinueve de junio.
La pregunta más interesante es: ¿Por qué este repentino cambio de programa? ¿Por qué esta impulsiva salida hacia Londres cinco días antes de lo que ella y los estudios tenían previsto? Tenemos la sospecha de que el motivo se llama Roger Clay.
Al parecer, el idilio se había enfriado y se está volviendo a calentar. "Bon voyage", querida Sharon".
Malone levantó los ojos con el rostro en tensión.
Miró primero al ceñudo Shively, después al confuso Yost y, finalmente, al inexpresivo Brunner.
– Eso es lo que he oído hace una hora -dijo Malone-. Es como si nos hubieran echado encima un jarro de agua fría.