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Cuerpos arracimándose. Cuerpos alejándose. Y pensar, reflexionó Sharon, que hacía tiempo, allí en Virginia Occidental, y los primeros meses transcurridos en Nueva York y los primeros años transcurridos en Hollywood, su única ambición había sido la de llegar a ser tan famosa como para poder ingresar en el club y codearse con aquellos seres legendarios.

Ahora que formaba parte de dicho club, y que probablemente ocupaba su centro, deseaba dimitir.

Pero no podía. Tenías que pertenecer a él de por vida, a no ser que perdieras la fama o el dinero, o bien acabaras hecha un cascajo en el Asilo de Ancianos de los actores. Ahora comprobó que estaban empezando a desfilar en serio.

Sharon se movió y cruzó rápidamente el salón -mientras el mar Rojo se abría a su paso-para ocupar su puesto de anfitriona y despedir a los invitados, junto a la escultura de Henry Moore y frente a la enorme y sombría pintura al óleo de Giacometti. Se estaban yendo, yendo, y pronto se habrían largado todos.

Extendió con firmeza la mano, fue estrechando sus manos una tras otra, se inclinó en caso necesario hacia adelante para ofrecer la mejilla y para escuchar las muestras de dudosa sinceridad y agradecimiento -"has estado simplemente deslumbrante esta noche, Sharon", "una fiesta estupenda, cariño", "tendré que pasarme un mes haciendo régimen para librarme de todo lo que me he comido en tu mesa, encanto", "buen viaje, Sharon, nena", "sé que tu película va a ser allí un éxito tan grande como el de aquí, cielo", "que nos envíes una postal de Soho, encanto", "estás preciosa, niña", "si te hace falta un poco de hierba, tengo a montones, niña prodigio", "que vuelvas pronto, cariño"; cariño, cariño, cariño.

Al final notó que los fríos dedos de Félix Zigman le acariciaban la barbilla.

– ¿Te has aburrido, verdad? Y, sin embargo, todo el mundo se lo ha pasado muy bien. Ahora procura descansar un poco. Te llamaré mañana.

– No me llames, Félix -dijo ella sonriendo débilmente-, ya te llamaré yo. Me quedaré en casa todo el día. Tengo que hacer muchas maletas y eso no puede hacérmelo nadie. Gracias por haberme librado de ellos. Eres un tesoro, Félix.

Y Félix se fue. Estaba sola. Escuchó el rugido del motor del último vehículo al ponerse en marcha y alejarse.

– Nellie, ¿has abierto la verja? -preguntó mirando hacia el comedor.

Nellie Wright regresó al salón con una copa de coñac en la mano.

– Ya hace mucho rato. ¿Por qué no subes a acostarte? Necesitas dormir. Me quedaré levantada hasta que todos se hayan ido. Después cerraré la verja y dejaré puesta la alarma una vez Patrick haya sacado fuera todas las botellas y la basura.

– Gracias, Nell. Qué asco de fiesta, ¿verdad?

– Pues no tanto -dijo Nellie encogiéndose de hombros-. Más o menos como siempre. Han devorado todo el pato asado y la salsa de naranja, y no han dejado ni una cucharada de arroz. Pero me alegro de que hayamos hecho eso en lugar del asado de vaca. En cuanto a la fiesta, no te preocupes ha estado bien.

– ¿Por qué lo hacemos? -preguntó Sharon. No esperaba más respuesta que la suya propia-. Supongo que por hacer algo.

– ¿Has visto al doctor Hertzel intentando hipnotizar a Joan Dever para quitarle el vicio de fumar?

– Es un imbécil -dijo Sharon dirigiéndose hacia la escalera-. Hasta mañana, Nell.

– ¿Por qué no te quedas durmiendo hasta un poco tarde?

– No, creo que no -repuso Sharon deteniéndose-. Las primeras horas de la mañana son las mejores del día. Es cuando me siento auténticamente viva y cuando me vibran todos los corpúsculos.

– Tal vez te sientas mucho más viva cuando llegues a Londres y hayas arreglado las cosas con tu señor Clay.

– Pudiera ser. Ya veremos. Tal como dicen en el enigmático Oriente, será lo que tenga que ser. En realidad, en estos momentos me siento bien, Nell. En cuanto me he visto libre del ejército de Coxey he empezado a sentirme bien, a sentirme de nuevo un ser humano y no un robot.

Sharon se quitó un zapato y después el otro y paseó descalza recorriendo un círculo y siguiendo un dibujo de la alfombra.

– Cuando estoy sola -dijo-siempre me sorprendo volviendo a descubrirme a mí misma. Siempre hemos estado de acuerdo en que es extraordinario eso de volver a descubrirte, de averiguar quién eres y qué eres realmente. Muchas personas no consiguen averiguarlo en toda su vida. Gracias a ti yo lo estoy consiguiendo, Nell.

– Yo no he tenido nada que ver con eso -dijo Nellie-. Has sido tú.

– Pero tú me has alentado. Es algo muy serio eso de descubrir el propio yo. Es como clavar una bandera en un territorio nuevo.

Ya no me hace falta la aprobación ni el amor de nadie. Qué alivio. Me bastará saber que yo me quiero, lo que soy, lo que siento, y lo que verdaderamente puedo llegar a ser como persona y no como actriz, simplemente como persona. -Se sumió brevemente en sus pensamientos-. Tal vez necesite a otra persona. Tal vez necesite todo el mundo. Tal vez no. Ya lo averiguaré. Pero no me hará falta ni esta corte ni estos adornos. Dios mío, a veces experimento el deseo de dejarlo todo, de huir irme de repente a algún lugar donde nadie sepa quién soy, donde a nadie le importe quién soy, estar sola durante algún tiempo, vivir en paz, vestirme como quiera, comer cuando me apetezca, leer o meditar o pasear entre los árboles o bien haraganear sin experimentar sentimiento alguno de culpabilidad.

Largarme a algún sitio donde no hubiera manecillas del reloj, ni calendario, ni citas anotadas en la agenda ni teléfono. Una tierra de nunca jamás sin pruebas de maquillaje, sin sesiones fotográficas, ensayos ni entrevistas. Yo sola, independiente, libre, perteneciéndome exclusivamente a mí.

– ¿Y por qué no, Sharon? ¿Por qué no lo haces algún día?

– Es posible que lo haga. Sí, es posible que pronto esté dispuesta a hacerlo.

La señorita, Thoreau viviendo en los bosques y formando una comuna con las hormigas. La señora Swami Ramakrishna en lo alto de una colina dedicada a la búsqueda interior.

Es posible que emprenda un vuelo anímico no programado y vea dónde aterrizo y qué me sucede. -Suspiró-. Pero antes tengo que ver de nuevo a Roger.

Me está esperando.

Tengo que averiguar si puede dar resultado. En caso afirmativo, estupendo. Abandonaré el papel de solista y probaré a interpretar un dúo.

Si no se produce el acuerdo, tiempo habrá para probar otro tipo de vida. -Ladeó la cabeza mirando a su secretaria-. Por lo menos pienso como es debido, ¿no?

– Desde luego.

– Soy libre de elegir. Se abren ante mí muchas opciones y alternativas. Y eso es una ventaja. La mayoría de las personas no disponen de ninguna.

Tengo buena estrella. ¿Quieres desabrocharme, Nell? Nellie se le acercó por detrás -y empezó a desabrocharle la espalda de la blusa blanca.

Sharon siguió hablando en tono nostálgico.

– ¿Te acuerdas de aquel psicoanalista que conocimos hace años, Nell? ¿Dónde fue? Ah, sí, en aquella cena de la Casa Blanca, ¿te acuerdas? El que dijo que no quería tener por pacientes a los actores y actrices.

"Te pasas el rato arrancándoles una capa tras otra esperando poder llegar al núcleo, a la auténtica persona que se oculta debajo de todas las falsas apariencias. Y cuando lo consigues, ¿qué es lo que encuentras? Nada. No hay nadie. No encuentras a una persona auténtica".

Santo cielo, esta idea me aterró durante muchos meses. Supongo que a eso se debe a mi actual tranquilidad y satisfacción.

Me he arrancado todas las capas. Y he encontrado a una persona auténtica, un ser humano, mi propia identidad, el yo que habita en mí.

Y me gusta y respeto a esta persona y he comprendido que esta persona puede ser independiente y hacer lo que le venga en gana. No está mal. Mejor dicho, está muy bien.