– Puedes estar seguro -repuso Shively-. Pero si la tienes a tu lado. Métele las garras encima y compruébalo tú mismo.
– No lo hagas, Howie -dijo Malone enojado-. ¡No le pongas las manos encima! ¡Ya conoces nuestro acuerdo!
– Era una broma, muchacho -dijo Shively-. Puedes confiar en el viejo Howie. Es un caballero.
– Oye -dijo Yost-, deja de llamarme por mi nombre. En eso también llegamos a un acuerdo, no lo olvides.
– Cálmate, Howie -contestó Shively-. Está dormida.
– No estoy yo muy seguro -dijo Yost de repente.
Malone se medio volvió.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó alarmado.
– No sé, me ha parecido que se movía un poco. ¿Qué piensas? -preguntó dirigiéndose a Brunner.
Se produjo un breve silencio y después Malone escuchó la voz de Brunner.
– Sí, no me cabe la menor duda. Se mueve un poco. Ha movido un brazo. Creo que está cesando el efecto del cloroformo.
– ¿Cuánto tendría que durar? -preguntó Shively.
– Por lo que yo he observado en mi mujer las veces en que ha estado en el hospital -repuso Brunner-, una media hora. Y ya llevamos casi una hora de viaje.
Malone golpeó nerviosamente el volante con las manos.
– Creo que ya ha llegado el momento de administrarle la inyección de luminal de sodio. Lo encontrarás en el botiquín marrón. ¿Estás seguro de que sabes administrarla?
– Anoté las instrucciones que te dieron y lo que leí en la "Home Medical Guide'' -repuso Brunner-. Tengo las notas aquí en el bolsillo. No te preocupes, le he administrado a Thelma docenas de inyecciones.
– Pues, bueno, date prisa, antes de que despierte -le dijo Malone.
Shively se incorporó parcialmente en su asiento para mirar hacia la parte de atrás.
– Pero procura que no permanezca inconsciente mucho rato -dijo-. ¿Cuánto dura el efecto?
– Depende de las personas -le explicó Brunner-. Será mejor que me prepare. Ahora me estoy dirigiendo al conductor.
Cuando me disponga a administrarle la inyección, te lo comunicaré para que aminores la marcha y evites los baches. Ahora utilizo el pañuelo para aplicarle un torniquete. Vamos a subirle la manga muy bien. Ahora voy a sacar del botiquín todo lo que me haga falta.
Se produjo una pausa.
A los pocos segundos Brunner siguió describiendo sus actividades como un catedrático de cirugía que les estuviera explicando a los alumnos las distintas fases de una operación.
– La inyectaremos en la vena 0,24 gramos de luminal de sodio. Se trata de una dosis muy elevada pero inofensiva. Por consiguiente, tomaré dos ampollas de 0,12 gramos y obtendremos así los 0,24 gramos necesarios ahora los aspiro a la jeringa, dame esa bolsita de papel esterilizado, la aguja está dentro. Gracias.
Muy bien, conductor, me dispongo a inyectar.
Malone desplazó inmediatamente la camioneta hacia el carril más lento de la derecha, reduciendo la velocidad a menos de setenta kilómetros por hora.
– Ya está, todo hecho -gritó Brunner.
– ¿No la has visto hacer una mueca? -preguntó Yost.
– Sí, pero no ha abierto los ojos -repuso Brunner-.
Mira… -Se perdió su voz pero después volvió a escucharse-: He estado leyendo las instrucciones. He pasado por alto una cosa. El luminal de sodio tardará de un cuarto de hora a veinte minutos en hacerle efecto. Temo que recupere la conciencia antes de que ello suceda.
– Pues, entonces adminístrale un poco más de cloroformo para que se quede quieta hasta que le haga efecto el luminal de sodio -le aconsejó Malone.
– Buena idea -dijo Brunner.
– Demonios, qué mal huele eso -se quejó Yost.
– Pero es necesario -dijo Brunner-.
Muy bien, ya le he administrado la segunda dosis de cloroformo. Creo que ya no tenemos que preocuparnos por ella.
Y, tranquilizaos, todavía disponemos de otras dos ampollas de anestesia y una aguja nueva para poderla dormir cuando la devolvamos a casa dentro de dos semanas.
– No quiero saber nada de cuando la soltemos -dijo Shively-.
A mí lo único que me interesa es lo que tenemos ahora. -Volvió a mirar hacia atrás-. Os digo que de sólo mirarla me estoy excitando.
Fijaos en la ropa que lleva puesta. No debe llegarle más allá de unos diez o doce centímetros por debajo del trasero.
Debe gustarle mucho exhibirse. Oye, Howie, hagamos una cosa, cambiemos de sitio. Quiero estar ahí atrás un rato. Quiero levantarle la falda y echar un vistazo de primera mano al bocado más famoso del mundo. ¿Qué dices, Howie?
Malone le miró enfurecido.
– Ya te estás callando, no hables así, Kyle. Nadie va a tocarla sin su consentimiento. En eso nos mostramos de acuerdo. Fue una decisión unánime.
– Anda por ahí -dijo Shively-. El acuerdo lo tomamos cuando todo eso era un sueño. Ahora es un trasero vivo y la tenemos en nuestro poder. Yo te digo que las circunstancias han cambiado.
– No ha cambiado nada -dijo Malone enojado-. Todo es lo mismo y las reglas del juego siguen siendo las mismas. Y no te acercarás a ella ahora que está dormida e indefensa y ni siquiera después cuando despierte a menos que ella te invite.
– ¿Lo habéis oído, chicos? -gritó Shively-. Tenemos entre nosotros a un policía que se ha autodesignado guardián de la ley y el orden. ¿Pero es que vais a permitirle que es lo que podéis o lo que no podéis hacer?
– Yo, no le digo a nadie lo que tiene que hacer -dijo Malone-. Te estoy recordando simplemente que establecimos unas normas y que acordamos atenernos a ellas.
Shively sacudió la cabeza como para compadecerle.
– Adam Malone, eres un maldito y estúpido idiota.
Leo Brunner, asomó la cabeza entre los dos asientos de delante.
– ¿Por qué no dejáis de discutir tontamente? Y basta de llamaros en voz alta por vuestros nombres. Si lo hacéis ahora es probable que os olvidéis más tarde cuando esté despierta.
– Rozó el hombro de Malone con una mano-. Pues, claro, Adam, estamos dispuestos a atenernos a las normas. Y sabes que nuestro amigo lo hará también.
Shively encendió un cigarrillo y se sumió en un malhumorado silencio.
Malone buscó y encontró la rampa de salida que les conduciría al paseo Van Buren y al condado de Riverside y después directamente a la ciudad de Arlington.
Sin apartar los ojos de la carretera, empezó a pensar en el compañero que tenía al lado. Estaba furioso con Shively. El tejano era el único elemento discordante en lo que de otro modo hubiera podido ser un día perfecto.
Malone se esforzó en vano por convencerse de que Kyle Shively no era tan malo como parecía. Al fin y al cabo, Shively había sido el primero en creer en el proyecto de Malone y el primero que se había adherido al mismo. Nadie se había esforzado tanto como Shively en hacerlo realidad.
Lo malo de Shively era su personalidad y su actitud social, debida a un resentimiento que arrancaba probablemente del medio en que se había desenvuelto. Era ignorante y mal educado pero muy listo e ingenioso.
Era un ser manual y físico, una criatura impulsiva. Su vulgaridad en relación con los temas sexuales y femeninos debía formar parte de su tendencia exhibicionista. En resumen, su obsesión sexual debía arrancar de cierta inseguridad y falta de recursos interiores.
Malone llegó a la conclusión de que comprendía a Shively pero que éste no le gustaba. Después Malone se preguntó otra cosa. Se preguntó si podría fiarse uno de Shively.
– ¡Bueno, allí está! -exclamó Shively canturreando. Se incorporó y se inclinó hacia el parabrisas-. Ahí está Arlington. Menuda birria de ciudad.
Malone aminoró automáticamente la marcha.
– Oye -gritó Yost desde la parte de atrás-no olvides parar en alguna estación de servicio que tenga cabina telefónica. Tengo que llamar a mi mujer desde Colorado, ¿recuerdas?
– Déjalo -dijo Shively. Será mejor que no nos vean detenidos. Podría ser peligroso.