Yost se acercó a la parte delantera para protestar.
– Más peligroso será para mí si no llamo a mi mujer y le digo que he llegado bien. Tardaré un minuto.
– Muy bien, cálmate, Howie -dijo Shively indicándole a Malone el camino-. Sigue recto por Van Buren, muchacho. Tenemos que atravesar el centro de la ciudad.
No es que sea precisamente una ciudad, no hay más que un par de manzanas de tiendas. Pero no te detengas en ningún sitio. Cruza rápidamente.
Hay un par de estaciones de servicio unas dos manzanas más abajo junto al letrero de la Pequeña Liga de béisbol.
Malone atravesó Arlington a velocidad moderada acelerando sólo un poco para poder cruzar el único semáforo que había y a los pocos segundos salió de la población y pudo ver la primera estación de servicio.
Se acercó al bordillo y aparcó la camioneta a cierta distancia de la gasolinera.
– Sal por aquí, Howie -dijo Shively abriendo la portezuela-.
No vayas a abrir la portezuela de atrás. -Descendió de la camioneta para que Yost pudiera pasar al asiento delantero y después inclinó la cabeza hacia el interior del vehículo-.
Vosotros dos guardad el tesoro. Yo acompañaré a Howie para vigilar que no tarde más de un minuto y de paso aprovecharé para mear. Vuelvo en seguida.
– Daos prisa -dijo Malone.
Observó a través del parabrisas a sus dos compañeros, pero sus pensamientos se concentraron únicamente en la esbelta figura del tejano.
Malone pensó en la muchacha que llevaban en la parte de atrás. No era sólo la joven estrella más famosa y querida de la historia cinematográfica, sino que, además, era también un ser humano, un ser humano precioso, frágil y tierno que se merecía todo su respeto y consideración.
Y también su protección. Malone se mordió el labio inferior pensando en lo que iba a suceder. Hasta aquellos momentos, hasta hacía muy poco, había estado tan preocupado por la huida que no había podido pensar con seriedad y realismo en sus relaciones con Sharon Fields una vez la tuvieran en su poder.
Por la forma en que Shively se había comportado en el transcurso del viaje, comprendió que haría falta poner en cintura al tejano.
Malone sabía que era el único que podría darle quebraderos de cabeza. Los otros dos eran de fiar. Brunner no planteaba ningún problema. Yost, tampoco.
Eran hombres familiares y no cabía la menor duda de que se comportarían como personas civilizadas. Se atendrían a las normas igual que él.
El único que le preocupaba era Shively. Su actitud en relación con las mujeres, incluso en relación con una mujer tan inalcanzable como Sharon Fields, podía ser vulgar y grotesca y hasta incluso violenta. Para él las mujeres no eran más que objetos sexuales.
Tal vez no estableciera diferencia alguna entre Sharon y una prostituta. Además, Shively había dejado bien sentado que las normas le importaban un bledo. Sí, habría que vigilar a Shively, habría que ponerle en cintura.
Claro, que lo más probable era que no se produjera ningún grave conflicto. Eran tres contra uno y Shively no tendría más remedio en el futuro que acatar la ley de la mayoría tal como había hecho en el pasado.
Malone sabía que era el máximo responsable de la forma en que trataran a Sharon Fields.
A él se debía la idea de Sharon disponible, de una Sharon invitada suya, una Sharon convertida en realidad. Por consiguiente, él más que nadie estaba obligado a defenderla y a proporcionarle libertad de elección.
Vio a los otros dos saliendo de la gasolinera.
Y ahora, tras haber reflexionado acerca de todo ello y haber comprendido que el futuro de la carga que llevaban estaba en sus manos, se sintió más tranquilo.
Y empezó a pensar en cómo iban a desarrollarse los acontecimientos aquella noche.
Veinte minutos más tarde Adam Malone seguía al volante. Antes de reanudar el viaje se había producido una pequeña discusión a propósito de quién iba a conducir. Yost había propuesto sentarse él al volante, por ser el que más conocía la zona, y había expresado el deseo de que Malone se sentara a su lado para que se aprendiera el camino; pero Shively hubiera tenido que desplazarse a la parte de atrás con Brunner y Malone no quería que el tejano se acomodara al lado de Sharon estando ésta inconsciente.
Al final Yost lo comprendió y todos ocuparon las mismas posiciones de antes, menos Yost que se acercó a la parte delantera y se arrodilló asomando la cabeza entre Malone y Shively para poder ver el camino a través del parabrisas y dirigir a Malone.
Malone llevaba veinte minutos absorbiendo todos los detalles de la campiña que estaban atravesando y seguía pasando mentalmente revista a todo lo que Yost le había dicho.
Tras dejar atrás la gasolinera y cruzar un paso a nivel, enfiló una carretera bordeada de palmeras y naranjos.
La carretera les condujo hacia unas desnudas colinas y empezaron a ascender gradualmente.
Al llegar al Mockingbird Canyon efectuó un viraje a la derecha y a partir de aquel punto la carretera empezó a estrecharse.
Durante algunos kilómetros pudieron ver alguna que otra casa de vez en cuando, pero pronto, las dejaron atrás y se encontraron en medio de la campiña abierta y desolada.
Después, siguiendo las instrucciones de Yost, Malone enfiló la carretera de Cajalco y avanzaron en sentido paralelo a un camino que, según Yost, conducía a un lago bastante grande -el lago Mathews dijo que se llamaba-, que, en realidad, era una presa completamente vallada en la que no estaba autorizada ni la navegación a vela ni la pesca.
Después giraron a la izquierda y enfilaron otro camino que ascendía hacia una elevación de unos seiscientos metros de altitud.
Se estaba dirigiendo a una zona más elevada, conocida como la Meseta Gavilán, integrada en buena parte por unas suaves colinas interrumpidas de vez en cuando por algún que otro majestuoso pico pelado.
– Detente junto a esta verja que tenemos enfrente -ordenó Yost-.
Es la verja del rancho McCarthy.
Casi nadie sabe que el camino que atraviesa el rancho es público.
Verás también un letrero que dice "Cierren la verja", el cual contribuye a dar la idea de que no está permitido el paso y sirve para intimidar a los forasteros.
Para nosotros será estupendo porque este camino conduce al sitio donde vamos y tendremos la posibilidad de proseguir el viaje sin que nadie nos moleste.
Se detuvieron frente a la verja del rancho McCarthy mientras Shively descendía para abrirla.
Malone la cruzó y esperó a que Shively volviera a cerrarla y subiera de nuevo a la camioneta.
El tortuoso camino les condujo por suaves colinas en las que abundaban los resecos arbustos, los guijarros y los grandes enebros.
Pronto abandonaron el camino y siguieron por una vereda menos transitada si cabe.
Súbitamente, Malone descubrió a la izquierda una vieja cabaña medio oculta en una hoyada al borde del camino.
Frente a la cabaña había como una especie de extraño monumento indio.
– ¿éste es nuestro sitio? -preguntó Malone.
– No -contestaron Yost y Shively al unísono.
– Es la última casa que veremos hasta llegar a nuestro punto de destino -explicó Yost-. Antes vivía aquí una anciana. Me parece que la casa está ahora abandonada. Se llama Camp Peter Rock.
¿Queréis saber por qué? ¿Veis este vestigio indio que hay delante? ¿Sabéis lo que es? Es una roca fálica de metro ochenta de altura asombrosamente parecida a un miembro.
– Yo fui el modelo -dijo Shively sonriendo.
– Ahora avanza despacio durante cinco minutos -le dijo Yost a Malone-porque de lo contrario pasarás de largo es un acceso casi oculto de un camino lateral que nos conducirá al Mount Jalpan, el lugar de las Gavilán Hills en el que cambiaremos de vehículo para dirigirnos a nuestro refugio.
Transcurridos cinco minutos Yost le recordó a Malone que aminorara la marcha, después le dio una palmada en el hombro y le señaló con el dedo un lugar que había a la derecha.