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Malone se dejó caer en ella, y después se tendió subiendo las piernas. Se estuvo un buen rato contemplando las copas de los árboles sin prestarles atención. Se estaba mirando por dentro.

Se preguntó por qué no sentiría en aquellos momentos más alegría de la que experimentaba por haber logrado alcanzar un objetivo tan largo tiempo deseado. Pocos eran los seres humanos, que podían ver cumplidos sus deseos.

Y, sin embargo, su sueño más deseado yacía tendido en la cama de una habitación muy cerca de él. ¿Dónde estaba el éxtasis? Mientras su cerebro iba filtrando las posibles respuestas, se detuvo en una de ellas y comprendió intuitivamente que se trataba de la respuesta a su falta de entusiasmo.

En todos sus pasados ensueños, había evocado imágenes de Sharon y él a solas, los dos juntos y solos en aquella situación. En sus fantasías no había nadie, ni desconocidos ni que se interpusieran en su idilio. Y, por otra parte, jamás hubiera dado cabida en sus ensueños a alguien tan vulgar y grosero como Kyle Shively y ni siquiera a nadie tan anodino como Leo Brunner o tan corriente como Howard Yost.

Y, sin embargo, allí les tenía. Sí, su sueño se había convertido en realidad, pero ello no había ocurrido tal como él se había imaginado. En el transcurso de las primeras semanas de preparativos y proyectos, no le había importado la presencia de sus tres compañeros.

Es más, siempre había sabido que precisaría de colaboradores. Al encontrarlos, se afianzó su confianza en el proyecto y los utilizó en calidad de bestias de carga al objeto de que le allanaran el camino hacia Camelot.

Reconocía que durante aquellas semanas les había considerado unos simples amigos que le estaban echando una mano al objeto de que él pudiera conseguir su propósito. En sus sueños y deseos, ellos no iban a acompañarle en el transcurso de su luna de miel con Sharon.

Se quedarían atrás, claro, y después, en el etéreo castillo de nubes, no estarían más que Sharon y él con su amor y su idilio de vacaciones. Y el sueño se había hecho realidad.

Pero no se había producido la huida con Sharon dejando atrás a los demás. Y lo peor era que tendría que compartir su amor con tres entrometidos que no eran dignos de gozar de aquella mujer y de aquel sueño.

Ella estaba allí y él también, pero también estaban los intrusos. Se imaginaba que esto último era el precio que cobraba la realidad a aquellos que se atrevían a poner en práctica sus sueños, éste era el único factor que le impedía experimentar alborozo.

Intentó reflexionar acerca de la realidad. Intentó consolarse pensando que no hubiera podido llevar a efecto aquel complicado plan sin la ayuda de otras personas.

Por consiguiente, sin la colaboración de los demás, Sharon Fields no estaría en aquellos momentos en el dormitorio. Con la ayuda de los demás, podría gozar por lo menos de una parte del amor de Sharon, tal vez de la parte más grande, superior a un cuarto, porque ella sabría comprender de inmediato que de los cuatro, sólo él, Adam Malone, era digno de su amor.

Comprendería en seguida que era el que más la apreciaba, respetaba y amaba y el único que era digno de su amor. Era imposible que no reaccionara adecuadamente.

Mientras reflexionaba, Adam Malone se había ido adormeciendo poco a poco. Cerró involuntariamente los pesados párpados. En la oscuridad de sus pensamientos vio a Sharon y se vio a sí mismo desnudo dirigiéndose hacia ella, que mantenía extendidos sus brazos de alabastro y le invitaba y le llamaba con sus labios de carmín y su cuerpo de estatua.

Más tarde, mucho más tarde, alguien le rozó el hombro y se lo sacudió suavemente y Adam Malone se despertó y abrió finalmente los ojos y supo que llevaba dormido varias horas.

Leo Brunner se hallaba de pie a su lado con una mano apoyada sobre su hombro.

– Debo haberme dormido -dijo Malone con voz áspera-, estaba muy cansado. -Se incorporó esforzándose por eliminar las telarañas de su cerebro-. ¿Qué sucede, Leo?

– Ya está -le dijo Leo con apremio en la voz-. Sharon Fields. Ha cesado al efecto. Ha recobrado el conocimiento.

La noticia la recibió Malone como un chorro de agua fría en la cara. Se despertó inmediatamente y se puso en pie.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

– Las cinco y diez -repuso Brunner.

– ¿Dices que ha recobrado completamente el conocimiento?

– Completamente.

– ¿Ha hablado alguien con ella?

– Todavía no.

– ¿Dónde están los demás?

– Esperándote -dijo Brunner-. Junto a la puerta, del dormitorio.

– Muy bien -dijo Malone asintiendo-. Creo que tenemos que hacer algo.

Entró apresuradamente y se dirigió al dormitorio principal seguido de Brunner.

Shively y Yost le estaban esperando impacientes junto a la puerta cerrada.

– Ya es hora -le dijo Shively-. Ha armado un alboroto hace cinco minutos. Ha gritado.

– ¿Qué dice? -preguntó Malone muy nervioso.

– Escucha -le dijo Shively.

Malone acercó el oído a la puerta y pudo escuchar la voz amortiguada de Sharon. Estaba gritando.

Malone se esforzó por entender las palabras, pero se lo impedía la separación de madera. Malone notó que Shively le comprimía el bíceps.

– Vamos, hermano -le estaba diciendo Shively-, ya hemos perdido bastante el tiempo. Adelante. Tú que te expresas tan bien, entra y empieza a hablar. Y hazlo bien.

Malone se libró de la presa de Shively y retrocedió. Se sentía nervioso y asustado, no sabía por qué, sólo sabía que no debiera haberle ocurrido tal cosa.

Los demás le estaban mirando desafiantes y él no se atrevía a hacer frente a la situación. Pensó que ojalá estuviera solo, pudiera entrar y verla a solas, tranquilizarla, calmarla y ganarla.

– Tal vez -empezó a decir tartamudeando-, tal vez sería mejor que entrara solo. Y después…

– Ni hablar, hermano -replicó Shively-. ¿Tú y ella solos ahí dentro? ¿Para pasar el rato con ella mientras nosotros esperamos fuera? Nada, que no. Tal como siempre has dicho, estamos juntos. Entraremos todos.

Tú serás el portavoz y pondrás en marcha la cosa. Tú haces el discurso. Tú la pones en antecedentes y después nos jugaremos a las cartas quién empieza.

Malone no podía echarse atrás.

– Muy bien -dijo vencido-, me parece que no tenemos más remedio que afrontarlo.

Giró enérgicamente la manija de la puerta. Entraron en el dormitorio principal uno a uno. Primero Malone, después Shively, después Yost y después Brunner.

Ella yacía en la cama de latón con los brazos extendidos y las muñecas atadas a los pilares de la cama como una mujer a la que hubieran crucificado horizontalmente. La almohada le mantenía la cabeza ligeramente levantada.

Al abrirse la puerta y verles entrar, Sharon enmudeció.

Les miró muy asustada, posó los ojos en cada uno de ellos y les siguió con la mirada mientras ellos ocupaban sus puestos alrededor de la cama.

Les miró aterrada como si buscara desesperadamente descubrir la clave de lo que le había sucedido y del porqué la mantenían en aquel increíble cautiverio y de lo que se proponían hacerle.

Habían ocupado sus posiciones alrededor de la cama sin pronunciar palabra. Malone había acercado torpemente una silla a la cama, se había acomodado en ella y se quedó mirando a Sharon sin decir nada.

Yost se había acomodado en el brazo de la tumbona. Brunner se había sentado en la tumbona tras vacilar unos instantes. Shively acercó otra silla al otro lado de la cama y se sentó en ella balanceándose hacia adelante y hacia atrás.

En su calidad de portavoz del grupo, Malone se sentía visiblemente incómodo y se había quedado transitoriamente sin habla, aturdido por la presencia de Sharon Fields y por la dificultad de su misión.

Brunner se mostraba muy preocupado por la enormidad de lo que habían hecho. Yost estaba aterrado. Sólo Shively aparecía tranquilo y dando muestras de curiosidad acerca de lo que pudiera ocurrir.