Todos ellos habían estado contemplando a Sharon Fields, pero, a medida que pasaba el tiempo, el silencio se iba haciendo cada vez más insoportable y Shively, Yost y Brunner concentraron toda su atención en Malone, desafiándole una vez más a que empezara.
Al ver que le miraban a él, Sharon Fields debió comprender que Malone era el jefe del grupo, porque ella también giró la cabeza en la almohada y se lo quedó mirando.
Consciente de la presión que sobre él estaban ejerciendo, Malone se esforzó por formular sus pensamientos y convertir finalmente la fantasía en realidad.
Tenía la boca y los labios secos y no hacía más que tragar saliva en un intento de hallar las palabras más adecuadas. Procuró sonreír para tranquilizarla y darle a entender que no eran unos criminales, de tal forma que se sintiera más a sus anchas.
Su gesto afable pareció ejercer en ella cierto efecto. Porque casi inmediatamente y de un modo apenas perceptible la expresión asustada de sus ojos cedió el lugar a una expresión de perplejidad. Malone tragó saliva una vez más y quiso decirle que hacía bien en no asustarse porque aquello era lo más importante, no asustarse, pero antes de que su cerebro le diera la señal correspondiente a la vocalización de las palabras, Sharon empezó a hablar.
Habló en voz baja y casi sin aliento.
– ¿Qué son ustedes? ¿Son secuestradores? Porque si son…
– No -consiguió responder Malone.
Pareció como si ella no le hubiera oído.
– Porque, si son secuestradores, han cometido un error, se han equivocado de persona. ¿Saben -creo que debe tratarse de un error-, saben quién soy?
– Usted es Sharon Fields -contestó Malone asintiendo enérgicamente con la cabeza.
Ella le miró sin comprenderle.
– Entonces será… les habrán contratado. -empezó a decir esperanzada-. Ya sé, debe ser un truco, una estratagema publicitaria.
Eso lo ha organizado Hank Lenhardt, él les ha contratado para que hagan esto y les ha dicho que lo hicieran como si fuera de verdad para que se publique en las primeras planas de los periódicos y constituya una propaganda de mi nueva película.
– No, señorita Fields, no, lo hemos hecho por nuestra cuenta -dijo Malone-. Por favor, no se asuste. Le explicaré, permítame explicarle.
Ella seguía mirándole. La expresión de perplejidad de su rostro había desaparecido y estaba dando paso a la incredulidad y de nuevo al miedo.
– ¿No es una estratagema? ¿Me han me han secuestrado de verdad? -Sacudió la cabeza-. No puedo creerlo. ¿Me están tomando el pelo, no es cierto? Es algo que han organizado. Se calló al observar que Malone apartaba la mirada.
Su silencio constituía una elocuente y terrible respuesta que hizo que sus esperanzas empezaran a desvanecerse.
– ¿Qué es esto? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Quiénes son todos ustedes? ¿Por qué me han atado de esta forma? Dígame qué sucede.
Esto es terrible, terrible. Jamás… no sé ni qué pensar ni qué decir. No sé.
Empezó a jadear y a respirar dificultosamente, muy cercana al histerismo.
En su intento por calmarla y evitar una escena, Malone sacó fuerzas de flaqueza y consiguió hablar.
– Lo comprenderá si me escucha.
Nosotros cuatro no somos criminales, no. Somos personas corrientes como las personas corrientes que usted conoce, como las personas que acuden a ver sus películas y la admiran.
Somos personas. -hizo un gesto como para incluir a sus compañeros-incapaces de hacerle daño a nadie. Nosotros cuatro somos amigos y, al irnos conociendo mejor, averiguamos que teníamos una cosa en común, una cosa que compartíamos; me refiero a un sentimiento.
Y era el hecho de considerarla a usted la mujer más hermosa y más maravillosa del mundo. Somos admiradores suyos, por eso constituimos una sociedad, un club. ¿comprende?
Ella seguía mirando a Malone demasiado confusa para poder comprender nada.
– ¿Pretende usted decir que son un verdadero club de admiradores o algo parecido?
– Un club de admiradores -dijo Malone aprovechando la frase-, sí, más o menos, pero no de los que suele usted tener, sino uno muy especial integrado por cuatro personas que han seguido su carrera y la han admirado y han visto todas sus películas.
Y eso nos indujo, nos hizo desear conocerla. Pero no somos unos criminales. No es un secuestro como esos de que se escribe. Esta mañana no nos la hemos llevado ni por dinero ni para pedir un rescate. No tenemos intención de causarle el menor daño.
Ella le interrumpió en un esfuerzo por comprender aquellas palabras incoherentes.
Hablaba con voz tensa.
– ¿Que no es un secuestro? Si no es un secuestro, ¿qué es? Mire cómo estoy atada, no puedo moverme.
– Eso no será más que durante un rato -dijo Malone rápidamente.
– No lo entiendo -prosiguió ella haciendo caso omiso de sus palabras-.
¿Saben lo que han hecho?-Recuerdo. ¿ha sido esta mañana? la camioneta de reparto. Fingieron preguntarme, entraron en mi propiedad. Me narcotizaron. Me secuestraron, me llevaron, no sé a dónde, no sé dónde estoy, me llevaron a la fuerza y me he despertado aquí con estas cuerdas. ¿Acaso no es eso un delito? ¿Por qué estoy atada de esta forma? ¿Qué sucede? O yo estoy loca o lo están ustedes. ¿Qué están haciendo? ¿Quieren decírmelo? Estoy asustada, muy asustada. No tienen derecho a hacer eso. Nadie puede hacer esas cosas.
Empezó a jadear y su voz se perdió.
– Lo sé -dijo Malone asintiendo-, sabemos que no es fácil lograr que lo comprenda pero, si me da usted la oportunidad y se tranquiliza y me escucha, sé que podré hacérselo comprender.
– Malone se esforzó por hallar las palabras más adecuadas.
Hasta entonces las palabras habían sido su punto fuerte, su cualidad más destacada, por medio de la cual siempre había conseguido ganarse la benevolencia y la compasión de los demás, pero por alguna extraña razón parecía que ahora se hubiera quedado sin ellas.
Estaba en juego el gran experimento. La fantasía convertida en realidad. Tenía que efectuar la traducción sin cometer errores-.
Señorita Fields, tal como he intentado decirle, nosotros cuatro la venerábamos, queríamos conocerla, hallar el medio de conocerla personalmente.
Es más, en cierta ocasión lo intenté por mi cuenta. Fui a…
– Cállate.
– Por primera vez había hablado uno de los demás y el comentario procedía de Shively-. Cuidado. No le cuentes nada ni de ti ni de nosotros.
Malone asintió desconcertado, mientras Sharon Fields miraba a Shively y después de nuevo a Malone con expresión consternada.
– Sea como fuere -prosiguió Malone-, lo que intentaba decirle es que las personas como nosotros, las personas corrientes, no tienen oportunidad de conocer a alguien como usted, a alguien que admiramos más que a nadie, más que a una novia o a una esposa.
Por consiguiente, nos inventamos este medio, el único medio que se nos ocurrió para poder conocerla personalmente. No es que nos guste el método que hemos utilizado, sé que es feo si no se comprenden los motivos, pero era el único medio de que disponen las personas como nosotros.
Y puesto que no teníamos intención de causarle el menor daño, estábamos seguros de que, una vez comprendiera usted nuestras intenciones y nuestros motivos, pues, bueno, acabaríamos resultándole simpáticos.
Quiero decir que, a pesar de que el medio de presentarnos a usted no haya sido muy convencional, pensamos que usted nos admiraría por nuestro arrojo y romanticismo al haber corrido semejante riesgo con el exclusivo propósito de tener la oportunidad de hablar con usted y conocerla.
Ella le escudriñó el rostro como para descubrir si se trataba de alguna farsa, pero no descubrió huella alguna de humor y volvió a mirarle con incredulidad.
– ¿Querían conocerme? Menuda manera de hacerlo. ¿Es que no puede usted entenderlo, quienquiera que sea? Las personas sensatas y normales no les hacen estas cosas a las demás personas. No secuestran y se llevan a una persona simplemente para conocerla. -Empezó a levantar la voz-. Deben de estar chiflados, completamente locos, si piensan que podrán conseguirlo.