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Malone se agarró al respaldo de la silla para no tambalearse. Procuró no ver la reacción de los demás pero no pudo evitar percatarse de que los tres le estaban mirando fijamente.

– No, no, tiene que ser una pesadilla. -Sharon jadeaba y tosía y se esforzaba por no perder la calma.

Volvió a hablar consigo misma y también con ellos-.

Lo sabía. Sabía que hubiera tenido que prescindir de los servicios de ese estúpido agente de relaciones públicas, de ese idiota de Lenhardt. Debiera haberle despedido de buenas a primeras, con sus ideas acerca de la mujer liberada, acerca de los nuevos públicos cinematográficos y de una nueva imagen que me permitiera ejercer más atracción en los hombres y excitar a los jóvenes, "más éxito de taquilla" me decía ese idiota, para mi película y para mi futuro.

Y yo, sin hacerle caso, sin importarme un comino, le dejé dirigir el baile, le permití organizar la campaña a su gusto, le permití que hiciera de mí lo que jamás he sido y jamás seré.

"Sharon, eres demasiado pasiva fuera de la pantalla -me decía-. Ya ha pasado la época en que una estrella no era más que objeto al que adorar -me decía-. Los tiempos han cambiado y tú tienes también que cambiar, Sharon -Me repetía-. Tienes que hablar con franqueza, expresarte con sinceridad, decir que te gustan los hombres tanto como tú les gustas a ellos, decir que las mujeres experimentan los mismos deseos que los hombres, y tienes que mostrarte audaz y agresiva y decir que te gustan los hombres tan audaces y agresivos como tú. Es la moderna tendencia, todo abiertamente y de cara, tanto si lo crees de veras como si no".

Y a mí me importó un bledo. Tenía la cabeza en otro sitio, le dejé seguir adelante. Pero ni haciendo el mayor esfuerzo de imaginación hubiera podido suponer que hubiera alguien que se dejara convencer por esas idioteces publicitarias, Por esas mentiras impresas y pensar que dichas mentiras eran una invitación.

– La confesión pareció ejercer un efecto catártico, Porque ahora Sharon miró a Malone con una mezcla de compasión y desprecio-.

Quienquiera que sea usted, debe creerme. No es más que una sarta de mentiras, todas y cada una de esas palabras son mentira. Jamás he dicho ninguna de las cosas que usted me ha estado leyendo.

Estas entrevistas se las inventaron publicitarios con mucha imaginación, son entrevistas en conserva. Puedo demostrarlo.

Y usted, pobre ingenuo, se lo ha tragado todo. ¿Es que acaso no pensó nada antes de comportarse como un loco? ¿Es que no se preguntó si era lógico que una mujer decente accediera a que la tomaran por la fuerza un grupo de desconocidos? ¿Acaso hay alguna mujer que desee que la narcoticen, la secuestren, la arrastren qué sé yo adónde y la amarren de este forma a no ser que esté loca? Cualquier hombre sensato hubiera podido contestar a estas preguntas.

Pero usted, por lo visto, no. Bueno, pues créame. No soy lo que usted piensa que soy. No soy nada de eso.

– Sí lo es -insistió tercamente Malone-, sé que lo es. La he oído en persona sin que nadie hablara en su lugar. La he oído por radio y televisión. Tengo las grabaciones. Puedo ponérselas.

– Lo que haya usted oído en las grabaciones, lo que haya… -Sharon sacudió la cabeza-. Créame, debe creerme, me limitaba a bromear, a decir tonterías o tal vez no me expresé con la suficiente claridad y usted me interpretó erróneamente.

Ahora va a decirme que soy el símbolo sexual número uno y que ello significa que soy más sexual que las mujeres normales y que necesito más a los hombres.

– Es cierto que es usted más sexual, sabe que es cierto -dijo Malone percatándose de que estaba empezando a hablar en tono de súplica-. Todo el mundo sabe que en eso tengo razón.

He visto cómo actúa y cómo goza exhibiendo su cuerpo en las películas. Estoy al corriente de toda su vida amorosa, de sus escapadas. ¿Por qué finge ahora ser distinta?

– ¡Qué estúpidos son ustedes, los hombres! -exclamó Sharon-. Soy una actriz. Actúo. Finjo. Lo demás son leyendas, folklore, falsedades basadas en la publicidad.

Media un abismo entre lo que usted pensaba y piensa que soy y lo que efectivamente soy.

– No.

– Cualquiera que sea mi reputación y mi aspecto exterior, no se lo crea. Mi imagen pública es una gran mentira. Me falsea por completo. Por dentro soy una mujer normal y corriente, con los mismos temores y complejos y problemas que las demás mujeres.

Soy una mujer que da la casualidad de que tiene un determinado aspecto y ha sido presentada al público de una manera determinada, y da la casualidad de que soy famosa, pero la persona que usted cree que soy es falsa, no es más que una apariencia sin realidad.

La palabra "realidad" se hundió en Malone como un puñal. Su gran experimento estaba empezando a desintegrarse.

– Soy una ficción -siguió diciendo Sharon desesperada-, un ser creado por los directores, profesores de declamación, guionistas y expertos en relaciones públicas, con vistas a convertirme en un objeto que los hombres puedan desear y anhelar.

Pero no soy lo que los hombres desean que sea. No soy distinta a ninguna de las mujeres que usted haya conocido. Tiene que comprenderlo.

En realidad, conduzco una vida serena y tranquila aunque sea un personaje famoso. En cuanto a los hombres, siento por ellos lo que siente la mayoría de las mujeres.

Tal vez encuentre algún día algún hombre que me aprecie tanto como yo le aprecie a él. Si le encuentro, querré casarme con él. Hace un año que no tengo nada que ver con los hombres en la forma que usted supone.

Ahora me interesa más mi propia madurez e identidad. Quiero saber quién soy. Quiero pertenecerme a mí misma. Quiero ser libre igual que usted. -Se detuvo y miró a Malone fugazmente-. Le han engañado. Ahora ya conoce la verdad. Reconózcalo y olvidemos este malentendido.

Suélteme. La broma ha terminado.

Malone se aturdió y se sintió como perdido en el espacio.

– Está fingiendo -dijo débilmente-, no podemos habernos equivocado.

– Está usted equivocado, completamente equivocado. Por consiguiente, deje de comportarse como un loco.

Santo, cielo, pero, ¿qué le habrá pasado por la cabeza? ¿Qué se imaginó usted? ¿Qué esperaba usted conseguir una vez me hubieran traído aquí? Yost se había levantado del brazo de la tumbona y se encontraba de pie junto a la cama.

– Con toda sinceridad, señorita Fields, esperábamos que se mostrara usted amable y accediese a colaborar.

– ¿Con todos ustedes? ¿A cambio de haberme hecho eso tan horrible? ¿Que me mostrara amable y accediera a colaborar? ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿Qué demonios esperaban ustedes?

– ¡Déjeme contestar! -exclamó Shively poniéndose en pie de un salto-. Ya se han dicho bastantes mierdas en esta habitación. Yo se lo diré, señorita. Le diré lo que esperábamos. Esperábamos que nos permitiera acostarnos con usted.

– No hables así -dijo Malone enfurecido.

– Tú te callas, cabeza de chorlito. De ahora en adelante me encargaré yo de esta señorita tan fina.

La he estado oyendo hablar y actuar. Ella es la que nos está engañando. Está acostumbrada a eso. Pero a mí no va a hacerme desistir de mi propósito. -Shively la miró enfurecido y con expresión aterradora-. Señorita, tal vez piense usted que, por ser quien es, nosotros no somos lo bastante para usted.

Permítame decirle, señorita, y me importa un bledo lo rica y famosa que sea, que lo sabemos todo de usted y sabemos lo que es realmente. Lleva usted muchos años divirtiendo a sus amigos ricos. Y distribuyéndolo de balde.

Y nosotros pensamos que a lo mejor se había cansado un poco de que le metieran los miembros los canijos y los maricas. Nos imaginamos que estaría dispuesta a conocer a hombres como es debido. Nos imaginamos que cuando nos echara un vistazo y trabara conocimiento con nosotros, se divertiría y nosotros nos divertiríamos también acostándonos juntos que es lo auténtico para variar.

Aquí no hemos venido a jugar al billar. Hemos venido para acostarnos con usted, éste es el único motivo de que la hayamos traído aquí y basta de mierdas.