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Aunque pueda parecerles, que peco de inmodestia, en lo tocante a Sharon Fields, soy la máxima autoridad.

– ¿Por qué? -preguntó Yost.

– ¿Por qué? Porque está aquí.

Porque el conocerla como la conozco ha enriquecido inmensamente mi vida.

– ¿Pero jamás la ha conocido personalmente? -volvió a preguntarle Shively.

– No, pero siempre he pensado que llegaría a conocerla.

Y quería estar preparado para cuando ello ocurriera.

– No ocurrirá jamás -dijo Brunner removiéndose en su asiento-.

Todo el mundo sueña lo mismo. Pero el sueño jamás se convierte en realidad.

– Este se convertirá -dijo, Malone con firmeza-. Hace un año descubrí la forma en que podría ocurrir.

Con un poco de ayuda, supe que podría -conseguirlo.

– Muy bien, deje de andarse por las ramas, -le dijo Shively-. Díganos cómo.

– Me gustaría decirles…

Pero entonces llegó la camarera con más bebidas y Malone y los demás esperaron a que se fuera.

Ahora todos los ojos enfocaban a Malone esperando que éste les contara de qué forma se proponía hacer realidad el sueño.

Suavemente pero sin vacilar, en tono conspiratorio, Adam Malone les contó cómo podía hacerse, cómo podrían llegar a conocer a Sharon Fields.

Le escucharon en silencio sin comprenderle y Malone, animado por aquel silencio que se le antojaba de aprobación, se dispuso a elaborar el plan.

Howard Yost, el vendedor, que no se había tragado el anzuelo, le interrumpió antes de que pudiera proseguir.

– Espere un momento -dijo-. Acabo de fijarme en lo último que ha dicho. Me parece que no lo he entendido. ¿Qué ha dicho usted exactamente? Quiero asegurarme de haberle oído bien.

Malone lo consideró no un reproche o un reto sino más bien una razonable petición en el sentido de que aclarara lo dicho.

– Lo repetiré con mucho gusto -dijo amablemente-.

– He dicho simplemente que, considerado el asunto desde un punto de vista completamente realista, lo más probable es que jamás consiguiéramos llegar a conocer a una famosa estrella como Sharon Fields de una forma normal.

– No es fácil que ninguno de nosotros tuviera la oportunidad de llegar hasta ella, presentarse y salir con ella.

– Está rodeada por un muro protector de amistades, gorrones y aduladores.

– Entre los que se cuentan su representante personal, Félix Zigman, su secretaria particular, Nellie Wright, su experto en relaciones públicas, Hank Lenhardt, y su peluquero, Terence Simms.

– Sólo podríamos llegar a conocerla de una manera…

para darle así la oportunidad de que nos conociera y le gustáramos.

Tendríamos que preparar una situación en la que literalmente nos la lleváramos en volandas.

Tendríamos que planear una situación en la que no tuviera más remedio que conocernos en un momento en que nadie se interpusiera entre ella y nosotros.

Yost posó el vaso sobre la mesa y se inclinó cautelosamente hacia adelante.

– ¿Qué quiere usted decir con eso de una situación en la que no tuviera más remedio que conocernos? ¿Qué significa eso exactamente?

– Ya lo sabe, cogerla.

– ¿Cogerla? -preguntó Yost-. Sigo sin entenderle.

– Es muy sencillo -dijo Malone asombrado-.

Ir y cogerla y llevárnosla con nosotros. Ni más ni menos que eso. Llámelo usted como quiera.

– Lo que, yo quiero saber es cómo lo llama usted, Malone -dijo Yost contrayendo los ojos.

– Bueno… -empezó Malone deteniéndose para reflexionar brevemente-me parece que pretendo decir que la abordaríamos y… bueno, yo no lo llamaría secuestro ni nada de eso… no me interprete mal, no íbamos a raptarla… pero…

– Secuestrarla, eso es lo que me ha parecido que quería usted decir desde un principio -dijo Yost triunfalmente mirando a Malone-.

¿Raptarla? ¿Raptar a Sharon Fields? ¿Intentar nosotros hacer eso? ¿Me irá usted a decir que ésa era su gran idea? -Miró a los demás con desagrado y después volvió a dirigirse a Malone-.

Mire, señor, francamente no sé quién es usted ni de qué manicomio se ha escapado. Pero si se refiere a eso… -Sacudió la cabeza, se sacó la cartera del bolsillo y empezó a depositar sobre la mesa el importe que le correspondía de las consumiciones-.

En mi trabajo se tiene ocasión de conocer a muchos chiflados y suelen hacerte toda clase de propuestas extrañas. Pero eso es lo más grande que he oído jamás. Si le he entendido bien, si quiero decir lo que yo pienso, que quiere decir… en tal caso, no se ofenda, señor, pero me parece que está usted más loco que un cencerro.

Malone no se inmutó.

– Sí, creo que me ha entendido usted bien. Supongo que quiero decir eso, sólo que sería distinto. No sería un acto… un acto de rapto en el verdadero sentido de la palabra, porque nuestra intención y su reacción no serían las habituales.

Estarían ustedes de acuerdo en que no sería ningún delito y entrañaría ninguna dificultad si supieran con la misma certeza que yo lo positivamente que ella reaccionaría.

Yost siguió sacudiendo la cabeza al tiempo que se volvía a guardar lentamente la cartera en el bolsillo.

– Debe de estar enfermo si piensa eso. Lo siento. Acabo de conocerle. No sé quién es usted. Sólo sé lo que he oído.

Es un secuestro y el secuestro es uno de los peores delitos que puede haber.

– Pero es que no sería un delito, ¿acaso no lo entiende? -protestó Malone muy convencido-.

Sería una forma romántica y honrosa de llegar hasta ella, de hacerla consciente de nuestra existencia.

Yost miró hacia el otro lado de la mesa.

– Shively, dígale que está chiflado, ¿quiere? Malone hizo caso omiso de Shively y siguió hablando fervorosamente con el agente de seguros.

– Es que usted no lo entiende, señor Yost. Si la conociera como yo, lo vería todo muy claro.

Cogerla es secundario, un medio menor de llegar a un fin.

Una vez lo hubiéramos hecho y hubiéramos conversado con ella, se mostraría de acuerdo con nosotros. Debe creerme.

Y una vez se mostrara de acuerdo, conseguiríamos que todas las consecuencias fueran voluntarias por su parte.

Lo que viniera a continuación, vendría porque ella lo querría.

Podría usted acostarse con ella.

Yo también.

Es probable que todos pudiéramos hacerlo. Conociéndola, sé que se mostraría dispuesta a colaborar.

En estas cosas, su actitud es mucho más libre que la de la mayoría de las mujeres.

Créamee, señor Yost, una vez lo hubiéramos hecho, no se trataría de ningún delito. Se sentiría halagada y le gustaría.

– ¿Y quién lo dice? -preguntó Yost indicándole a Brunner que apartara su silla.

Brunner se levantó y Yost se desplazó en su asiento y se puso en pie.

– Lo digo yo -repuso Malone llanamente-.

Sé positivamente que no tropezaríamos con dificultades. Puedo demostrarlo.

Yost no le hizo caso, pero Brunner le habló utilizando el tono que un padre emplearía con su hijo.

– ¿Y si se equivocara usted, señor Malone?

– No puedo equivocarme. No es posible que me equivoque.

Shively había estado ocupado contando el cambio. Ahora se desplazó hacia la salida del reservado.

– Muchacho -le dijo-, me parece que ha bebido usted en exceso.

Se levantó añadiendo-: Además, aunque le creyéramos, ¿qué le induce a pensar que podría conseguirlo?

– No habrá problema. Será fácil.

Tal como les he dicho, llevo trabajando en ello largo tiempo. Todos los detalles. Puedo mostrárselos.

– No, gracias -dijo Yost soltando una breve carcajada-. Tendrá que buscarse a otros primos para jugar a los sueños.

Se dirigió al hombre de más edad que tenía al lado-.

– ¿No es cierto, Brunner?

El perito mercantil le dirigió a Malone una amistosa mirada como de disculpa.