Abrió la puerta de la habitación de Sharon y asomó la cabeza sobresaltándola con su repentina aparición. No, allí tampoco estaba. Volvió a cerrar la puerta sin dar explicaciones. Recorrió de nuevo apresuradamente el pasillo, salió fuera y rodeó todo el refugio. Al final regresó al salón lívido de rabia.
– ¿Sabes una cosa? -le dijo a Malone-. El muy hijo de puta de Brunner se ha largado.
– ¿Estás seguro?
– No le veo por ninguna parte. Ni siquiera ha tocado las botellas. Se ha cagado de miedo, ha roto su promesa y se ha escapado por la puerta de atrás.
En estos momentos estará bajando la montaña para largarse a casa con el cacharro.
– ¿Qué vamos a hacer?
– Yo sé lo que no vamos a hacer. No debemos permitir que se largue. En las condiciones en que se encuentra resultaría muy sospechoso y haría o diría algo.
Además, llegamos al acuerdo de que no le permitiríamos quedarse en Los Angeles, donde es posible que le capturen y le obliguen a señalarnos con el dedo. Tenemos que vigilarle, ¿entendido? Tenemos que permanecer juntos hasta que llegue la hora de separarnos.
– Creo que sí.
– Muy bien, muchacho, tú quédate aquí vigilando a Sharon. Voy en busca de ese pequeño hijo de puta.
No permitiré que ande por ahí hablando como un chiflado. Le agarraré y le traeré aquí en seguida. Después le vigilaremos y le calmaremos hasta que regrese Howie, y entonces podremos largarnos sabiendo que lo tenemos todo controlado.
Tras lo cual Shively salió a toda prisa del refugio, echó a correr por el camino y se perdió de vista.
El salón de juego, convertido en despacho, situado en la parte de atrás de la residencia Fields, solía ser una estancia alegre y acogedora.
Su mobiliario estaba pintado a mano y la tapicería era a cuadros escocesa. En la mesa francesa antigua, que Nellie utilizaba en calidad de escritorio, había un teléfono de color de rosa, una máquina de escribir eléctrica portátil de diseño italiano y un jarrón de rosas rojas.
Colgaban de la pared dos multicolores retratos enmarcados, uno de ellos era un óleo de Sharon firmado por Chagall, y el otro una acuarela de Nellie firmada por Sharon Fields.
Durante buena parte del día el despacho aparecía iluminado por el sol que se filtraba oblicuamente a través de las persianas de las dos ventanas. Inevitablemente, cualquier visitante que penetrara en el despacho de Nellie para tratar con ésta de asuntos relacionados con su señora y amiga Sharon Fields, reaccionaba a la alegre atmósfera que allí se respiraba mostrándose jovial y de buen humor.
Pero en aquellos momentos de la tarde del Cuatro de Julio el despacho de Nellie Wright más parecía la sala de recepción de una empresa de pompas fúnebres. La tristeza se cernía pesadamente sobre la estancia.
Sosteniéndose la cabeza con las manos, Zigman aparecía sumido en un profundo abatimiento.
La propia Nellie que por regla general solía mostrarse optimista en todas las circunstancias, era el vivo retrato del dolor.
E incluso el animado semblante del teniente Wilson Trigg reflejaba una sombría introspección.
El único que no había sucumbido a la melancolía era el capitán Chester Culpepper.
Quince minutos antes se había emocionado visiblemente al recibir el primer informe de las fuerzas de policía que estaban actuando en Topanga Canyon.
La noticia le había llegado a través del centro de comunicación de la jefatura de policía del centro de la ciudad. Pero se había recuperado rápidamente.
En su calidad de veterano de miles de esperanzas fallidas en el cumplimiento del deber, se negaba a dejarse arrastrar por los contratiempos.
Como siempre, su reacción ante el fracaso fue la de redoblar sus esfuerzos con vistas a salvar la precaria situación. Al enterarse de que el secuestrador enviado al lugar en que habían sido depositadas las maletas con el millón de dólares del rescate, había escapado a la emboscada que le había tendido la policía suicidándose con el último cartucho que le quedaba, Culpepper maldijo por lo bajo su mala suerte y reaccionó ante la noticia diciendo:
– Si sale cara, ganas y, si sale cruz, pierdes. Esta vez ha salido cruz. Muy bien, volveremos a lanzar la moneda.
Tras lo cual se había transformado en un torbellino de actividad y le había encomendado al teniente Trigg toda una serie de medidas de emergencia.
Ponte en contacto con el agente Westcott del FBI del 11000 del paseo Wilshire, infórmale del caso, dile que vamos a enviarle de inmediato copias de las dos notas de rescate y que las transmita a la central del FBI de Washington para que las examinen y descifren.
Envía aquí otros tres vehículos de patrulla. Que las fuerzas del equipo de emergencia se pongan en marcha.
Que empiecen a buscar la posible existencia de cartas amenazadoras enviadas a la señorita Fields y recibidas en los estudios Aurora.
Que empiecen a interrogar inmediatamente a los amigos y conocidos de la señorita Fields y que busquen en esta zona de Bel Air las posibles pistas llamando puerta por puerta.
Comunícame en cuanto la sepas la identidad del cadáver de Topanga Canyon. Que la señora Owen transmita el boletín sobre la señorita Fields a través del “Clets”. Procuremos que no trascienda a los medios de comunicación.
¿Cómo? ¿Que López dice que Sky Hubbard ha revelado la noticia del secuestro de Sharon Fields hace veinte minutos? ¡Maldita sea! Bueno, menos mal que no conoce los detalles y podemos mantenerlos en secreto. Diles a los muchachos que mantengan la boca cerrada. ¡En marcha!
Trigg abandonó como un rayo la estancia y se puso en movimiento toda la maquinaria de las fuerzas destinadas al mantenimiento de la ley y el orden.
– ¿Y de qué va a servir todo eso? -preguntó Zigman-. Usted mismo ha reconocido que, si perdíamos la partida, tal vez ya no tuviéramos tiempo de salvar a Sharon.
Culpepper no se molestó siquiera en disimular la gravedad de la situación. Reconoció que las circunstancias les eran desfavorables.
– No obstante, según el último informe recibido, no parece que al mensajero encargado de la recogida de las maletas del rescate le acompañara otra persona.
No se ha descubierto a nadie intentando abandonar la zona. Por consiguiente, si la suerte nos acompaña, quienquiera que se haya quedado vigilando a la señorita Fields, suponiendo que haya alguien, no se ha enterado de nuestra emboscada y es posible que tarde un rato en enterarse. Eso nos permite disponer de un poco de tiempo.
– Pero, ¿de cuánto tiempo? Ahí está lo malo -dijo Zigman-. Los medios de comunicación se han enterado del secuestro. Averiguarán lo que ha ocurrido en Topanga. El bloqueo de las carreteras, los helicópteros, la ambulancia, lo averiguarán todo.
– Sí, es cierto. Es probable que ya se hayan enterado -reconoció Culpepper sin evasivas.
– Lo proclamarán a los cuatro vientos por la radio y la televisión y lo publicarán los periódicos -dijo Zigman.
– Así es. Pero quienquiera que esté vigilando a la señorita Fields, dondequiera que esté, tal vez no disponga de aparato de radio o televisión o, caso de disponer de ellos, tal vez no los tenga encendidos.
Aunque se entere de lo que ha sucedido en Topanga, creo que disponemos todavía de media hora o tal vez de una hora.
– ¡Es horrible! -exclamó Nellie llorosa-. ¡Pobre Sharon, pobrecilla! Sonó musicalmente el teléfono y todos guardaron silencio mientras Culpepper, sentado en el mullido sillón giratorio de Nellie, lo descolgó.
– Aquí el capitán Culpepper -dijo éste-. Muy bien, dígame. -Contestaba en monosílabos y no cesaba de anotar datos en su cuaderno amarillo. Al final dijo-: Entendido. Gracias, Agostino.
Sigo aquí. Manténgase en contacto conmigo. -Colgó y dijo al sargento Neuman-. Ya se ha llevado a cabo la identificación. -Giró un cuarto de circunferencia y se dirigió a Zigman y Nellie-. Han identificado el cadáver del mensajero.