Выбрать главу

Howard Yost. Cuarenta y un años. Estatura, un metro ochenta. Peso, ciento diez kilos. Se ha saltado la tapa de los sesos, cabello castaño y, al parecer, con bigote postizo.

El cadáver ha sido enviado al forense para la práctica de la autopsia. -Culpepper revisó las notas del cuaderno y añadió-: Antecedentes estables.

Graduado por la Universidad de Berkeley, de California. "Tackle" derecho de un equipo de fútbol americano ganador de campeonatos y jugó el "Rose Bowl".

Agente de seguros independiente por cuenta de la Compañía de Seguros de Vida Everest.

– Es una empresa muy importante -le interrumpió Zigman-. Una firma respetada.

– Yost era propietario de una casa en Encino -dijo Culpepper asintiendo-. Llevaba catorce años casado con Elinor Kastle Yost. Dos hijos. Timothy, de doce años, y Nancy, de diez.

Y, sí, aparte alguna que otra infracción del tráfico, sin antecedentes penales. Todo limpio hasta ahora. -Sacudió la cabeza-. Está claro que no era un criminal encallecido.

– ¿Cómo es posible que un hombre semejante hiciera eso? -preguntó Nellie.

– No sé, no sé -repuso Culpepper suspirando y arrojando el cuaderno sobre el escritorio.

– Probablemente debía estar atravesando algún apuro económico -terció el sargento Neuman.

– Tal vez -dijo Culpepper encogiéndose de hombros y dirigiéndose una vez más a Zigman y a Nellie-.

Como es natural, el dinero del rescate ha sido recuperado. Intacto.

– Qué importa eso ahora -dijo Zigman.

– En el bolsillo de la víctima se han encontrado unas llaves de automóvil.

En estos momentos es probable que ya hayan encontrado su vehículo y es posible que ello nos facilite alguna pista. En estos momentos los investigadores ya han salido para el domicilio de Yost al objeto de comunicarle la noticia a su esposa e interrogarla.

Es posible que eso nos permita obtener otra pista. Nuestros hombres interrogarán también a los vecinos, amigos y compañeros de Yost, en un intento de averiguar alguna cosa.

Hemos enviado también algunos hombres a la compañía de seguros de Yost.bDe momento, es todo lo que tenemos. Tendremos que armarnos de paciencia.

– ¿Paciencia? -preguntó Nellie indignada-. Está pasando el tiempo y Sharon se está acercando a la muerte a cada minuto que pasa, eso si no está muerta.

– Lo siento, señora.

– Perdone -se disculpó Nellie rápidamente-. Sé que están haciendo todo lo que pueden.

Zigman sacó otro puro.

– ¿Cuándo cree que recibirá la nota de rescate descifrada? -preguntó.

Culpepper giró en su asiento y miró el reloj que había sobre el escritorio de Nellie.

– Dentro de una hora y media. O tal vez antes si tenemos suerte.

– No será con la suficiente rapidez -dijo Nellie sacando un pañuelo y sonándose la nariz-. Dios mío, me siento culpable porque no puedo recordar esta maldita clave.

Culpepper la miró fijamente.

– “Si” es que hay una clave, señorita Wright -dijo sin ánimo de provocarla, como hablando consigo mismo-. Al fin y al cabo, está usted trastornada, todos nos trastornamos a veces y la memoria puede gastar unas bromas muy extrañas.

Nellie Wright se inclinó hacia delante.

– Capitán, “había” una clave. No estoy tan loca como para inventarme cosas que no existen.

Ahora lo recuerdo claramente fue la mañana en que se terminó de rodar la película, encontré una nota sin sentido sobre el escritorio y no la entendí hasta que vi que Sharon la había firmado con el nombre de "Sharon Lucie Fields", es decir, añadiendo el nombre de la heroína que acababa de interpretar en la película. Por consiguiente…

Nellie se detuvo en seco.

Para su asombro, el capitán Culpepper la estaba mirando con una extraña expresión en los ojos.

– Señorita Wright -le dijo éste suavemente-, ¿la mañana en que se terminó de rodar “qué” película? Dígame qué película.

Nellie le miró asombrada y parpadeando.

– Pues, la película en la que se utilizaba la clave, formaba parte del argumento. Así fue cómo empezó Sharon a utilizarla. -Súbitamente se acercó la mano a la boca-. Dios mío -exclamó con voz entrecortada.

– Nellie, por el amor de Dios, ¿por qué no nos lo has dicho antes? -le preguntó Zigman.

– Lo había olvidado, Dios mío, Perdóname. Sí, claro, lo sacó de la película. Fue una de sus primeras películas.

Una película histórica en la que ella conseguía enviar un mensaje destinado a salvar a su padre adoptivo de la guillotina y avisaba a alguien que podía ayudarles utilizando "Lucie" como segundo nombre, un nombre en clave.

Culpepper la miró severamente sin moverse.

– ¿Qué película? -le preguntó de nuevo.

Nellie le miró con rostro inexpresivo y se esforzó por recordarlo.

Todas las personas que había en la estancia la observaban expectantes y en silencio. Al final, Nellie respiró hondo, abrió mucho los ojos y se levantó.

– Lo sé, ahora lo sé -dijo alborozada y con labios temblorosos-. Aquella sobre la revolución francesa. Sharon interpretaba el papel de la hija adoptiva de un noble perseguido por Danton y ella se ocultaba con su padre adoptivo y otras personas y tenía que ponerse en contacto con un joven diplomático americano a punto de abandonar París tenía que enviarle un mensaje desde el manicomio dirigido por un tal doctor Bel… -Juntó histéricamente las manos-. ¡Ya lo tengo! “Los clientes del doctor Belhomme”. ¡La película se llamaba “Los clientes del doctor Belhomme”!

Culpepper la asió del brazo y le preguntó.

– ¿Y la clave pertenecía a esta película? -le preguntó.

– ¡Con toda seguridad! Formaba parte del argumento, hacia el final, por eso Sharon se acordaba y decidió después utilizarla en broma. -Presa de la excitación se libró de la mano del capitán y a punto estuvo de tropezar con las piernas de Zigman al intentar cruzar la estancia-. ¡Sé dónde está! Tengo los guiones de todas las películas de Sharon, todos los guiones encuadernados en cuero. La clave se explica en el guión.

Se acercó a las estanterías de libros que había al otro lado de la estancia. Se inclinó hacia delante para estudiar la primera estantería situada detrás de un anaquel con dos pequeñas matas de violetas africanas.

Recorrió con los dedos los lomos de los volúmenes de los guiones encuadernados en cuero azul y con estampaciones en oro.

– “¡Los clientes del doctor Belhomme!” -gritó al tiempo que sacaba el volumen y los demás corrían a reunirse con ella.

Estaba pasando las páginas del final-. Tiene que estar hacia el final, antes del desenlace. Era muy emocionante.

Lo recuerdo, lo recuerdo muy bien, no puedo estar equivocada. Sharon finge, con los demás, ser una paciente del manicomio, y envía a alguien con un mensaje en el que aparentemente pide un medicamento.

Teme que, si escribe la verdad acerca del apuro en que se encuentra y de la necesidad de que se la salve, los revolucionarios del Terror averigüen sus planes y la detengan junto con su padre.

Entonces su padre recuerda una inteligente clave secreta, una clave muy sencilla que probablemente utilizaba el rey Luis Xiv.

Y se la explica a Sharon. Y ella la usa y… -Nellie guardó silencio y empezó a leer para sí misma frunciendo el ceño-.

¡Maldita sea! -exclamó cerrando de golpe el volumen-. Menciona la clave, pero no explica su utilización.

– Pero, ¿qué…? -empezó a preguntarle el capitán Culpepper.

– Sólo dice: "Primer plano. Giséle y el conde de Brinvilliers explicándole a Giséle una clave secreta que había aprendido en su infancia. Ella la repite ansiosamente y empieza a escribir.

En la siguiente escena, ella entrega el mensaje cifrado a un sirviente del manicomio que se dirige a la legación americana de París".

Eso es absurdo porque en la película se especificaba. -Por primera vez su mofletudo rostro se relajó y se dibujó en él una radiante sonrisa de triunfo-.