En aquellos momentos Trigg estaba examinando una serie de papeles en los que figuraban los informes de los investigadores y patrulleros que rastreaban las principales carreteras de las inmediaciones de las Gavilán Hills y los resultados obtenidos tras mostrarles a los rancheros y propietarios de la zona las fotografías multicopiadas de Howard Yost.
– No estoy seguro de que se parezca mucho -les había dicho Culpepper a los jefes de equipo de emergencia y al “sheriff” Varney de Riverside al distribuir las impresiones en blanco y negro-. Esta fotografía le fue sacada hace tres años para el carnet de conducir.
No hemos podido conseguir ninguna otra de su mujer. Esta ha sufrido un ataque y han tenido que administrarle sedantes. Pero su secretaria nos ha dicho que solía ir bien afeitado y que llevaba el cabello corto.
Nuestras pruebas de laboratorio indican que probablemente llevaba un poblado bigote postizo y unas patillas largas postizas.
Nuestros dibujantes se han encargado de pintarle bigote y patillas.
Las pruebas han demostrado también que se había teñido el cabello de un color más oscuro que el suyo. No sé si estas fotografías servirán de gran cosa pero muéstrenlas por si alguien le reconoce.
Es lo mejor que podemos hacer. Ahora, a juzgar por la expresión del rostro del teniente Trigg, resultaba evidente que ningún ranchero ni habitante de las zonas más pobladas de las colinas había visto a nadie que se pareciera a Howard Yost en el transcurso de las dos semanas últimas.
Sentados discretamente en dos sillas plegables colocadas en el interior del remolque, ambos al borde del agotamiento, Félix Zigman, mascando un puro sin encender, y Nellie Wright, haciendo distraídamente trizas un pañuelo Kleenex, observaban a Trigg y a Culpepper en cuyos rostros se observaban signos evidentes de desaliento.
El descubrimiento de la clave de la nota de rescate de Sharon y la pista general acerca de su posible paradero habían ejercido en Félix Zigman y Nellie Wright el fugaz efecto de una inyección de adrenalina.
La rapidez con que se había organizado la operación conjunta de los distintos centros policiales les había inducido a abrigar nuevas esperanzas en relación con la posibilidad de que Sharon Fields pudiera ser encontrada con vida antes de que fuera demasiado tarde.
Aturdidos por la velocidad de la operación, ambos habían perdido la noción del tiempo.
Una hora antes o tal vez menos el helicóptero más grande del Departamento de Policía de Los ángeles, un Bell Jet Ranger A-4, había tomado tierra en la propiedad Fields. Era un helicóptero de los que se utilizan en operaciones de emergencia, capaces de albergar a cinco personas, incluido el piloto.
Zigman y Nellie habían subido a bordo del mismo en compañía de Culpepper, Trigg y Neuman, les habían seguido en dos helicópteros Bell 47-B más pequeños.
En constante comunicación con el Departamento de Policía de Los ángeles y la oficina del “sheriff” del condado de Riverside, el gran helicóptero había realizado el vuelo desde Bel Air hasta el mismo corazón de Arlington en cuarenta minutos y sus pasajeros habían desembarcado en el aparcamiento de la avenida Magnolia cuyo tráfico estaba siendo controlado por oficiales motorizados.
Varios oficiales de la policía acordonaban la zona para impedir el paso a los mirones.
Zigman y Nellie habían seguido al rápido Culpepper y a sus ayudantes a través del aparcamiento bloqueado del que habían sido apartados los automóviles de los compradores y en el que ahora se encontraba el enorme remolque.
Se encomendaron misiones a los ayudantes del “sheriff” de Riverside y a varios oficiales del Departamento de Policía de Los Angeles y empezaron a llegar automóviles con hombres clave del equipo especializado de emergencia reunido por Culpepper.
Se habían congregado también gran número de coches patrulla blanco y negros del “sheriff” de Riverside con los emblemas de la campana de misión pintados en los laterales. Se rogó a los representantes de la prensa, radio y televisión que utilizaran una tienda sin ocupar que había al otro lado de la calle en calidad de sala de información.
Se comunicó bruscamente a éstos las escasas noticias que se conocían y se les indicó que no recibirían más detalles hasta que se produjera un resultado definitivo y pudiera anunciarse oficialmente alguna cosa en uno u otro sentido.
– En uno u otro sentido -había murmurado Zigman por lo bajo pensando que ello significaba Sharon viva o Sharon muerta (o no hallada).
Diez minutos antes, al recibirse informes negativos de los helicópteros de patrulla Bell 47-G que sobrevolaban la zona y de los patrulleros que estaban recorriendo las cercanas colinas, el capitán Culpepper decidió concentrar todos sus esfuerzos en una investigación más localizada.
– ¿Han transcurrido dieciséis días desde su desaparición, no es cierto? -les preguntó a Zigman y a Nellie Wright.
– Esta mañana se han cumplido los dieciséis días -le confirmó Zigman.
– Muy bien -dijo Culpepper llamando al sargento Neuman desde la entrada del remolque.
– Sargento, hasta ahora no hemos obtenido ningún resultado positivo. Como no encontremos inmediatamente una pista, estaremos perdidos.
Hasta ahora no hemos podido descubrir nada en estas malditas colinas. Si los secuestradores de la señorita Fields la han mantenido prisionera en algún lugar aislado durante tanto tiempo -dieciséis días son muchos-es lógico pensar que se les agotaran algunos suministros, por ejemplo, alimentos perecederos.
Cabe la posibilidad que uno de ellos haya bajado un par de veces a Arlington para surtirse de provisiones. Me parece lógico que así haya sido.
– Creo que merece la pena investigarlo -repuso, Neuman.
– Sí, eso estaba pensado. Que todos los hombres que no estén cumpliendo otras misiones se dediquen a recorrer la zona comercial de Arlington. Que nuestros oficiales les muestren la fotografía de Howard Yost a todos los tenderos y dependientes de Arlington.
Que se les pregunte también acerca de todos los forasteros que puedan recordar, sobre todo si les comentaron que venían de las montañas o les vieron nerviosos e inquietos. Ya sabe usted el procedimiento.
No disponemos de muchas alternativas, por consiguiente, que no se diga que no le damos a Arlington una oportunidad. Ya habían transcurrido diez minutos sin llegar a ningún resultado positivo. El capitán Culpepper se apartó de los mapas con aire sombrío.
– Hay demasiadas carreteras y caminos que conducen a estas zonas aisladas.
Quedan después bruscamente interrumpidos y no hay más que arbustos, zonas desiertas, árboles y precipicios.
Tardaríamos muchos días en explotar todos los kilómetros cuadrados de las Gavilán Hills aunque redujéramos la búsqueda a las zonas cercanas a los dos lagos.
Willie, ¿se ha conseguido algún resultado que merezca la pena con los helicópteros o las entrevistas que se están realizando por las colinas?
– Un par de falsas alarmas -repuso Trigg con aire abatido-. Nada concreto. Ni el menor indicio.
– Voy a salir fuera a fumarme un pitillo.
A medida que pasaban los minutos, Zigman y Nellie Wright se iban sumiendo en una desesperación cada vez más honda. Después, poco a poco, empezó a desarrollarse una mayor actividad en el interior del remolque.
Culpepper entró con dos investigadores. Habían estado recorriendo toda la zona comercial de Arlington. Habían estado en un comercio de antigüedades, en una tienda de muebles, en una tienda de óptica, en un taller de reparaciones de televisores, en una academia de karate, en un comercio de granos y piensos, en dos barberías y en otros establecimientos.
– ¿Qué es esta nota de la barbería? -preguntó Culpepper.
– Creíamos haber descubierto una pista -repuso uno de los investigadores-. El dueño de la barbería ha dicho que hace tres días vino un joven muy nervioso que quiso que le arreglaran la barba.