– Señor Middleton estamos trabajando en este caso y buscamos desesperadamente una pista que pueda ayudarnos. Tenemos fundadas sospechas de que los secuestradores se encuentran por esta zona.
– ¿Por esta zona? Vaya, ahora comprendo todo el jaleo.
– Sí, y creemos que es posible que uno de los sospechosos acudiera a Arlington a efectuar algunas compras.
Hemos estado interrogando a distintos propietarios de establecimientos de esta ciudad. El sargento Neuman ha venido aquí hace cosa de media hora. Usted no estaba y ha hablado con la señorita Schomberg.
Ha sabido que un forastero aparentemente rico vino aquí un día de las dos últimas semanas, efectuó algunas compras y pidió varios artículos que eran bueno, que no eran muy corrientes, puesto que usted no los tenía y ordenó encargarlos.
– Me extrañó un poco tratándose de una ciudad como ésta -dijo Middleton moviendo la cabeza-.
Pero nos gusta servir bien a los clientes y los anoté para que la señorita Schomberg los encargara.
Y ahora, poco antes de entrar ustedes, la señorita Schomberg me estaba diciendo que había venido un investigador a hacerle unas preguntas y he echado un vistazo a la lista de encargos. Creo que la tengo en el bolsillo. -Se metió una nudosa mano en el bolsillo de la blanca bata de farmacéutico y sacó la hoja de papel-. Aquí está.
– El caballero que compró -dijo Culpepper-, pidió el perfume Cabochard de Madame Grés, ¿verdad?
– Lo tengo aquí anotado.
– Y también pastillas de menta de importación Altoid. ¿Es eso?
– También -repuso Middleton complacido. -¿Tiene anotada alguna otra cosa?
El propietario de la droguería y farmacia siguió leyendo la lista.
– Sí, señor. Otra cosa. Largos. Dijo que eran unos cigarrillos como…
Nellie se adelantó excitada.
– ¡Largos! -exclamó-. ¡La marca de Sharon! Hace muchos años que los fuma. No puede ser coincidencia.
– Ya veremos -dijo Culpepper levantando una mano y volviendo a dirigirse a Middleton-. ¿Alguna otra cosa?
– Me temo que no -repuso Midleton doblando la hoja-. Estoy intentando recordar. Quería no sé qué publicación. Jamás había oído nombrarla. No me acuerdo.
– ¿”Variety”? -le preguntó Zigman.
– Lo lamento, no puedo acordarme -dijo Middleton sacudiendo la cabeza-. Lo siento mucho. -Súbitamente, su rostro compungido se iluminó con una sonrisa-. Recuerdo que compró otra cosa.
Quería uno de esos bikinis tan reducidos. Y yo le digo: "¿De qué talla?" Y él dice: "La talla no la sé, pero conozco sus medidas fundamentales". Y me las indicó y eran de las que hasta a un viejo impresionan -dijo riéndose.
– ¿Qué medidas eran? -preguntó Culpepper.
– Yo diría que poco corriente. Eran noventa y cinco, sesenta y dos, noventa y tres.
Culpepper miró a Nellie que había empezado a brincar de excitación.
– ¡Son las suyas! -exclamó ésta muy orgullosa-. ¡Noventa y cinco, sesenta y dos, noventa y tres! ¡Son las de Sharon!
– Muy bien -dijo Culpepper sin inmutarse y mirando al anciano propietario de la tienda-.¿Cuándo estuvo aquí este cliente?
– A principios de semana. Debió ser el lunes o el martes.
– ¿Cree usted que podría reconocerle si viera su fotografía?
– Es posible. Tal vez sí. Viene tanta gente pero, si no me equivoco, era un hombre corpulento, amable y cordial, hizo algunos comentarios jocosos.
– Sargento Neuman, muéstrele la fotografía.
Neuman le mostró al propietario la fotografía de Yost. Middleton la examinó vacilando.
– Pues, no sé.
– Es una fotografía antigua. Pensamos que ahora llevaba bigote y tal vez el cabello un poco más largo. El bigote que ve aquí se lo han pintado.
– Tengo idea de haberle visto. Tal vez fuera él. Me parece que llevaba gafas ahumadas de esas grandes, por consiguiente, es un poco difícil recordarle la cara. Pero era una cara ancha y la cabeza era así.
– ¿Está usted seguro de que puede identificarle?
– No podría jurárselo sobre la santa Biblia pero, tal como le digo, me parece que le he visto. -Le devolvió la fotografía a Neuman-. Tal como le digo, aquí entra y sale mucha gente todo el día y no puedo recordar a todo el mundo.
– ¿Le dijo de dónde venía o a dónde iba?
– No recuerdo.
Culpepper le dirigió a Neuman una mirada de cansancio.
– Bueno, me parece que de aquí no pasamos. -Le dirigió al propietario de la farmacia una amable sonrisa-. Gracias por su… ah, otra pregunta si no le importa. ¿Iba solo este hombre?
– Aquí en la tienda entró solo -repuso Middleton-. Pero, cuando salimos, vi que le recogía un amigo.
Culpepper se animó de improviso.
– ¿Un amigo, dice usted? ¿Y había salido usted a la calle? ¿Vio al amigo?
– No muy bien. El tipo se encontraba sentado detrás del volante del cacharro de ir por las dunas. No le vi muy bien y, además, no había ningún motivo para que le prestara atención.
– Cacharro de ir por las dunas -repitió Culpepper-¿Iban en uno de esos cacharros?
Middleton se lo confirmó entusiasmado.
– Eso sí lo recuerdo muy bien porque me enteré de algo que no sabía y que hoy mismo he querido comprobar.
– Me gustaría que me lo contara, señor Middleton -dijo Culpepper haciéndole un gesto a Neuman para indicarle que deseaba que tomara notas-. ¿De qué se enteró usted?
– No tiene importancia pero se trataba de una cosa que no sabía y por eso me quedó grabada en la memoria.
Este hombre de quien estamos hablando, el que efectuó estas compras, me pagó y me dijo que tenía prisa porque pasarían a recogerle. Y salió corriendo. Pero entonces observé que se había dejado el cambio sobre el mostrador. No recuerdo la cantidad.
– No importa -dijo Culpepper impaciente.
– Bueno, no quería que pensara que le habíamos estafado pero pensé que ya se habría ido. Sin embargo, al levantar la vista, vi que había vuelto a entrar en la tienda para recoger otro paquete que había dejado junto a la puerta.
Le llamé pero no me oyó porque ya había salido a la calle. Entonces recogí el dinero y salí tras él para entregárselo.
Y le encontré colocando los paquetes en el cacharro. Le entregué el cambio antes de que subiera y él me dio las gracias. Entonces me fijé en el cacharro porque yo había tenido uno en mi rancho.
– ¿Y qué tenía de insólito el vehículo?
– Yo no diría tanto. Todos ofrecen distintos aspectos pero son iguales, no sé si me explico; éste me parece que tenía como una especie de toldo para protegerse del sol. Pero eso no fue lo que me llamó la atención.
Mire, lo malo de estos cacharros -lo descubrí en el mío hasta que al final me desprendí de él por este motivo-es que pueden usarse por terreno escabroso, por las montañas y en el rancho, pero en la ciudad no sirven porque el asfalto se les come los neumáticos.
Lo cual significa que tienes que disponer de dos coches, un cacharro para el campo y un automóvil distinto para la ciudad, cosa que muy poca gente puede permitirse.
Y yo le hice una advertencia a aquel hombre y le dije que no utilizara el cacharro para ir por la ciudad porque le estropearía los neumáticos nuevos que llevaba.
Y entonces él me dijo una cosa que yo no sabía, es decir, que ahora han sacado unos neumáticos para todo terreno que pueden utilizarse tanto en terreno escabroso como sobre asfalto.
Miré los neumáticos para ver cómo eran por si me decidía a comprar otro cacharro.
Los neumáticos eran de marca Cooper Sixties y decidí hacer averiguaciones al respecto.
– ¿Las hizo usted?
– Hoy precisamente. Me he encontrado al joven Conroy en el bar -es el propietario de la tienda de accesorios de automóvil que hay aquí abajo-y le he preguntado si conocía la marca Cooper Sixties y él me ha dicho que sí, que hoy en día había muchas marcas de neumáticos de doble uso pero que él recomendaba especialmente el neumático Cooper Sixty Paso Rápido.