El corazón de Doug empezó a latir rápidamente. En aquel momento, supo que estaba perdido. Debería haberse dado cuenta cuando le contó todos los detalles de su infancia. Sólo con aquella sonrisa, había comprendido que estaba empezando a tener unos sentimientos muy fuertes por aquella mujer.
Cuando le dijo a Merrilee que creía en los finales felices, no había mentido. Lo único que ocurría era que nunca habría pensado que una mujer pudiera inspirar aquella clase de sentimientos en él, y mucho menos Juliette Stanton, la mujer a la que sólo necesitaba por unas razones egoístas. Sólo quería la información que ella tenía y que él tanto necesitaba. Acababa de admitir que había ido a la isla para solucionar algo que estaba relacionado con su padre. Se preguntó si el senador Stanton estaría implicado con su protegido en aquellos negocios tan sucios, aunque dudaba que fuera así. En la información de la que disponía, nunca se había mencionado al senador y su reputación estaba por encima de toda duda.
Aquellos pensamientos hicieron que Doug volviera a pensar de nuevo en Juliette y en su relación con Stuart Barnes. Aquella mañana, ella le había preguntado si había estado comprometido. Juliette había hablado de verse arrastrada por las circunstancias y de que así, una persona podría terminar hasta contrayendo matrimonio. Sin duda alguna, había estado hablando tanto sobre sí misma como sobre él.
Así que Juliette sería capaz de comprender lo que significaba anteponer a un padre a sí mismo. Desgraciadamente, no apreciaría ser la que resultara sacrificada por dicha causa. Pensó entonces en su padre, que estaba en la unidad de cuidados intensivos, y en la sonrisa que había visto en su cansado rostro cuando había ido para decirle que se marchaba a buscar su historia. Sólo sabía una cosa. No le había quedado elección.
¿Cómo lo sabía? Juliette estaba delante de la puerta del armario, que era también un espejo de cuerpo entero, mirando los vaqueros, la camisa blanca con la camiseta debajo y un par de sencillas botas negras. Todo era de su talla, todo resultaba cómodo y fácil de llevar. Se preguntaba una y otra vez cómo Doug había podido saber lo mucho que necesitaba aquellas prendas que simbolizaban una vida corriente.
No se había puesto algo tan simple desde la universidad. Ya no había un par de vaqueros en su guardarropa. Siempre, y especialmente desde que había empezado a salir con Stuart, había sido muy consciente de ser el foco de atención, por lo que siempre había salido de la casa muy bien vestida y con aspecto muy conservador.
Cuando oyó el timbre, echó a correr hacia la puerta, con la intención de darle las gracias a Doug en cuanto lo viera. Sin embargo, cuando le rodeó el cuello con los brazos y sintió que él le acariciaba la cintura, sintió que la simple gratitud se convertía en algo más, algo básico y elemental, salvaje y libre.
Echó la cabeza hacia atrás, tan sólo con la intención de mirarlo, pero aquel movimiento tuvo como resultado un contacto más íntimo entre ellos. Su firme pecho, cubierto por una camisa vaquera, se apretaba contra el de ella, acrecentando las sensaciones de sus sensibles senos. La hebilla del pantalón se le apretaba contra el vientre, pero aquella presión no era nada comparado con la firme columna de su erección, que se frotaba contra su feminidad y agrandaba aún más su deseo.
– ¿A qué debo una recepción tan entusiasta? -preguntó Doug sin soltarla.
– Has anticipado mis necesidades.
– ¿Cómo puedes estar tan segura de eso, cuando ni siquiera conoces lo que tengo planeado para esta noche?
– Con los vaqueros será más que suficiente.
Doug la retiró lo justo y la hizo girar sobre sí misma para poder admirarla.
– Veo que te sientan muy bien -dijo. Al oír aquellas palabras, Juliette se sonrojó. Él lo vio enseguida y le acarició suavemente las mejillas con un dedo-. ¿Es que no has oído nunca antes un cumplido?
– Claro que sí, pero nunca dirigido a mí.
– En ese caso, los hombres de Chicago deben de ser ciegos. No me digas que una hermosa mujer como tú nunca ha tenido una relación seria.
Juliette suspiró. De repente, sintió deseos de compartir la verdad sobre su pasado, que se estaba convirtiendo en una carga demasiado pesada. Quería contárselo todo a Doug.
– Probablemente estuve más cerca de casarme que tú.
– ¿Cómo de cerca?
– Lo suficiente como para llevar puesto el vestido de novia.
Doug se quedó sorprendido. Nunca había esperado que ella le contara tanto en tan poco tiempo. Los remordimientos volvieron a apoderarse de él.
Estaba utilizando su fantasía y todo lo que sabía que ella necesitaba de un hombre para conseguir la información que ayudara a su causa y, sin embargo, todavía no había hecho nada por ella. Todo era falso. Juliette era hermosa por dentro y por fuera y también muy deseable. Más que nada, quería que ella también lo creyera.
– ¿Qué clase de estúpido fue capaz de estar a punto de casarse contigo y de dejarte escapar?
– De la clase que tiene aspiraciones más altas de las que se merece -dijo Juliette mientras se soltaba de él y se recogía el cabello en una coleta-. Bueno, ¿qué tienes planeado para esta noche?
El cambio de tema había resultado más que evidente. Doug sabía que tenía que aceptarlo. Después de todo, ella había confiado mucho más en él de lo que habría imaginado nunca en un solo día.
– ¿Te da esto una pista?-respondió él, sacándose un pañuelo rojo del bolsillo.
– Nada.
– Me desilusionas. Si unes esas ropas a este pañuelo…
– Nada de nada -dijo Juliette entre risas.
– Parece que vas a tener que seguirme la corriente. Y confiar en mí -añadió, mientras plegaba el pañuelo y, tras colocarse detrás de ella, le vendaba los ojos-. Ahora sí que es una verdadera sorpresa.
– No veo nada -se quejó ella, extendiendo las manos.
– De eso se trata precisamente. Dame la mano.
Así salieron al exterior del bungaló, en dirección al coche eléctrico que él tenía esperando. La ayudó a sentarse y le colocó el cinturón de seguridad. Al inclinarse sobre ella y aspirar su olor, el deseo se apoderó de él, por lo que tuvo que rezar para tener fuerza de voluntad para contenerse.
– Bueno, ya está. ¿Te encuentras bien?
– Me muero de curiosidad, pero sí.
– Estupendo. La anticipación es la mitad de la diversión. Ahora, agárrate.
Rápidamente dio la vuelta al coche para ponerse al volante. Arrancó el vehículo y lo hizo bajar por un sendero apartado, hacia un lugar del que el personal de Merrilee le había hablado anteriormente.
– Bueno, ya hemos llegado -dijo, tras detener el coche-. ¿Tienes ya alguna pista? -añadió, al ver que ella olisqueaba el aire.
– Huele a…
Antes de que Juliette pudiera terminar la frase, Doug le quitó el pañuelo para que pudiera ver. La joven parpadeó mientras sus ojos se adaptaban a la luz y conseguía ver dónde estaban.
– ¡Caballos! Huele a estiércol de caballo. ¡Estamos en un establo! -exclamó, encantada-. ¡Qué sorprendente! Siempre he querido montar a caballo -añadió mientras bajaba del vehículo-. Cuando era pequeña, le supliqué a mi padre que me comprara un caballo. Él se echó a reír y, en vez de eso, me compró un perrito. Él no hacía más que ir y venir de Washington DC. Lo hacía con tanta frecuencia que no habría podido cargar, ni cargarnos, con la responsabilidad de un poni, pero nunca dejé de desear uno.
Otro dato más. Doug sabía que aquél era un buen momento para preguntarle por su padre, pero no quiso destruir el momento. Además, estaba disfrutando demasiado con la alegría y la excitación que ella demostraba.
– No sabía que tuvieran caballos aquí.
– No hay mucho que Merrilee haya pasado por alto -contestó él.