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Se pasó una mano por los ojos. Aquello no podría ocurrir. Ya había llevado las cosas más allá de lo que nunca hubiera debido y la inquietud con la que se comportaba Juliette revelaba lo incómoda que se sentía. El único modo de distraerse era hablar.

– ¿Te compraste toda la ropa para este viaje? -le preguntó él, recordando que ella había comentado que casi no reconocía la ropa que tenía en la maleta.

– No -respondió ella, riendo de una manera que le hizo pensar que aquéllas eran las prendas que se había comprado para su luna de miel.

Sin poder evitarlo, se preguntó si aquellos minúsculos trajes de baño habrían estado destinados para los ojos de otro hombre. Cuando se le ocurrió aquel pensamiento, sintió que el estómago se le hacía un nudo al pensar que otro hombre pudiera haber estado mirándola. Doug quería ser el único hombre que pudiera contemplar las varias facetas de Juliette Stanton… ¡Dios santo! ¿De dónde habían salido aquellos sentimientos de posesión?

– No -reiteró Juliette-, mi hermana me sorprendió con este viaje… y con el guardarropa.

– Tu hermana debe de ser increíble -dijo él, sintiendo una profunda sensación de alivio.

– Sí, es muy especial. En realidad, somos gemelas. ¿Y tú? ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No. Mis padres no podían tener hijos, y por eso me aceptaron tan fácilmente. ¿Os habéis llevado siempre tan bien tu hermana y tú?

– Sí. Es mi mejor amiga. Me ayuda siempre en los momentos más difíciles.

Al oír que ella hablaba así de su más reciente pasado, sintió que se le hacía un nudo en el estómago. ¿Cuántas veces había devorado la información cada vez que alguien le había vaciado su alma? Si había sentido escrúpulos, los había acallado con el pretexto de que estaba haciendo su trabajo. Sin embargo, con Juliette todo era diferente.

– Entonces, estáis las dos. Tal vez seáis gemelas, pero tú eres demasiado única como para que alguien se te parezca. Eres demasiado especial -admitió.

– Gracias. Gillian, mi hermana, es mucho más extrovertida que yo, mucho menos reservada…

Su voz se interrumpió bruscamente. Doug supo inmediatamente que estaba pensando en lo que había ocurrido durante la tormenta. Sus pensamientos se vieron confirmados cuando un ligero rubor cubrió sus mejillas.

– Eh… ¿Qué te pasa? Se suponía que debía darte buenos recuerdos para reemplazar los malos, no para hacer que te sintieras demasiado avergonzada como para poder estar conmigo.

– Es sólo que…

– Dilo.

– Es como si te lo hubiera pedido y tú me lo hubieras suministrado. Y tú no sacaste nada a cambio.

¿De verdad no lo entendía? Se había sentido tan afectado por su orgasmo que casi había tenido él uno con sólo mirarla. Nunca había tenido sentimientos tan fuertes con respecto a una mujer, nunca se había preocupado tanto por el placer de otra persona sin ver el suyo correspondido.

– No es así tal y como yo lo recuerdo…

– ¿Me estás diciendo que no fui yo sola la que sintió algo?

– Los dos tenemos nuestras fantasías, Juliette…

¿Qué era lo que le había dicho a Merrilee? «Necesito saber que puedo anteponer las necesidades de una mujer a las mías». En aquellos momentos, aquello sólo habían sido palabras para sacarle del paso y conseguir que Merrilee lo emparejara con Juliette, aunque tenían algo de verdad. Sin embargo, al besarla, al acariciarla, al darle placer, Doug había aprendido que no sólo era posible anteponerla a ella físicamente, sino que quería anteponerla también emocionalmente.

Al volver a mirar a Juliette, vio que ella se había inclinado hacia delante, esperando que él siguiera hablando. Lo que más le extrañó fue que no le importaba contárselo. No había esperado tener que hacerlo, pero ella había hecho que deseara abrirse a ella y compartir.

– Recientemente, hice mucho daño a alguien a quien apreciaba mucho. Desde su punto de vista, yo la estaba utilizando y supongo que esa apreciación no estaba lejos de la realidad. Ahora, quiero demostrar que puedo anteponer las necesidades de una mujer a las mías.

– ¿Y te sirve cualquier mujer para ello?

– No, claro que no. Además, tú no eres una mujer cualquiera, al menos no para mí.

– Sin embargo, no me puedes negar que lo que ocurrió entre nosotros fue sólo por mi parte. Y tengo que saber… ¿me estabas utilizando para demostrar algo?

– No más de lo que yo creo que tú me estabas utilizando a mí para realizar tu propia fantasía. Eres muy testaruda… Técnicamente, sí, fue sólo por tu parte, pero…

– ¿Pero qué?

– Has empezado a significar mucho para mí -respondió él, inclinándose hacia ella hasta que sólo estuvieron separados por unos pocos centímetros-. He disfrutado viéndote y escuchándote… ¿Sabes que haces esos soniditos, esos suspiros, esos gemidos de placer?

Las pupilas de Juliette se dilataron. Un ligero rubor le cubrió el rostro y abrió ligeramente la boca para luego cerrarla sin emitir ni un solo sonido. El mismo Doug sintió que un intenso calor estaba inundando su cuerpo y empezó a sudar. Al tratar de convencerla a ella, se estaba excitando de nuevo. Aquélla era su pena y su castigo. Estar tan cerca de la mujer que deseaba y saber que tenía que mantener las distancias, tanto por el bien de ella como por el suyo propio. Para hacer que su propia fantasía se convirtiera en realidad, para estar seguro de que podía anteponer las necesidades de una mujer a las suyas, no podía ir más allá. No podía acostarse con ella, aun sabiendo que, al hacerlo, haría realidad una fantasía de otro tipo, porque su conciencia y su alma corrían un riesgo. Igual que su corazón.

– ¿Y sabes lo que ocurre con esos sonidos?

– ¿Sí?

– Me excitan.

Juliette tragó saliva. Estaba volviendo a hacerlo. Para calmar uno de sus anhelos, estaba despertando uno nuevo y de una clase completamente diferente.

Sabía que estaba tratando de convencerla de que darle placer había resultado placentero para él también, y lo estaba consiguiendo. Aquello le recordó que, igual que él estaba tratando de cumplir su fantasía anteponiendo las necesidades de otra persona a las propias, ella también debía cumplir la suya, que era liberarse completamente en aquella semana y ser ella misma. Se había jurado que experimentaría, sin ataduras, sin inhibiciones…

– ¿Doug?

– ¿Si?

– ¿Estás todavía excitado? -le preguntó. Para hacerlo, tuvo que armarse de valor y pensar en el poco tiempo que les quedaba en la isla.

Él respondió con un «sí» apenas susurrado. Entonces, Juliette agarró los extremos de la toalla y lo estrechó contra ella. Aspiró su aroma, potente y masculino. Su cuerpo, ya excitado, lo hizo aún más. Los pezones se le endurecieron y el deseo fue despertándose en su vientre, unas reacciones que ya le resultaban familiares y bienvenidas. En tan poco tiempo, se sentía más próxima en aquel terreno a Doug de lo que lo había estado nunca con su prometido.

– Esta vez, deja que sea yo la que se ocupe de ti.

Susurró aquellas palabras casi al mismo tiempo que cubría la boca de él con la suya, excitándolo con el movimiento de sus labios al pronunciar sus palabras. Quería excitarlo con las palabras y con sus caricias, exactamente como Doug había hecho con ella.

Él la agarró por los hombros, para así hacer que el beso fuera ligero y evitar que sus cuerpos se tocaran íntimamente. Sin embargo, Juliette decidió poner a prueba todas sus armas de mujer e insistió, acariciándole los labios con la lengua.

Evidentemente, consiguió lo que buscaba porque, de repente, Doug dejó que profundizara el beso y que aquél fuera el más dulce que ella hubiera conocido nunca. Juliette se imaginó que había hecho progresos, pero, cuando él acompasó sus movimientos y utilizó la lengua tal y como ella lo estaba haciendo, ya no pudo seguir pensando.