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Capítulo 6

Aquello era un paraíso. Allí era donde se sentía Doug. Se estaba perdiendo en aquella cálida, dispuesta y húmeda boca una vez más. Las señales de peligro estaban sonando con fuerza en su interior, pero no podía apartarse de Juliette para obedecerlas. Sin romper el beso, sus manos fueron deslizándose de los hombros para terminar agarrándola por la cintura. Las barreras, aunque fueran de seda, ya no eran aceptables, así que levantó la suave tela para poder acariciar la suave piel de Juliette.

– Te toca a ti, ¿te acuerdas? -susurró ella, agarrándolo con firmeza por las muñecas.

La suave voz de Juliette lo sacó de las brumas del deseo y lo devolvió a la realidad. Podría mentirle a ella, pero no podía mentirse a sí mismo. Quería todo lo que ella quisiera darle. Lo único que podía hacer era aceptarlo.

– Ya te dije que no esperaba nada a cambio.

– Lo sé, me diste placer porque lo deseabas, aunque estabas demostrándote algo a ti mismo. Ahora, soy yo la que quiere darte placer.

Entonces, respiró profundamente, como si se armara de valor, y colocó la mano en la pretina del pantalón. Doug apretó los dientes. Juliette sintió el deseo y lo apretó con más firmeza, deslizando al tiempo la palma de la mano arriba y abajo, lenta pero muy sensualmente. El cuerpo de él despertó bajo sus caricias hasta el punto de casi ya no poder mantener el control.

– ¿Vas a negar que te gusta eso? -preguntó ella. Doug no pudo ni negar ni afirmar nada. Las sensaciones eran demasiado intensas-. Yo creo que las pruebas hablan por sí solas.

Juliette se echó a reír. Sin embargo, cuando trató de alcanzar al botón del pantalón,

Doug supo que tenía que hacer algo para impedirlo antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Sin embargo, también sabía que le estaría haciendo mucho daño si la rechazaba.

Aunque él ya le había explicado su fantasía, Juliette seguía sin comprender del todo por qué él se había detenido tan pronto. Considerando lo mucho que la deseaba, a él mismo le estaba costando mucho entenderlo. No podía reconocer al hombre que era capaz de hacer el sacrificio de no tomar lo que ella le ofrecía. No había hecho muchas cosas en su vida de las que sentirse orgulloso, y, sin embargo, negarse lo que más deseaba, lo que quería con más fuerza que la información que ella poseía era nuevo en él. Juliette era especial y sólo lo hacía por ella. Había sido Juliette la que había conseguido que se negara el placer sólo porque era lo mejor para ella. En cierto modo, le debía algo sólo por eso y aquél era el único modo en el que podía pagarle.

Ella consiguió desabrochar el botón de los pantalones y centró toda su atención en la cremallera. Doug respiró profundamente, preguntándose cómo podía pararla.

– ¿Te acuerdas que te dije que estuve prometida? -dijo ella, de repente-. Lo que no te dije fue que no había chispas -añadió, mientras empezaba a bajar la cremallera. Doug apretó aún más los puños en los costados-. No había excitación ni verdadero deseo.

Afortunadamente, se detuvo, porque Doug quería oír todo lo que tuviera que decir, y no podría hacerlo mientras lo estuviera desnudando. Aquellas palabras eran importantes, ya que le darían más conocimiento sobre ella, algo que deseaba por razones personales y no profesionales. Quería escuchar lo que ella tenía que decir porque necesitaba saber cuál era la fuente de su dolor, un dolor que quería hacer desaparecer, no por su fantasía, sino porque se sentía al borde de… de tener por ella sentimientos mucho más profundos.

– No me puedo imaginar a ningún hombre que no te desee…

– Entonces, deja de imaginar y confía en lo que te digo. No me deseaba y yo siempre pensé que era culpa mía. Había pasado por algo similar una vez anteriormente y el caso de mi prometido sólo reforzó ese sentimiento. Un hombre no podía desearme.

El instinto periodístico de Doug se puso en estado de alerta y le dijo que estaba muy cerca de conocer la verdad. Juliette podría estar a punto de admitir sus secretos.

– Tienes que saber que yo te deseo -susurró, tocándole la mejilla.

– Lo sé -dijo ella, sonriendo-. Y dado que estamos admitiendo nuestras fantasías, tienes que saber que estás haciendo que se cumpla la mía, y eso ha sido un regalo increíble.

– ¿Por qué?

– Me has devuelto la fe en mí misma…

Entonces, sin previo aviso, volvió a centrarse en la tarea que le había tenido ocupado unos minutos antes.

Juliette agarró la cinturilla de los vaqueros, lo que hizo que Doug se diera cuenta de que sólo le quedaban unos pocos segundos para tomar una decisión. No era un hombre indeciso. Perseguía sus fines sin importarle las consecuencias. Su carrera era prueba evidente de ello. Sin embargo, en lo que se refería a Juliette Stanton, todas sus intenciones se quedaban en nada en el momento en que estaba cerca de él.

Le agarró las muñecas y detuvo así sus decididos movimientos.

– Si te he devuelto la fe en ti misma, ¿significa eso que crees en mí?

– Claro.

– Y crees que te deseo…

Juliette asintió. Un ligero rubor le cubrió las mejillas cuando hizo un gesto muy significativo con la cabeza.

– Las pruebas son muy evidentes.

Doug entrelazó las manos con las de ella e hizo que se acercara más a él, para así poder tomarla entre sus brazos y resistir la tentación al mismo tiempo.

– Entonces, ¿podrás creer que quiero conocerte mejor antes de… corresponderte? Al menos en estos momentos.

– Creo en ti lo suficiente como para confiar en lo que dices -susurró Juliette, descansando la cabeza contra el pecho de él.

Entonces, cerró los ojos. Pudo imaginar su rostro a través de los párpados cerrados. Si había creído que era guapo antes, después de todo lo que habían compartido aquella noche, le parecía serlo más que nadie.

– Así deberías hacerlo. Recuerda que yo no soy el que tiene miedo de las tormentas. Si no quisiera estar aquí, podría marcharme enseguida.

Aquello tenía sentido. Por supuesto, podría marcharse. Al contrario del resto de los hombres que había habido en su vida, Doug no sabía quién era ella, así que, por lo tanto, no podía querer nada de ella más que sexo o compañía. Si se miraba el asunto de aquella manera, casi podía estar agradecida de que él hubiera decidido que prefería conocerla primero. Aquello la hizo relajarse y confiar en él aún más que antes.

Después de todo, ningún hombre había mostrado nunca interés por ella. Doug sí. Él le había hecho experimentar el lujo de verse mimada y cuidada por un hombre muy especial. Con Doug, se sentía deseable, como si, efectivamente, fuera el centro de su universo. Había veces que incluso olvidaba el dolor que había experimentado en su relación con Stuart y, después de que Doug hubiera completado la parte más básica de su fantasía, quería más.

Doug había dicho que quería conocerla mejor. Si aquél era el camino por el que podía cumplir sus deseos, no tenía problema alguno en ceder a ello.

– Bueno, ¿qué es lo que quieres saber sobre mí?

– ¿Qué te parece si comienzas por tu miedo a las tormentas? -preguntó Doug, acurrucándola un poco más contra su pecho.

– Mi padre nos construyó una casa en un árbol cuando teníamos ocho años. Se estaba tan bien allí que Gillian y yo pasábamos mucho tiempo en ella. Demasiado tiempo, así que mis padres tuvieron que restringirnos el horario. Éramos sólo unas niñas, ¿sabes?, así que teníamos que jugar allí fuera cual fuera el precio.

– Y yo que pensaba que eras la hija perfecta.

– Gillian era la traviesa, lo que me hacía parecer a mí la perfecta, pero eso vino después, a medida que me fui haciendo mayor. Con ocho años, sólo quería divertirme.