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Juliette necesitaba curar sus heridas. Doug necesitaba corregir sus errores. Si Merrilee cedía a la petición que él le había hecho, al tiempo que Juliette Stanton se sentía mimada y especial, Doug podría descubrir que era un ser humano, podría llegar a darse cuenta de que las personas son más importantes que una carrera.

Y que el amor era lo más importante de todo.

Capítulo 1

– Arréglate la falda. La tienes subida.

Juliette se sacudió el arrugado bajo de la minifalda vaquera que había tomado prestada de su ecléctica hermana y se colocó la camiseta de algodón, que le dejaba al descubierto un hombro.

– Esto es locura en su grado máximo -dijo, mientras cerraba la cremallera de su maleta. Entonces, se volvió a mirar a Gillian, su hermana gemela-. Explícame por qué te has gastado todos tus ahorros para que yo me pueda tomar unas vacaciones. Por mucho que aprecie tu gesto, no quiero unas vacaciones. No necesito unas vacaciones. Simplemente tengo que volver a hacer mi vida.

Gillian se echó a reír.

– Exactamente de eso se trata. Necesitas una vida, y por eso vas a hacer este viaje -replicó Gillian, colocándose las manos en las caderas y arrugando el traje pantalón que había tomado prestado a Juliette.

Las gemelas se habían cambiado la ropa como parte de un elaborado plan para eludir a los periodistas y conseguir que Juliette llegara al aeropuerto sin que nadie la molestara. Aunque Juliette comprendía que aquella farsa era necesaria, detestaba el engaño.

– Te aseguro que sólo voy a hacer este viaje porque tú te has tomado las molestias de organizármelo -dijo con voz más dulce.

– Y tú tienes que admitir que escapar de los periodistas y de los rumores tiene cierto atractivo -replicó Gillian.

Como sabía que su hermana tenía razón, Juliette dio un paso al frente y la estrechó fuertemente entre sus brazos.

– Ya sabes que yo también te quiero -añadió Gillian.

Juliette lo sabía. Si no hubiera sido por el apoyo de su hermana gemela, le habría resultado imposible soportar aquellas semanas. Desde el día en que Juliette había salido huyendo de la iglesia, los periodistas habían sido implacables. Habían asediado tanto la casa de Juliette como el apartamento de Gillian con la esperanza de conseguir la exclusiva de la Novia a la fuga. Sin embargo, nadie aparte de Gillian o del novio sabía por qué Juliette había cancelado la boda.

Nadie lo sabría nunca, al menos no hasta que Juliette hubiera decidido cómo podía proteger a su padre para que él pudiera retirarse del senado, con su reputación y su orgullo intactos. Entonces, la prensa podría cebarse con Stuart Barnes y sus trapicheos.

– ¿Has tenido noticias de ese piojo? -le preguntó Gillian mientras se sentaba.

Juliette negó con la cabeza. Aunque no podía decir que había estado enamorada de Stuart, lo que habían compartido había sido cómodo y seguro. En esos momentos, tenía que reconocer que había sido demasiado cómodo.

La perspectiva del tiempo le había hecho poder ver las razones por las que se habían comprometido. Eran dos y muy simples. Juliette adoraba a sus padres y tenía idealizada su relación. Eran unos padres maravillosos que se las habían arreglado para mantener a la familia intacta a pesar de la pecera en la que vivían. Juliette quería una familia estable y un matrimonio cómodo como el de sus padres. Había creído que podría compartir todas aquellas cosas con Stuart, un amigo de la infancia al que había creído conocer bien.

Además, estaba la otra razón por la que se había comprometido con él, la que le molestaba admitir. Aunque ni su madre ni su padre le habían pedido que se sacrificara, siempre había tomado el camino que se esperaba de ella. Tal vez porque Gillian siempre había sido la rebelde de la familia, ella, la hermana mayor por cuestión de minutos, siempre había sido considerada como la buena chica. Por eso, cuando Stuart puso los ojos en ella, se había dejado llevar por la relación sin cuestionarla. Como anteriormente se había visto herida por un hombre más interesado en el nombre de su padre y en sus contactos que en ella misma, Stuart, que siempre había formado parte de su vida, había sido la apuesta segura. Sus padres lo querían y confiaban en él, por lo que se habían sentido encantados con su relación, ya que les parecía que «Juliette y Stuart estaban hechos el uno para el otro».

Sin embargo, no había sido así en absoluto y, si Juliette se hubiera esforzado lo suficiente, habría visto las señales. Nunca había cuestionado su relación, ni siquiera su poco intensa vida sexual, algo por lo que, en el fondo, siempre se había culpado. Ciertamente, su anterior relación sentimental no había potenciado su confianza. Tal vez, desde el principio, había sabido que, si cuestionaba su decisión, descubriría que había vuelto a repetir su error. Stuart sólo quería alcanzar el escaño que el padre de Juliette iba a dejar muy pronto vacante en el senado. Nada más. Desde luego, no quería a Juliette Stanton, la mujer.

– Juliette, vuelve a la Tierra -dijo Gillian, chasqueando los dedos.

– Lo siento. Tengo demasiadas cosas en las que pensar. No, no he sabido nada de él desde que lo dejé en el altar, pero, ¿qué iba a decir?: ¿«Gracias por quitarme a la prensa de encima para que pueda quedarme con el escaño de tu padre en noviembre»?

– Mejor podría decir «soy un estúpido». Eso sería un comienzo.

– Estoy completamente de acuerdo. Y considerando que lo único que le faltó fue amenazar con arrastrar con él a papá, tiene suerte de que yo mantenga la boca cerrada sobre por qué me marché corriendo de aquella iglesia.

Stuart era el protegido de su padre, el elegido para sucederle. Si los sucios negocios de Stuart salían a la luz, el padre de Juliette y sus decisiones estarían bajo sospecha, viciando así todo lo bueno que había conseguido durante su cargo.

– Él confía en el amor que tienes por papá -dijo Gillian, apretando los dientes.

– Efectivamente, no confía en el amor que tengo por él -replicó Juliette, soltando una amarga carcajada.

Había pensado que habían compartido cariño y consideración basados en sus años de amistad. Incluso después de que el escándalo hubiera saltado a las primeras páginas de los periódicos, en el que se acusaba al socio en los negocios de Stuart, el congresista Haywood, de blanquear dinero de la Mafia a través de Coffee Connections, su negocio de importación y exportación, Juliette había creído las afirmaciones de su prometido. No era que hubiera cerrado los ojos a la verdad, sino que, como su padre, había creído en la integridad de Stuart. Dado que Stuart no había aparecido implicado en aquel escándalo y que luego la historia sobre el congresista Haywood no se había corroborado, Juliette había confiado en sus instintos.

¡Qué equivocada había estado! Una vez más. Había sorprendido a Stuart, a su socio y a un famoso capo de la Mafia teniendo un tête-à-tête en la iglesia minutos antes de que Stuart y ella se casaran.

Por fin había afrontado su vida y las mentiras, se había enfrentado a él y se había marchado. Aunque sus padres la apoyaron en su decisión y en su necesidad de intimidad, Juliette sabía muy bien que ellos también estaban esperando una respuesta.

– Las dos estamos de acuerdo en que esto debe mantenerse en secreto hasta que a ti se te ocurra un plan -dijo Gillian-, pero no me gusta que Stuart esté dejando que la prensa te cuelgue el sambenito de «Novia a la fuga» -añadió, mostrándole la caja del vídeo de la película del mismo nombre-. Tenéis el cabello muy parecido. Por cierto, ¿te he mencionado que me encantas con esos rizos? Estoy muy agradecida de que ésta sea la última vez que tengo que sentarme durante horas con el secador para copiar el modo en que te alisas el pelo con el fin de engañar a esos periodistas.