Cuando por fin salió a la superficie para tomar aliento, la encontró arrodillada al borde de la piscina.
– El ejercicio no te va a servir de nada si mueres en el intento.
– Necesitaba quemar un poco de energía.
– Más bien parecía que te estabas matando. ¿Qué es lo que pasa?
– He recibido malas noticias de mi casa.
– ¿Tus padres?
– Mi padre. Tuvo un ataque al corazón hace algún tiempo y anoche tuvieron que operarlo.
– Oh, lo siento -susurró ella, colocando una mano encima de la de él-. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
– No, pero gracias por preguntar.
– ¿Necesitas marcharte? -preguntó ella, con tal preocupación en la voz, que Doug sintió que no pudiera dirigir hacia ella la ira y la frustración que le había adjudicado mentalmente.
– En estos momentos no. La operación ha ido bien. Creo que se va a reponer.
– Me alegro mucho. Sé lo mucho que quieres a tus padres -dijo Juliette, sin poder ocultar su alivio-. Por supuesto, yo te echaría mucho de menos si tuvieras que marcharte.
Con aquella sincera afirmación, la furia de Doug terminó por desaparecer. No podía culparla de aquello por mucho que quisiera.
– Bueno, ¿qué haces levantada tan temprano?
– No podía dormir.
Doug vio un ardor en su mirada que le resultó imposible no comprender. Marcharse y dejarla sola en aquella cama, aun sabiendo que ella se le habría entregado con gusto, había sido una de las decisiones más difíciles de toda su vida. A la luz de día, se alegraba de sus acciones y se respetaba a sí mismo. Después de todo lo que había pasado últimamente, aquello era decir mucho, por lo que tenía que estarle agradecido a Juliette.
– Yo tampoco descansé muy bien -admitió él.
Juliette asintió sin hablar. ¿Qué se podía decir cuando el silencio resultaba como un libro abierto y podían leerse mutuamente sus pensamientos?
Siempre había creído que sus padres compartían una relación única, en la que los votos matrimoniales no sólo significaban algo, sino que se reforzaban con cada año que pasaba. Por el contrario, las pocas relaciones de larga duración que había tenido habían implicado mucho sexo y las peticiones de las mujeres para que expresara sus sentimientos cuando él prefería que lo dejaran en paz. Siempre había terminado sintiéndose ahogado, necesitando escapar.
Lo que estaba experimentando con Juliette era muy especial. Compartían un cómodo silencio cuando no había nada que decir. A él no le importaba abrirse a ella y Juliette le daba una comprensión tácita, sin ataduras, sin expectativas. Lo más extraño de todo era que Doug deseaba que ella le pidiera algo. Lo más sorprendente era que había podido dar marcha atrás cuando ella se le había insinuado sexualmente. Le preocupaban más sus sentimientos y su bienestar que el suyo propio.
– ¿Por lo de tu padre?
– No. Recibí la llamada esta mañana.
– ¿Y ahora? ¿Sigues preocupado?
– No mucho. Por cierto, anoche te eché de menos.
El genuino placer con el que ella sonrió casi le compensó por aquella noche en vela.
– Bueno, esos viejos clichés deben de tener algo de verdad, porque la ausencia hizo que mi corazón vibrara más fuerte.
– Me estás matando -gruñó él.
– Espero que no. Hay muchas otras cosas que quiero hacer contigo primero.
– ¿Qué cosas? -preguntó Doug de todas formas, a pesar de que intuía la respuesta.
– Bueno, en primer lugar, quiero que me des más besos de esos que das tan bien -susurró ella mientras pestañeaba, llena de vergüenza.
Aquello bastó a Doug. La agarró por la cintura y la tiró a la piscina. Ella gritó, sorprendida, y se aferró a él.
– No es justo -dijo, aunque no estaba enfadada, sino que sonreía.
Doug la mantuvo agarrada por la cintura hasta que la llevó a una zona de la piscina en la que ella pudo hacer pie. Mientras tanto, ella luchaba por bajarse la falda del vestido.
– Tal vez no, pero finalmente te tengo donde quiero tenerte. Estás entre mis brazos y te he refrescado un poco. ¿Qué te parece?
– No me molesta, y lo sabes. Lo que ocurre es que tus métodos son poco ortodoxos.
– Tú misma dijiste que querías experimentarlo todo. Yo sólo te estoy ayudando. Además… quiero estar contigo también y en estos momentos estamos completamente solos…
– ¿Cómo puede discutir una mujer con un hombre que se ha tomado tantas molestias por tenerla entre sus brazos? -preguntó ella, rodeándole el cuello con los brazos.
– No puede.
Doug la hizo separarse un poco de él para poder verla mejor. El vestido se le pegaba a la piel en los lugares adecuados y casi se había vuelto transparente, dado que revelaba claramente los pezones a través de la tela. De repente, los besos que ella había mencionado resultaron muy atractivos.
– ¿Es a esto a lo que te referías? -le dijo Doug, besándola deliciosamente.
Como respuesta, Juliette prácticamente ronroneó. Entonces, arqueó la espalda hasta que sintió la firme erección de Doug contra el muslo. Con los besos, él trató de evitar que se le acercara demasiado. El beso resultante no tenía nada que ver con lo que ella recordaba.
– No, ése ni siquiera ha sido parecido -murmuró Juliette.
– ¿Y esto?
Con la lengua, le acarició la línea de los labios con una languidez que la desarmó.
Una deliciosa sensación se le despertó en el vientre, tan fuerte que las rodillas casi se le doblaron. Mientras las manos de Doug le acariciaban el cabello, las eróticas sensaciones se iban apoderando de ella. Aquello parecía ser sólo un preludio de los placeres que podrían compartir si él no la torturara con aquella lentitud en sus movimientos.
Desde que había conocido a Doug, el deseo y el anhelo que sentía en su interior habían adquirido proporciones casi epidémicas. No sólo era que quisiera experimentar el deseo, sino que esperaba hacerlo con Doug, el hombre que le había devuelto la confianza en sí misma.
– ¿Y bien? -preguntó él cuando hubo terminado de besarla.
– Puedes hacerlo mejor -mintió ella; estaba segura de que ningún hombre podría resistir un desafío así.
– No tienes ni idea.
Entonces, la agarró por la cintura y la estrechó aún más fuerte contra su cuerpo. Deslizó la lengua entre los labios de ella y dejó que las explosivas sensaciones empezaran a devorar su cuerpo mientras la besaba de aquel modo seductor y magistral.
Lentamente, metió la mano en el agua y empezó a deslizaría por debajo del vestido de Juliette, hasta que logró tener acceso a los pechos. El deseo se despertó completamente en su interior, manifestándose por medio de una cálida humedad que ella reconoció a pesar de estar rodeada de agua.
– Dios…
– ¿Estás satisfecha ya? -susurró Doug, mientras iba besándola suavemente por la mejilla hasta llegar al cuello, que mordisqueó insistentemente.
– ¿Satisfecha con el beso? Sí, con el beso sí. ¿Satisfecha completamente? Ni hablar. ¿Y tú?
– Estar satisfecho significa que uno ha tenido suficiente, y yo nunca tendré suficiente de ti…
Juliette sintió que aquellas palabras le llegaban al corazón. Como respuesta, le agarró la cinturilla del bañador y metió los dedos hasta que pudo tocar el vello que le adornaba la entrepierna y la suave y húmeda punta de su sexo.
– Juliette…
Ningún hombre había pronunciado su nombre con tanta pasión ni reverencia. Nunca había necesitado a un hombre tanto como necesitaba a Doug. Lo deseaba dentro de ella, llenándola, aliviando su deseo…
Apretó un poco más y por fin tomó la columna de su masculinidad entre los dedos, deleitándose en su firmeza y su longitud, en su suavidad aterciopelada…
De repente, a sus espaldas, oyó un sonido muy distintivo que provenía de los arbustos. Aquel sonido la sacó de la bruma del deseo en la que se hallaba inmersa. Recordó que había escuchado aquel sonido antes, aquella misma mañana. Rápidamente sacó la mano y se apartó de Doug.