– Es todo tan masculino -comentó ella, mirando los muebles de madera oscura, los suelos de madera y la sobria decoración-. Como tú. Eso le hace a una preguntarse si Merrilee coloca a las personas en las habitaciones que mejor les van, como hace con sus fantasías.
Doug se echó a reír, a pesar de que sentía que sólo había secretos, mentiras y omisiones entre él y lo que se estaba convirtiendo en su verdadera fantasía: la propia Juliette.
– Bueno, ¿qué te trae por aquí?
– Necesito hablar contigo.
– Me das miedo.
– No hay por qué, pero necesitas prestarme mucha atención. Había pensado hacer esto seduciéndote, pero veo que no puedo.
– ¿Qué es lo que te pasa? -preguntó Doug, a pesar de que no estaba de acuerdo con aquella afirmación.
– ¿Qué puede ser más íntimo que el sexo?
– No estoy seguro. Dímelo tú.
– Las verdades, los secretos, las revelaciones íntimas… Una vez que dos personas se cuentan ese tipo de cosas, han compartido algo más profundo y con más significado que una unión física. Tú ya me has hecho ese regalo compartiendo tu pasado conmigo.
– Sí -dijo él, sabiendo que no le había contado todo-. Sigue.
– Voy a corresponderte. Necesito hacerlo. Cuando lo haga, estaremos a la par. Por así decirlo, te habré dejado que entres en mi interior. Y así sabrás con toda seguridad que me has antepuesto a todo lo demás.
¿Cómo iba a creer eso teniendo en cuenta las mentiras y omisiones que había entre ellos? Por eso, Doug resistió la necesidad que sentía de tocarla. Si no lo hubiera hecho, no habría podido contenerse y se la habría llevado a la cama para satisfacer así sus fantasías más físicas. Sin embargo, primero necesitaba escuchar lo que ella tenía que decirle, establecer aquel vínculo emocional que ella quería regalarle, aunque no por su historia o su profesión. Ya vería más tarde lo que haría con aquellas verdades.
– Cuando veas que ya has cumplido tu fantasía, podremos hacer el amor…
– Juliette…
Ella simplemente sonrió. Acostarse con Juliette sería la respuesta a un sueño, tanto suyo como de ella. La joven se humedeció los labios, lenta, suavemente, como lo había hecho aquella mañana.
Así sería como le haría el amor. Lenta y suavemente. Sin embargo, sabía que nunca podría hacerlo hasta que no fuera del todo libre, hasta que no le hubiera contado la verdad. Y sabía que no podía hacerlo sin perderla para siempre.
– Tengo secretos que nadie conoce, nadie aparte de mi hermana, porque no ha habido nadie hasta ahora en quien pudiera confiar. Ahora confío en ti, porque tú me has hecho sentir mimada y especial.
– Eso es porque lo eres -musitó Doug, tragándose una maldición. Estaba en el purgatorio, entre el Paraíso y el Infierno.
– Gracias a ti, ahora lo creo, pero por si te estás preguntando el porqué de esta repentina revelación, te diré que no es sólo para tener un vínculo mayor contigo, sino porque necesito tu consejo. Lo que estoy a punto de decirte puede afectar a la vida de muchas personas.
– Tengo que admitir que has despertado mi curiosidad…
Doug, el reportero, estaba a punto de conseguir la información que necesitaba, por la que había viajado hasta aquella isla. Doug, el hombre, estaba a punto de estar entre los brazos de Juliette y dentro de ella.
Todo su ser temblaba ante la posibilidad de perder todo lo que acababa de descubrir que significaba tanto para él por conseguir aquella información de un modo engañoso, algo que había sabido desde que había empezado aquella charada.
Sin embargo, ya no se trataba de una charada, ya no era un medio de salvar su carrera. Era su vida. Juliette era su vida y no quería perderla.
Capítulo 8
– Mi nombre completo es Juliette Stanton -dijo ella, como si nombre debiera significar algo para él.
– La hija del senador Stanton.
– Mi padre es una figura pública muy importante, ¿verdad?
– Es uno de los pocos políticos que pueden presumir de tener una buena carrera, en lo personal y en lo político. Veo muchas de sus cualidades en ti -afirmó Doug.
– Te agradezco el cumplido. Veo que todavía no has establecido la relación. ¿Podría ser que la noticia no hubiera llegado a Michigan?
– Eres la Novia a la fuga de Chicago, ¿verdad? -anunció él, sin poder negar la evidencia-. Establecí la relación entre las dos personalidades, pero no quise incomodarte.
– Entonces, ¿no me reconociste?
– Bueno, el cabello es diferente de cómo aparece en las fotografías -dijo Doug para no mentir.
– Todo el mundo cree que salí corriendo porque me entraron dudas, o porque tenía un amante esperándome. ¿Sabías que las emisoras de radio de Chicago están haciendo concursos? Era ridículo. No podía salir de mí casa sin que me siguieran. ¿Es que no tiene la gente nada mejor que hacer con sus vidas? Ni siquiera soy una mujer famosa.
– Nunca se sabe lo que va a despertar el interés de la gente.
– Tú no me has preguntado por qué salí corriendo.
– Si quieres que lo sepa, no me cabe la menor duda de que me lo dirás…
Cuando recordara la conversación, quería que Juliette recordara que ella se lo había contado todo sin que él la forzara, quería que se diera cuenta de que no había forzado ni dirigido la conversación de ningún modo.
Cuando descubriera la verdad sobre él, no sólo no quería que sufriera, sino que quería que fuera capaz de perdonarlo.
– Quiero decírtelo, sólo que no sé por dónde comenzar.
Su dolor era tan palpable que Doug decidió que no quería prolongarlo más de lo necesario.
– Conozco los artículos de periódico que señalan al socio de tu antiguo prometido como parte de un plan para blanquear dinero.
– Entonces, sabrás que el artículo fue retirado por falta de pruebas -afirmó Juliette. Doug simplemente asintió-. Yo creía que Stuart era inocente. Creía que su socio, el congresista Haywood, era inocente.
– Entonces, el hecho de que se retirara ese artículo debió de ser una bendición.
– En aquel momento, solo confirmó lo que ya sabía, pero después…
Doug contuvo el aliento. Allí estaba la respuesta a su historia. La que volvería a colocarlo a la cabeza de su profesión, aliviaría la inquietud emocional de su padre y arreglaría el daño que le había hecho a la reputación del Tribune. La maldita culpa luchaba con la anticipación que sentía en su interior.
– … Habíamos llegado pronto a la iglesia para hacer los preparativos de última hora, pero yo sentía algo de claustrofobia y dejé a mi hermana y a mi madre en la sacristía porque necesitaba salir a tomar un poco el aire. No había nadie en la iglesia todavía, pero no quería encontrarme con nadie, así que me marché a un lugar que Stuart, Gillian y yo solíamos frecuentar de niños. Allí fue donde los vi.
– ¿A quién viste? -preguntó Doug, sintiendo que la adrenalina le palpitaba en las venas.
– A Stuart, al congresista Haywood y a Paul Costa. El artículo del periódico aludía a los vínculos con la Mafia y el blanqueo de dinero, pero no mencionaba a nadie por su nombre. Se dice que Costa es un capo, por lo que no había posibilidad alguna de que yo no lo reconociera. Además, oí parte de la conversación. Era algo sobre el hecho de que se había conseguido que se retirara el artículo. No me quedó duda alguna de que Stuart estaba implicado.
Doug la escuchó incrédulo. Su instinto le había dicho que ella conocía el vínculo que unía a Barnes y a Haywood con los negocios sucios. Sin embargo, nunca hubiera pensado que también había sido testigo ocular de sus trapicheos.
– ¿Te vieron?
– ¿Crees que se podría pasar por alto a una mujer vestida con su traje de novia? En realidad, fue sólo Stuart quien me vio y se excusó. Yo ya había echado a correr, pero él me agarró del brazo y me llevó a un lugar privado. Tuvimos una fuerte discusión. Yo cancelé la boda y él…