Su certeza nacía de su pasado. Nunca había experimentado nada tan fuerte como lo que sentía por Juliette. No podía confundir de ninguna manera la diferencia de sentimientos con respecto a lo que había sentido por sus anteriores amantes.
Con mucho cuidado de no despertarla, se levantó de la cama. Ella se rebulló un poco, pero terminó por abrazarse a la almohada. Doug se dirigió a su escritorio y sacó un cuaderno, en el que empezó a escribir rápidamente maneras de proteger a Juliette, los datos con los que contaba…
Cuando hubo terminado de escribir sus notas, las metió en su maleta y volvió a meterse en la cama. Para su delicia, Juliette inmediatamente volvió a cobijarse entre sus brazos. Minutos después, volvía a dormir profundamente.
– Te amo -susurró, sabiendo que tenía la libertad y el deseo de poder decir aquellas dos palabras en alto por primera vez.
Le gustaba cómo sonaban y, de nuevo, experimentó la seguridad de sus sentimientos. Entonces, cerró los ojos y se esforzó por relajarse.
La mañana llegaría muy pronto y, con el amanecer, sus verdades. Y la reacción de Juliette.
Sin embargo, cuando se despertó, se encontró una nota sobre el reloj.
Según tengo entendido, a la mayoría de los hombres no les gusta que una mujer se quede a pasar la noche. Para evitar situaciones incómodas, me marcho a mi bungaló a ducharme y a vestirme. ¿Te apetece venir a desayunar conmigo? Te dejaré la puerta abierta. Juliette.
PD. Lo de anoche fue increíble.
La palabra «increíble» ni siquiera servía para empezar a describirlo. Doug arrugó el papel que tenía en la mano. Él no era como la mayoría de los hombres, al menos, no en lo que se refería a una mujer en concreto. No sólo había deseado despertarse con Juliette, sino que hubiera querido ser él quien se despertara en primer lugar.
De un modo sensual y erótico, pensaba haberle mostrado exactamente lo que sentía… antes de sincerarse con ella y poner su vida en sus manos.
Sin embargo, el desayuno tenía sus ventajas. Además, como era un escritor, era un hombre muy creativo. Se le podrían ocurrir muchas y eróticas maneras de disfrutar de la comida que no le dejaran a Juliette duda alguna de lo que sentía.
Después de una rápida ducha, salió de su habitación y se marchó en dirección a la zona en la que estaba el bungaló de Juliette.
Doug llevaba siendo reportero durante más tiempo del que recordaba. Desde que conoció a Ted Houston, descubrir una historia había sido siempre parte de él. Sabía cómo debía seguir a una persona a una distancia discreta, Precisamente porque solía haber otros reporteros siguiendo el mismo rastro, Doug sabía siempre cuándo tenía compañía.
En aquellos momentos, sintió aquella sensación. Doug no estaba solo en la isla y con ello no se refería al resto de los huéspedes de Merrilee, porque éstos no andarían escondiéndose. Miró a su alrededor, pero no vio nada fuera de lo normal. También oyó el sonido de unas ramas y supo que no había sido un pájaro ni un animal.
En vez de ir directamente al bungaló de Juliette, Doug decidió tratar de probar su teoría y se dirigió hacia la piscina. Escogió un sendero que no se utilizaba muy frecuentemente y que estaba cubierto de plantas y maleza. Si alguien lo estaba siguiendo, le resultaría imposible no hacerlo sin ruido. Efectivamente, a los pocos segundos, oyó el leve susurró de las ramas de las plantas. Enseguida, el sonido se interrumpió. Fuera quien fuera quien lo seguía, se había dado cuenta de que Doug se había percatado de su presencia.
Cuando Doug se volvió a mirar, la persona que lo seguía se le había anticipado y no se veía por ninguna parte. Además, el silencio lo rodeaba por todas partes, roto solamente por el canturreo de los pájaros y las risas de unas personas lejanas.
Doug nunca descartaba su instinto. Entonces, recordó que Merrilee había comentado que habían llegado más huéspedes al final de la semana y que estos parecían más desesperados que la mayoría. No sabía quién era la persona que lo estaba siguiendo, pero de algo estaba seguro: todos los caminos conducían a Juliette.
Inmediatamente, pensó en otro periodista, aunque reconoció que, si hubiera conseguido saber dónde estaba Juliette y lo hubiera reconocido a él, no habría consentido que lo descubrieran con tanta facilidad. Lo descartó.
Podría ser el congresista Haywood. Si Stuart le había dicho lo que Juliette había visto y oído en la iglesia… Decidió que tampoco era probable porque habría enviado a Barnes para que le recordara su compromiso.
Aquello le llevó a pensar en Stuart Barnes. Podría ser que hubiera decidido controlar de cerca a su ex novia y asegurarse de que ella cumpliera su pacto.
Por último, quedaba la Mafia. Doug no sabía si conocían que Juliette sabía toda la historia. Decidió no correr riesgo alguno y echó a correr. Tenía que llegar al bungaló de Juliette y asegurarse de que estaba bien. Entonces, debía contarle las otras verdades, no sólo porque la amaba, sino porque ella necesitaba saber que debía protegerse y tomar precauciones con todo el mundo. Incluso con él.
Capítulo 9
Juliette acompañó al camarero a la puerta y luego volvió a la terraza para poner una mesa para dos. El joven le había llevado todo el menaje y había prometido regresar con un desayuno para dos, con unas mimosas recién cortadas, en cuando ella le avisara. Es decir, en cuanto Doug llegara.
Respiró profundamente. Estaba llena de esperanza y optimismo, más de lo que nunca lo había estado y sólo podía darle las gracias a Doug. En sueños, la noche anterior había soñado que le oía decir aquellas dos mágicas palabras.
Si tenía suerte, volvería a escucharlas de nuevo, pero aquella vez cuando estuviera completamente despierta. Doug volvería a decirlas mirándola a los ojos y poniendo su corazón en cada una de ellas.
Desde que le había contado a Doug toda su historia, lo comprendía todo más claramente. Que una tercera parte neutral lo supiera todo, ya la había ayudado mucho y estaba segura de que así seguiría siéndolo. Había comprendido que no podía seguir ocultando lo ocurrido. Debía informar a su padre. Él lo comprendería todo y lo resolvería rápidamente. Se sentiría muy desilusionado por Stuart, pero no consentiría que, bajo ningún concepto, un delincuente se sentara en el Senado.
Se sorprendió de no haberse decidido antes. Ciertamente, la había ayudado mucho contárselo a Doug. Se preguntó también si no sería que el amor hacía que, de repente, viera el mundo de color de rosa. Aquélla era otra cosa que debía hablar con Doug, aparte de sus recién descubiertos sentimientos.
Decidió ir a vestirse antes de que él llegara. Fue a su dormitorio, seleccionó lo que se iba a poner y, tras dejarlo encima de la cama, se metió en la ducha. De mala gana, dejó que el agua se llevara todo lo que quedaba sobre su cuerpo de aquella noche de pasión. Sin embargo, saber que la velada anterior sólo era el principio de algo mucho más importante la llenó de optimismo.
– Juliette…
Creyó que había oído que alguien pronunciaba su nombre, por lo que agarró la toalla y se cubrió.
– Juliette…
La voz volvió sonar de nuevo. Aquella vez, la reconoció como la de Doug.
– Estoy aquí.
A los pocos segundos, él abrió la puerta del cuarto de baño.
– ¿Te encuentras bien?
– ¿Y por qué no iba a ser así? -preguntó ella, asomando la cabeza por la abertura de la cortina de la ducha.
– Estás sola -murmuró, muy aliviado.
– Pues claro. ¿Con quién iba a estar? ¿Qué es lo que te pasa?
– No deberías dejar la puerta del bungaló abierta -musitó con la voz entrecortada.
– ¿Qué pasa? ¿Es que has estado corriendo un maratón?