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La mayor ironía de todo aquello era que había conseguido realizar su fantasía. Aquella mentira le había hecho ser más humano, aunque reconocía sus errores y sabía que lo que le deparara el futuro ya no dependía de él. Si quería hacerlo, Juliette sabría muy bien dónde encontrarlo…

En aquel momento recordó que no le había dado su dirección. Tras lanzar una maldición, decidió volver corriendo a su casa, más mojado que antes, pero sin haber conseguido ninguna solución.

Sin embargo, a medida que se acercaba a su casa, vio una hermosa mata de cabello rojizo entre las brumas de la gran ciudad. Entonces, no pudo evitar preguntarse si hasta los canallas como él merecían una segunda oportunidad.

De repente, todo le pareció un sueño y aminoró la marcha. No obstante, cuando Juliette extendió la mano y él la tocó, comprendió que todo era real.

– Hola.

– Hola -dijo ella, con la sonrisa que tanto había echado de menos durante aquellos días.

– Veo que estás sentada bajo la lluvia. ¿Es que ya has superado tu miedo a las tormentas?

– Ese miedo se ha visto reemplazado por recuerdos más agradables.

Seguían de la mano, mirándose a los ojos.

– ¿Llevas esperando mucho tiempo?

– Toda mi vida -respondió Juliette.

Al oír aquello, Doug abrió la puerta del portal, hizo que ella se levantara y la hizo entrar. Una vez estuvieron a cubierto, él la tomó entre sus brazos. Se besaron de un modo tan apasionado e intenso, que a Doug no le quedó duda alguna de que los sentimientos de Juliette eran tan poderosos como los suyos.

– Te he echado de menos…

– Lo mismo digo -susurró él, agarrándola con fuerza por la cintura-. Sé que tenemos muchas cosas que arreglar.

– Mmm… Muchas cosas… pero nada que no pueda esperar.

– Me alegro de que podamos esperar para hablar -musitó Doug, apretándose contra ella con fuerza-, pero espero que no lo hagamos para otras…

– No soy yo la que está perdiendo el tiempo hablando.

No. Efectivamente, ella ya le había colocado las manos en la pretina del pantalón y había agarrado con fuerza su sexo. Doug comprendió que tenía razón. Ya tendrían tiempo para hablar.

– Te echo una carrera al sofá -dijo él, entre risas, tras abrir la puerta de su apartamento.

– Estaba esperando que dijeras eso…

Juliette fue más rápida y, tras colársele por debajo del brazo, fue quitándose la ropa por el camino. Entonces, se tiró corriendo sobre el sofá. Doug hizo lo mismo y, enseguida, se tumbó encima de ella. A continuación, le subió los brazos sobre la cabeza y entrelazó sus dedos con los de ella.

– No tengo preservativos.

– Para mí no es un problema, ¿y para ti?

Doug oyó el desafío que había en aquellas palabras. En el pasado, se había sentido atrapado, pero con Juliette no.

– No pareces estar muy preocupada al respecto.

– ¿Y por qué iba a estarlo? -le preguntó ella mientras separaba las piernas en una invitación que Doug comprendió enseguida-. Una noche, estaba dormida en la isla. Estábamos juntos y podría haber jurado que tú me habías dicho algo muy importante. Luego, volviste a repetirlo, y aunque estaba despierta, no quería escuchar. Si lo decías de corazón, me gustaría que me lo repitieras.

Doug notó el temblor que había en su voz y la ansiedad de volver a sufrir de nuevo si estaba equivocada. Sin embargo, él sabía perfectamente que nunca más volvería a herirla.

Bajó la mano y deslizó los dedos entre su sedosa y cálida humedad. Juliette suspiró, pero no dejó de mirarlo nunca, sino que parecía implorar una respuesta con los ojos.

– Nunca más volverá a haber preguntas ni inseguridades entre nosotros, Juliette. Nunca más. Te amo -susurró, colocándose completamente encima de ella y penetrándola con un solo movimiento.

Al sentir cómo los músculos de Juliette se contraían a su alrededor, sintió que las palabras le salían no solo de la garganta sino del corazón. Ella sintió la excitación muy rápidamente. Con cada movimiento de Doug se creaba una oleada de placer más fuerte que la anterior. Mucho después de que la satisfacción física hubiera acabado, las palabras de Doug permanecían alojadas en su corazón.

Él tomó una manta del brazo del sofá y los cubrió a ambos, mientras ella se acurrucaba contra su cuerpo.

– Tienes que saber que te amo.

– Más o menos me lo había figurado cuando perdiste la última prenda de ropa de camino hacia el sofá -dijo él, riendo-. Lo que no entiendo es cómo puedo tener tanta suerte después de lo que hice. Ese artículo debe de ser mucho mejor de lo que yo me imaginaba.

– No lo he leído -confesó Juliette mientras se colocaba encima de él.

– Entonces, ¿qué te hizo cambiar de opinión sobre mí? -preguntó Doug, muy sorprendido.

– Tú. Tú dijiste que me amabas cuando ya no tenías nada más que ganar. Debería haberme dado cuenta de eso mucho antes.

– Te utilicé.

– Fuiste a Fantasía secreta en busca de una historia, pero no te marchaste en el momento en que la conseguiste. ¿Hay algo más que quieras saber?

– Bueno, me gustaría decirte que mi fantasía era una mentira, pero sólo al principio…

– ¿Y después?

– Quería anteponer tus necesidades a las mías y quería ayudarte a curar tus heridas. En vez de eso, repetí errores del pasado y te hice aún más daño.

– ¡Oh, Doug! El hecho de que me ames no me ha hecho daño. ¿Quién no ha cometido errores alguna vez? Yo los cometí cuando seguí un plan inexistente, que yo pensé que mis padres tenían para mi vida. Lo único bueno fue que me condujo a ti. ¡Ah! Esa fantasía tuya, eso de anteponer mis necesidades a las tuyas y de hacer que mis sueños se hagan realidad… ¿te he mencionado que me gustaría que siguieras con ella los próximos cincuenta o sesenta años?

– ¿Me estás pidiendo que me case contigo? -preguntó él, riendo de felicidad.

– Por supuesto, dado que podrías haberme dejado embarazada -replicó ella, sonriendo.

– Bueno, yo nunca podría rechazar una petición como ésa, especialmente de una mujer que me acepta tal y como soy.

– En eso tienes razón. Por cierto, ¿cómo está tu padre?

– En casa, listo para conocer a la mujer que me ha vuelto del revés y de arriba abajo y que me ha hecho volverme inhumano en los pocos días que he estado sin ella.

– ¡Vaya! Parece que alguien me ha echado de menos…

– No tienes ni idea de cuánto, pero, ¿eres consciente de que ni siquiera sabes si aprieto el tubo de pasta de dientes por arriba o por abajo? -bromeó él.

– ¿Estás tratando de asustarme?

– No, creo que para eso haría falta mucho más que mis hábitos, gracias a Dios -susurró, besándola dulcemente.

– Tenemos mucho que descubrir el uno sobre el otro -musitó ella, deslizando las manos hacia abajo para explorar el cuerpo que tanto adoraba.

– Y tenemos una vida para aprender -murmuró él mientras recibía con agrado sus caricias.

– Estoy dispuesta.

– Me alegro, pero, ¿no crees que deberías leer ese artículo? En él, no menciono nada sobre ti. Sólo la sabiduría de tu padre.

Su padre… Recordó que le había dicho que, cuando leyera el artículo, volvería a enamorarse de Doug. En aquel momento, había creído que estaba aplaudiendo su valor por ir detrás del hombre que amaba. Acababa de comprender que su padre había tenido mucho que ver en que se solucionaran las cosas…

– ¿Juliette?

Vio el temor que había en los ojos de Doug, pero él no tenía nada que demostrarle. Esperaba que comprendiera lo mucho que confiaba en él, ya que lo había hecho antes de leer el artículo.