Doug se pasó la mano por el cabello, que le llegaba casi hasta el cuello de la camisa, lo que suponía otra parte de aquella farsa. No se cortaría el pelo ni se afeitaría hasta que hubiera terminado su estancia en la isla, para asegurarse de que la hija del senador Stanton no le asociara con la fotografía, en la que aparecía con pelo corto y bien afeitado, de su columna del Tribune.
Una semana en aquella isla tropical no sería nada si su padre no siguiera en el hospital. A pesar de que le gustaban los lugares exóticos, Doug tendría que hacer lo posible por conseguir la información que podría proporcionarle Juliette y salir corriendo. No creía que nadie supiera que la joven estuviera allí. Como había puesto una generosa cantidad de dinero en las manos adecuadas, esperaba ser el único que conociera el hecho de que la joven había salido de la ciudad, el único que se pasara una semana completa a solas con la Novia a la fuga, una vez que Merrilee le diera el visto bueno. La directora del complejo turístico no lo había echado de la isla cuando se había presentado a tiempo de coincidir con la visita de Juliette, pero sabía que su estancia estaba condicionada.
Había pagado mucho dinero a un viejo amigo militar de su padre para que investigara hasta romper el sistema de seguridad de Merrilee y poder conseguir la información que Doug necesitaba: la fantasía de Juliette Stanton. En el proceso, había descubierto que aquella mujer estaba sufriendo y se había obligado a aceptar su parte de culpa.
No importaba cómo se consolara con un hecho verdadero, es decir, que su fantasía ayudaría a Juliette a olvidar su dolor y que, además, él no quería hacerle daño. El fondo de aquel asunto seguía siendo el mismo: estaba utilizando a otra mujer para conseguir información. De nuevo.
Doug no tenía elección. Aquella historia volvería a situarlo como el mejor reportero político del Tribune, el periódico para el que quería desesperadamente trabajar, no sólo porque había trabajado mucho para conseguir su reputación profesional o porque tuviera un enorme ego. Podía enfrentarse a la patada en el trasero, pero no podía aceptar la desilusión de su padre adoptivo, un hombre al que Doug le debía la vida. Tenía sólo diez años cuando su madre murió. Estaba tratando de escapar de los servicios sociales cuando Ted Houston le sorprendió tratando de robarle la cartera. Había pensado que necesitaba comida en el estómago más que aquel tipo tan preguntón el dinero en su cartera. Una hora después, había conseguido que le contara su historia y se lo había llevado a su casa, abriéndole las puertas de su corazón.
En la actualidad, aquel mismo corazón estaba enfermo. El estrés de sus problemas profesionales le había pasado factura al corazón de Ted Houston y también a su madre, la mujer que lo había criado como si fuera su propio hijo. Aquello significaba que tenía que descubrir todo lo que la Novia a la fuga supiera sobre su prometido y sus sucios negocios. Si conseguía la exclusiva, volvería a ser el primero de su categoría. No era ningún estúpido y sabía que limpiar su nombre no arreglaría el corazón de su padre, pero las buenas noticias le darían un impulso emocional, algo que lo ayudara a recuperarse. Así lo habían asegurado los médicos y tenían razón. Sólo saber que estaba tratando de demostrar su afirmación había hecho maravillas en la mejora de su padre. Aquello había sido suficiente para darle el empujón que necesitaba para permanecer en la isla y esforzarse con aquella historia. Además, le debía a su periódico y a su director conseguir pruebas fidedignas que ayudaran a demostrar su historia.
Por eso, en aquellos momentos, estaba esperando a su presa. Sabía el aspecto que Juliette tenía gracias a las fotos que habían salido publicadas en todos los periódicos y a las que había visto a lo largo de su investigación. Le resultaría imposible confundir su cabello castaño rojizo, liso y brillante, su esculpido perfil o los elegantes gestos que le venían de la cuna. Hasta el momento en el que había salido corriendo de la iglesia, Juliette había sido la perfección personificada. Para Doug, un hombre que pretendía embarcarse en el romance y en el descubrimiento, ella resultaba agradable para los ojos y para su libido.
Sin previo aviso, Merrilee, su ayudante y una mujer a la que Doug nunca había visto antes, pero a la que no le importaría volver a ver, entraron en el vestíbulo. Sobre la espalda de aquella última caían unos rizos algo revueltos por la acción de la brisa y de la humedad. Aquella melena tenía un aspecto algo alborotado, como el de una mujer que se acaba de despertar después de una noche de pasión, el momento en el que una mujer está más cálida y resulta más fácil excitarla… Tan excitado como él estaba entonces, con solo mirarla…
El pequeño volante blanco de su minifalda vaquera se meneaba provocativamente con la húmeda brisa y la camiseta, también blanca, dejaba al descubierto un hombro, de piel cremosa y blanca, que suponía un profundo contraste con el fuego de su cabello, que parecía gritar que lo acariciaran. Y aquello era precisamente lo que deseaba hacer.
Cuando se acercó un poco más, descubrió aquel esculpido perfil, los hermosos pómulos, los jugosos labios…
Era la Novia a la fuga.
Estaba completamente seguro. Aunque se parecía mucho a su gemela, Juliette era demasiado característica como para ser completamente idéntica a otra mujer. No era sólo aquella gloriosa cabellera lo que había cambiado, sino también el sentimiento de liberación que veía tanto en su rostro como en sus gestos. Las manos se movían sin parar mientras hablaba con Merrilee, los ojos le brillaban de sorpresa y de admiración al escuchar lo que le decía la directora del complejo…
Ya no parecía la conservadora novia de Stuart Barnes ni la solicitada hija del senador Stanton. Aquella mujer tenía chispa e intensidad. La excitación ardía en su interior.
Desde el día de lo que hubiera sido su boda, aquella mujer había sufrido una transformación, y las razones de la misma lo intrigaban casi tanto como la historia que buscaba, lo que decía mucho para un hombre en busca de las pruebas que limpiarían su nombre.
Fantasía secreta. Juliette debería haberse imaginado, por el nombre de aquel complejo turístico, que aquél no era un hotel cualquiera. Más aún, debería haberse imaginado que aquello no iba a llevarla a nada bueno cuando su hermana Gillian le dijo que debía dejarse llevar. Con toda seguridad, una semana de decadencia y pecado, que era lo que iba a suponer verse emparejada con un atractivo desconocido, no iba a reportarle nada bueno.
¿Y si estaba equivocada? Juliette se mordió el labio inferior. Aquello representaba una oportunidad para resarcirse por todo lo que se había perdido en la vida al tomar el camino seguro.
– Evidentemente, tú no hiciste la reserva. Si decides marcharte, te reembolsaré completamente las cantidades que se han abonado -le decía Merrilee Schaefer-Weston. Entonces, sacudió la cabeza y se echó a reír-. ¿O acaso debería decir que le reembolsaré a tu hermana todo lo que ha pagado? Debo decir que es la primera vez que esto ocurre en Fantasías, Inc. De todos modos -añadió, tocándole suavemente el brazo-, te ruego que te quedes al menos esta noche como mi invitada. Tal vez la magia de la isla te haga cambiar de opinión.
– ¿Magia? -preguntó Juliette, mirando a la madura, pero todavía hermosa, Merrilee.
– ¿Y cómo si no describirías estar una semana lejos de los ojos que quieren saberlo todo sobre ti? ¿Una semana sólo para ti misma, donde nadie sabrá lo que dices o haces?
– Nadie excepto ese desconocido -contestó Juliette, temblando al imaginarse con un extraño para pasar unas vacaciones eróticas. Sin Stuart, sin escándalos…