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Sin periodistas.

– Me quedaré una semana.

Así, simplemente, tomó la decisión.

– ¡Maravilloso! Te aseguro que no lo lamentarás.

Eso precisamente esperaba Juliette, porque tal espontaneidad no formaba parte de su naturaleza. Sin embargo, ¿adonde la había llevado su comportamiento de buena chica? Utilizada y engañada, por así decirlo. Nadie creería que la conservadora Juliette Stanton, una mujer que pensaba de antemano todos y cada uno de sus movimientos, pudiera actuar siguiendo un impulso. Sin embargo, como Merrilee había dicho y como su hermana le había asegurado, tenía la oportunidad de hacerlo.

– Dame un momento y me encargaré de que te registren en el hotel -dijo Merrilee, antes de marcharse y dejarla, sola, en el centro del vestíbulo.

Juliette miró a su alrededor. El hotel estaba lleno de plantas tropicales. Entonces, inclinó la cabeza y miró a su izquierda, ya que algo parecía indicarle que la estaban observando. Vio a un misterioso desconocido que la estudiaba intensamente a través de unas gafas tan oscuras como su cabello. Era un hombre atlético, vestido solamente con un bañador. Juliette tuvo que tragar saliva.

De repente, el hombre se levantó las gafas y la miró a los ojos. El cuerpo de Juliette aumentó en varios grados su temperatura, y aquello no tenía nada que ver con la humedad que la rodeaba.

– Ya está -exclamó de repente la alegre voz de Merrilee-. Tenemos una serie de bungalós muy retirados que estoy segura de que te gustarán.

Muy a su pesar, Juliette apartó la mirada de la del desconocido.

– Estoy segura de ello y aprecio mucho tus esfuerzos por mantenerme alejada de los ojos demasiado curiosos.

Juliette volvió a mirar hacia el lugar donde estaba el desconocido, pero él ya se había marchado. Una cierta desilusión se apoderó de ella.

– No te preocupes. Tengo el presentimiento de que volverás a verlo -dijo Merrilee.

– ¿A quién?

Como única respuesta, Merrilee se echó a reír.

– Permíteme que te muestre tu bungaló. Te llevarán tu equipaje inmediatamente.

Acompañó a Merrilee hacia el jardín. Juntas, bajaron por un sendero bordeado por un seto verde y unas flores de color rosa que encantaron a Juliette. Mientras recorrían la piscina y los diferentes restaurantes, Juliette no hacía más que buscar a aquel desconocido con la mirada.

Su hermana creía que necesitaba vivir la vida. Aparentemente, estaba a punto de conseguirlo.

Capítulo 2

Después de una breve siesta y de deshacer las maletas rápidamente, Juliette se cambió y se marchó a la playa. De camino, se detuvo para poder admirar la vista. Delante de ella, se divisaba arena blanca e interminables kilómetros de agua azul que se extendían hasta el horizonte, hasta que el azul del cielo se confundía con el del mar. A su izquierda, vio unos exuberantes jardines y a su derecha una piscina con una cascada en el centro.

– Un auténtico jardín del Edén -murmuró.

– Esto te hace pensar que el hombre debió de ser un estúpido por marcharse.

Aquella profunda voz masculina resonó en sus oídos e, inmediatamente, Juliette supo de quién se trataba. El corazón empezó a latirle tres veces más rápidamente de lo normal y la excitación se adueñó de ella.

– Si no recuerdo mal, el hombre no se marchó porque quiso. Lo desterraron.

– Por probar la fruta prohibida.

Al oír aquellas palabras, Juliette no pudo resistirlo más y decidió darse la vuelta.

Si resultaba atractivo desde lejos, en la cercanía era devastador. Sin gafas de sol, se apreciaban unos ojos profundamente azules, unos rasgos tremendamente atractivos. Al contrario del físico rubio y típicamente norteamericano de su ex prometido, aquel hombre iba rodeado del aura de misterio y exotismo que creaban su cabello oscuro, su piel bronceada, su barba de varios días…

Su fantasía se había hecho realidad. En sus sueños, aquél era el tipo de hombre que acudiría a ella en la oscuridad de la noche, el que la tomaría entre sus brazos y la convertiría en el centro de su universo, sin nada más en mente…

– Doug -dijo él, extendiendo la mano-. ¿Tú eres…?

– Encantada de conocerte -susurró ella con una dubitativa sonrisa-. Me llamo Juliette.

No mencionó el apellido, igual que él no había dicho el suyo. Entonces, colocó la mano en la de él. El calor que sintió fue inmediato e intenso y, por el brillo que vio en los ojos de Doug, estaba segura de que él también lo había sentido. Atónita por la repentina atracción, Juliette trató de retirar la mano, pero él la aferró con fuerza.

– Encantado de conocerte, Juliette.

El pulgar de él le acarició brevemente el lugar de la muñeca donde late el pulso antes de soltarla. El placer se apoderó de ella, envolviéndole el corazón y caldeándola por dentro de un modo que no creía haber experimentado nunca.

Le gustaba lo que estaba sintiendo. Cada sensación que experimentaba su cuerpo, cada temblor… Después del dolor y el sufrimiento de las últimas semanas, se había dado cuenta de que necesitaba desesperadamente sentirse atractiva y deseable. Anhelaba una profusa atención que le asegurara que no era plato de segunda mesa. Aquel hombre podría proporcionarle la prueba de ello y ser la distracción que tanto necesitaba.

Sin embargo, quedaba un miedo real, que no dejaba de acuciarla. Aunque había escapado a aquella isla, no podía estar segura de que hubiera conseguido dejar atrás a la prensa. Lo último que quería era causar otro escándalo.

La fantasía secreta de la hija del senador sería un titular mucho peor que el de Novia a la fuga. Gracias a su magnífica reputación, el senador había capeado bien aquel temporal de rumores y había negado que hubiera sido avergonzado públicamente o que se preocupara por nada excepto por el bienestar de su hija. A pesar de todo, Juliette no tenía deseo alguno de ocasionarle más publicidad negativa durante los últimos meses de su cargo.

En aquellos momentos, estaba en la isla y se merecía cierto tiempo para ella sola. Al mirar a los ojos de Doug, vio sinceridad en ellos. La atracción era real, su atención singular y genuina. A menos que quisiera perder la oportunidad de toda una vida, no le quedaba más remedio que apartar sus temores y confiar.

Al contrario de Stuart, Doug la miraba como si fuera alguien especial. Juliette deseaba aferrarse a lo que su hermana le había dicho. No quería preguntarse cómo Gillian habría sabido lo que necesitaba. Como gemelas, compartían un vínculo que era mucho más fuerte que nada que fuera tangible o comprensible.

– ¿Adónde ibas? -le preguntó él, sacándola así de sus pensamientos.

– Estaba pensando en ir a la playa.

– Y yo estaba pensando en acompañarte donde fueras. Es decir, si no te importa.

Juliette lo miró a los ojos. Cuando decidió quedarse en Fantasía secreta, había decidido confiar. También había decidido dejar atrás todas sus inhibiciones. Al deshacer la maleta, había descubierto que su hermana había saqueado su equipaje y había sustituido todas sus sensatas prendas por cosas poco prácticas y las que eran más conservadoras por las más atrevidas. En su atuendo, la había liberado de sus ataduras. Sólo le faltaba completar aquel cambio con su actitud. Sin embargo, aquello era algo que resultaba más fácil de decir que de hacer; para conseguirlo sería mejor que no mirara el escote de su minúsculo biquini.

– De hecho -dijo ella, aclarándose la garganta-, me encantaría tener compañía.

Se recordó que aquel hombre no la conocía, que podría ser cualquiera que quisiera ser, actuar de modos nuevos y excitantes.

Extendió la mano y él deslizó la suya contra su piel. El contacto fue cálido y eléctrico y, como dos piezas de un rompecabezas, encajaban perfectamente.

Juliette no sabía si aquél era el hombre que Merrilee había escogido para su fantasía, pero después de su aburrida relación con Stuart, no podía ignorar una atracción tan fuerte y tan abrasadora. Su ex presentaba un aspecto civilizado, quizá demasiado, pero aquel hombre irradiaba un poder salvaje y masculino, lo que la tentaba profundamente.