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Merrilee estaba sentada en su escritorio, contemplando el enorme ramo de rosas rojas que le habían mandado. La tarjeta que acompañaba las flores no iba firmada. El remitente era anónimo.

Entonces, alguien llamó a la puerta de su despacho.

– Entre.

Cuando la puerta se abrió, entró Juliette Stanton, vestida como si acabara de regresar de la playa.

– Hola. Siento molestarte, pero me preguntaba si tendrías un minuto… ¡Oh! ¡Qué bonitas flores!

– Gracias. A mí también me lo parecen, aunque me gustaría saber quién me las ha enviado.

– ¿Se trata de un admirador secreto? ¡Qué romántico!

– Más que nada es misterioso.

– ¿Había alguna tarjeta? ¡Oh! Lo siento. Sé que no es asunto mío.

– En realidad, siempre he creído que cuando una persona me cuenta sus fantasías, es como si se creara un vínculo entre nosotros. No me importa responder. Sí, había una nota -respondió Merrilee, leyéndole la tarjeta-. «Rosas, rojas como rubíes. Porque son tus favoritas».

– ¿Y es eso cierto?

Merrilee asintió. Los rubíes rojos le recordaban a Charlie. Sin poder evitarlo, miró el anillo. Sin embargo, sabía bien que hacía mucho tiempo que había perdido a Charlie. Dejarse llevar por el sentimentalismo no se lo devolvería. Aunque se preguntaba quién conocía tan bien sus secretos, aquél no era el momento de hacerse preguntas al respecto.

– Bueno, ¿qué puedo hacer por ti? -le preguntó a Juliette, tras sacar un pañuelo de papel de una caja y enjugarse los ojos.

– Tal vez éste no sea el momento más adecuado. Puedo volver más tarde…

– Estoy bien. Cuéntame, por favor.

– Bueno, no conozco muy bien cómo funciona esto de las fantasías, pero tengo una petición que puede resultar… poco ortodoxa.

– Confía en mí -dijo Merrilee con una sonrisa-. No hay mucho que no haya visto ni oído en mi trabajo de hacer que las fantasías de la gente se hagan realidad.

– En ese caso, de acuerdo. Deseo a Doug… Lo siento, no conozco su apellido, pero quiero que sea el hombre de mis fantasías.

Doug. Merrilee sabía que Juliette se refería a Doug Houston y comprendió que él había escogido el anonimato. Tras la visita que Doug le había hecho hacía una semana, Merrilee había investigado un poco y conocía muy bien los entresijos de aquella fantasía. Había descubierto, antes de que llegara, que él le había dicho la verdad. Era un punto a su favor, pero su estancia en la isla seguía estando condicionada. Merrilee comprendió que si Juliette sabía que había elegido al hombre que había escrito el artículo sobre el socio de su ex, se asustaría. Sin embargo, también sabía que la atracción era más fuerte que el miedo.

– ¿Te refieres al hombre que vimos antes en el vestíbulo?

– Sí. Sé que dijiste que lo vería más y quiero que sea así. Quiero asegurarme que él es el hombre que has elegido para mí, a menos que ya esté con otra mujer.

– Evidentemente, hay una fuerte atracción entre vosotros.

– No estoy segura de haber sentido algo parecido antes -confesó Juliette, sonrojándose y desviando la mirada-. Es como algo que te golpea entre los ojos y te deja sin saber qué hacer a continuación.

– ¿Excepto no dejarlo marchar?

– Exactamente.

La joven acababa de hacer que la decisión de Merrilee fuera mucho más simple. Por la ética de su profesión, no podía revelar nada sobre la vida de Doug Houston ni la relación que pudiera tener con el pasado de Juliette. Aquello era algo que tendrían que solucionar los dos cuando llegara el momento y si este llegaba a producirse. Después de observar a Doug toda la tarde, su instinto le decía que no estaba allí para hacer daño a Juliette.

– Bueno, no veo ningún problema. Sea cual sea la fantasía de Doug, y creo que entenderás que no puedo revelarla, no implica a ninguna otra mujer.

– Entonces, está… -comentó Juliette, aliviada.

– Disponible.

– Yo iba a decir que a mi disposición -replicó la joven, riendo.

– Algo me dice que ese hombre no sabe lo que se le viene encima -dijo Merrilee, riendo.

– Creo que estoy jugando limpiamente. Mientras yo le ayude a cumplir su fantasía, ¿por qué no he de ir tras el hombre que más me interesa?

– Entonces, supongo que él también está cumpliendo tu fantasía.

– ¿Te refieres a lo de si me está haciendo sentir como si nada ni nadie fuera más importante? Sí, se le da muy bien… Bueno, supongo que debo darle a mi hermana las gracias en cuando la vea por regalarme esta semana para disfrutar y escaparme de los problemas que me esperan en casa.

– Mi esperanza es que mis huéspedes se marchen de aquí con una nueva perspectiva de vida.

– Estoy esperando marcharme de aquí con una nueva perspectiva sobre muchas cosas.

– Bueno, si hay algo que pueda hacer, te ruego que no dejes de venir a comunicármelo.

– Sí. Muchas gracias, Merrilee. Por todo. Y hasta que descubras quién es tu admirador secreto, espero que disfrutes con la atención.

Merrilee sonrió.

– Y yo espero que tú disfrutes de tu estancia entre nosotros y que dejes que empiece tu fantasía.

– Lo haré -afirmó Juliette.

Entonces, se levantó y salió del despacho.

Se puso a recordar los momentos que había pasado con Doug. Se acordó de que había pensado que sería imposible que un hombre tan atractivo se sintiera atraído por ella. Rápidamente, al sentir el contacto de sus manos, se había dado cuenta de que era Stuart el que hablaba dentro de ella y la llenaba de dudas. Doug había sabido convertirla de nuevo en la mujer segura y confiada que había sido.

Juliette pensó en la semana que la esperaba. Doug sabría distraerla de su dilema de cómo y cuándo revelar el engaño de su ex novio. Era un hombre con el que podría retirar la red tras la cual se había protegido toda su vida y así descubrir el lado más sensual de sí misma, el lado que siempre había creído inexistente. Además, era un hombre al que no volvería a ver después de pasar aquellos días juntos. Y lo más importante era que se trataba de un hombre que no la estaba utilizando por sus contactos en la sociedad o en la política.

Juliette salió de su bungaló y aspiró el húmedo y fragante aire de la noche. Siguió el estrecho sendero que conducía hacia la playa en la que se iba a celebrar la fiesta de aquella noche, la playa en la que esperaba que Doug la estuviera esperando.

Las llamas de unas antorchas iluminaban el camino. Desde lo alto de las empinadas escaleras que conducían a la playa, se detuvo. Había una fogata y una orquesta estaba tocando sobre un improvisado escenario. La gente se mezclaba, algunos en parejas, otros en grupos y unos cuantos estaban solos. Juliette centró más su atención y buscó a la única persona que despertaba su interés.

– ¿Estás buscando a alguien? -le dijo de repente su voz a sus espaldas.

– Sólo estaba admirando las vistas -mintió ella.

– Si tú lo dices… -susurró él, echándose a reír inmediatamente-. Sin embargo, yo sé que te estaba buscando a ti.

– Pues ya me has encontrado. Estaba a punto de bajar a dar una vuelta.

– Suena bien -le dijo Doug. Entonces, con un gesto, le indicó que bajara primero. Al llegar a la arena, Juliette se dispuso a seguir andando, pero él le agarró la mano-, pero antes, una cosa.

– ¿De qué se trata?

Doug le había colocado las manos sobre los hombros. Estaba estrechándola suavemente contra su pecho. Juliette vio que una barba de pocos días le cubría las mejillas y que sus ojos, tan azules como el mar, la miraban muy fijamente.

– Gracias por invitarme a pasar la noche contigo.