– ¿No te parece que estás siendo algo presuntuoso?
Al comprender la extensión de lo que había dicho, Doug abrió mucho los ojos, muy sorprendido. Juliette se echó a reír.
– Bueno, algo me dice que es mejor no profundizar en esa frase.
– Todavía no, pero hay tiempo…
Juliette se echó a reír. Estaba muy nerviosa, porque quería darle luz verde, pero no sabía exactamente cómo proceder. Sin embargo, la intensidad y el interés que notaba en él la hizo ser valiente.
– No pienso irme a ninguna parte. ¿Te apetece tomar algo? -le sugirió Doug cuando un camarero se detuvo delante de ellos con una bandeja llena de bebidas multicolores-. ¿Una piña colada? ¿Un tequila sunrise? ¿O quieres que vaya a la barra y te pida otra cosa?
– Elige tú por mí.
Doug tomó dos vasos altos de la bandeja y le entregó uno a Juliette. Entonces, el camarero se marchó y los dejó solos.
– Es una piña colada.
– Mmm -dijo Juliette, tras dar un sorbo-. Está muy dulce -añadió, sorprendida, mientras se lamía los labios con la lengua.
– Pensé que era mejor iniciarte en los cócteles con algo suavecito.
– ¿Qué me delató?
– Tus enormes ojos, llenos de curiosidad. Miraste esa bandeja como si no hubieras visto nada parecido antes.
– Estoy más familiarizada con los vinos y el champán.
– Algo me dice que has llevado una vida muy protegida.
– Yo diría más bien que muy conservadora, pero mi gemela lo ha experimentado todo.
– Bueno, espero que después de esta semana tú puedas afirmar lo mismo.
– Me alegro de ver que pensamos del mismo modo -susurró ella con una sonrisa-. Efectivamente, estoy aquí para experimentarlo todo. Bueno, ¿a qué otras cosas me vas a introducir?
Un temblor sacudió el cuerpo de Doug. No se atrevía a contarle las experiencias que le gustaría tener con ella. Se recordó que era mejor que no hubiera sexo entre ellos.
Necesitaba algo que lo distrajera de las miradas veladas que ella le estaba lanzando. A pesar de aquel comportamiento tan provocativo, el ligero temblor de su voz y la mirada que había en sus ojos revelaban su verdadera naturaleza. Como hija de un senador, había crecido delante de las cámaras, por lo que sabía muy bien guardar las apariencias. Sin embargo, en aquella isla, al verse enfrentada al verdadero deseo, irradiaba una ingenuidad que nunca hubiera esperado. No creía que supiera el efecto que estaba teniendo en él. Cada vez que la miraba y contemplaba el atuendo que había elegido, la boca se le quedaba seca. La falda a modo de pareo que llevaba puesta mostraba gran parte de su pierna, mientras que la camiseta, que imitaba la parte superior de un biquini, mostraba un liso vientre y acentuaba sus redondeados pechos. No difería del atuendo que llevaban el resto de las mujeres aquella noche, pero las demás no eran Juliette, ni ejercían sobre él el mismo efecto devastador.
– Vamos a ver qué hay en las cabañas de bambú -sugirió él, señalando los improvisados restaurantes-. ¿Qué te apetece? ¿Una hamburguesa, un perrito caliente o prefieres pescado?
– Creo que tomaré una hamburguesa -respondió ella, arrugando la nariz al notar el fuerte aroma del pescado.
– Supongo que las chicas tan conservadoras como tú no aprecian el arte de atrapar, descamar y destripar un pez.
– Yo no he dicho que fuera conservadora -replicó ella con una sonrisa en los labios-, sino que había llevado una vida muy conservadora. Hay una diferencia muy grande entre los dos conceptos. En cuanto a ti, te veo tan relajado que no veo ni una onza de convencionalismo ni en ti ni en tu educación, ¿me equivoco?
– Tienes razón. Me adoptaron y ni mis padres biológicos ni los adoptivos eran conservadores.
– Yo diría que no, especialmente si has heredado el estilo para vestir de alguno de ellos -dijo ella, señalando los pantalones cortos, con motivos hawaianos, que él llevaba puestos, y que no conjuntaban con la camisa de manga corta y de estampado también tropical.
– ¿Te molesta?
– No, es diferente.
– ¿Diferente en qué sentido?
– En el mundo del que yo vengo, los hombres llevan trajes y corbatas y polos con pantalones de pinzas.
– Bueno, si alguien de mi familia lleva traje y corbata, nunca lo he visto -replicó él, agradeciendo aquel breve, aunque prometedor, inciso sobre su vida privada.
Efectivamente, Ted Houston no se había puesto nunca un traje. Doug, por el contrario, sabía muy bien cómo debía vestirse para cada ocasión, aunque en la isla había dejado que dominara su lado más rebelde.
– Además, mi padre adoptivo tiene un problema congénito y no puede distinguir los colores, y yo creo que heredado su habilidad para combinar los colores.
Juliette se echó a reír con aquella broma.
– ¡Eh! No me interpretes mal. Tu estilo es un cambio muy agradable. Tú eres un cambio agradable…
Juliette dio un nuevo sorbo a su cóctel. Doug, que había sentido un soplo de aire fresco con su risa, se dio cuenta entonces de que el camarero se había olvidado de darles unas pajitas, pero no le importó. Así tuvo oportunidad de limpiarle la espuma de la bebida del labio superior con la yema del pulgar.
Juliette se quedó muy quieta, con aquellos enormes ojos verdes llenos de sorpresa. El mismo Doug reconoció el sentimiento, porque él mismo lo estaba sintiendo. Su mente le decía que utilizara la sorprendente corriente eléctrica que había surgido entre ellos para su propio beneficio. Sin embargo, el corazón, que le latía velozmente en el pecho, lo animaba simplemente a disfrutar.
Cuando apartó la mano, se la llevó a la boca para quitarse la espuma del dedo con la lengua. Juliette suspiró, casi como si fuera de placer, por lo que el cuerpo de Doug se tensó inmediatamente.
Justo entonces, anunciaron la cena e indicaron a los invitados que se dirigieran al buffet, lo que ayudó a Doug a recuperar la razón. Había perdido una oportunidad perfecta de sacarle información con el pretexto de conocerla mejor. No sólo no comprendía por qué no lo había hecho, sino que se sentía completamente descentrado.
– Salvada por la campana -musitó.
– ¿Cómo dices?
– Nada. ¿Qué te parece si vamos por algo de comer?
– Vamos.
Efectivamente, Doug necesitaba poner distancia con aquel momento. ¿En cuántos líos podía meterse durante el transcurso de una cena? En demasiados.
Con los platos llenos de comida, se dirigieron a las mesas que se habían colocado para la cena. A sugerencia de Juliette, se sentaron en una que estaba en un lugar más reservado.
Doug se estaba empezando a dar cuenta de que no podía negarle nada cuando tenía aquel brillo de excitación en los ojos, el brillo que indicaba que estaba experimentando algo por primera vez. Él había crecido rápidamente, primero en las calles y luego al lado de Ted Houston. Había aprendido cómo engatusar al diablo para conseguir la información que deseaba, por lo que le sorprendía mucho alegrarse por estar dándole buenos recuerdos que la ayudaran a olvidar los más dolorosos que, sin querer, él le había causado.
Verla comer estaba resultando ser una experiencia muy sensual. Era una delicia cómo se lamía los dedos antes de secárselos ligeramente en la servilleta. Entonces, dejó la servilleta a un lado y bostezó.
– Juro que no es la compañía.
– Es el viaje. Lo sé. Me sorprende que hayas aguantado hasta tan tarde. ¿Quieres marcharte ya a tu bungaló?
– Por mucho que me cueste decirlo, creo que eso sería lo mejor.
– Lo entiendo. -Tras depositar sus envoltorios de papel y las sobras en los cubos de la basura, Juliette se volvió de nuevo hacia él.
– Me he divertido mucho esta noche.
– Yo también, pero hasta que no te haya acompañado hasta tu puerta, no se ha terminado.
– No tienes por qué hacerlo, aunque me gustaría que lo hicieras.
Mientras la acompañaba hasta la puerta de su bungaló, Doug se sintió como un muchacho en su primera cita, en vez de un experimentado reportero que luchaba por conseguir una historia. Sin embargo, sabía que todas las tareas requerían tiempo y que eso era lo que necesitaba para conseguir lo que esperaba.