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Gina era la doctora Gina Buchanan, la pediatra del hospital. Gina estaba casada con Struan Maitland, el director del hospital y Gina y Struan estaban de vacaciones.

Jock hizo un gesto de impaciencia.

– Ellen, sabes de sobra que Gina está fuera. Ella y Struan se fueron de vacaciones hace dos semanas y antes de irse, Gina me habló de cada recién nacido. De esta niña no me dijo nada.

– Tiene cinco semanas.

– Cinco -repitió Jock, tomando a la niña en brazos.

Ellen pensó que Jock tenía unas manos suaves, cariñosas… ¿Sería cariñoso en ese momento?

– Entonces la conoces -dijo suavemente-. ¿Tiene nombre?

Ellen alzó la barbilla.

– Se llama Rose.

– Rose -repitió Jock.

El bebé se estiró y su pequeña carita se iluminó con una sonrisa. Jock no pudo evitar sonreír a su vez.

– Sí. Entiendo por qué la llaman Rosa. Es un bonito nombre para una niña preciosa -luego su voz cambio-. Ellen, ¿puedes decirme qué demonios está pasando aquí?

– Yo no…

– Deja de decir estupideces, Ellen. Quiero saber quién es y lo quiero saber en este momento. Quiero saber si le pasa algo y si no tiene nada, quiero saber por qué una niña aparentemente sana está aquí en este hospital. Cuéntame.

– Pero…

– Ellen.

Ellen suspiró. Y volvió a suspirar.

Luego, por fin, levantó el rostro y se encontró con la mirada de Jock. La enfermera Silverton no se acobardaba con nadie y conocía a Jock desde que era un crío.

– De acuerdo, Jock. Como te dije, su nombre es Rose y la estamos cuidando por Tina.

Jock estuvo a punto de dejar caer a la niña. La miró asombrado y luego volvió a mirar a Ellen.

– Tina… ¿La doctora Rafter?

– Sí, la doctora Rafter -contestó con voz débil-. Aceptamos…

– ¿Quién aceptó?

– Está bien, yo acepté…

– ¿Aceptaste cuidar a la hija de la doctora Rafter?

– Tenía que dejar su trabajo de noche si yo no lo hacía -le explicó-. Jock, tú no entiendes. Tina está desesperada. No podía permitirse pagar…

– ¿No puede pagar a alguien que la cuide? -preguntó con rostro incrédulo.

– Jock, no entiendes -repitió Ellen-. Tina está…

No siguió.

– Tienes razón, no lo entiendo -dijo Jock mientras su rostro adquiría un semblante peligroso-. La doctora Rafter lleva trabajando aquí sólo dos semanas. Ellen, hicimos algunas entrevistas para el puesto y no mencionó que tuviera una hija.

Ellen se puso derecha.

– No, ¿pero habría cambiado algo las cosas?

– Por supuesto que sí. Si hubiéramos sabido que dependía de nosotros para cuidar de esto…

– ¡Doctor Blaxton, Rose no es una cosa! -protestó Ellen-. Esta niña se llama Rose y es preciosa. Y tú no tienes derecho a culpar a Tina. Le dije que a mí no me importaba tenerla aquí. También le aconsejé que no la mencionara…

– ¿Por qué demonios…?

– Porque sabes que Wayne Macky nunca aceptaría que Tina la tuviera aquí. No sin el permiso de Struan, y Struan estará fuera tres meses.

Los ojos de Jock se agrandaron.

– Pero, Ellen, Tina es sólo una interina y no tiene derecho a aceptar un contrato de unos meses si eso implica que tenemos que cuidar de su hija.

Jock estaba muy enfadado, pero Ellen era una irlandesa de fuerte temperamento.

– ¡Ya es suficiente! Tina no es sólo una empleada. Sabes perfectamente que es del pueblo. Todos la conocemos.

– Yo no la conozco -dijo Jock-. Tina tiene veintiocho años, seis años menos que yo, lo que quiere decir que tendría cinco años cuando yo me marché. De manera que, a diferencia de ti, soy objetivo con ella.

– Y no te cae bien…

– Y no me cae bien -afirmó-. Ya le dije a Struan que me preocupaba que ella trabajara aquí. No es una persona seria y responsable. Incluso en un contrato de varios meses yo quiero una persona entregada y ya ha llegado varias veces tarde.

– Jock, Tina tiene familia aquí y la necesitan. Por eso quería este puesto…

– Ella dijo que eligió entre dos trabajos.

– Es cierto -contestó Ellen desesperada-, pero también necesita tiempo para estar con la familia. Y para cuidar de su hija…

– Y pensó que nosotros seríamos una posibilidad cómoda.

– No -aseguró Ellen-. Tina conoce a Wayne Macky, el contable del hospital, y sabe que nunca lo aceptaría. Cuando comenzó no pensaba que fuera a necesitar que le cuidaran por la noche a la niña. Cuando se enteró, quiso dejar el trabajo, pero… -Ellen se sonrojó-. Yo sabía lo mucho que necesitaba este trabajo y también lo sabían las enfermeras. Conocemos de siempre a Tina. Y si tú se lo dices a alguien…

– Te refieres a Wayne…

– Sí -contestó, con las manos en las caderas-. Sabes que Wayne lo llevaría a la directiva y…

– Echarían inmediatamente a la doctora Rafter y a su hija de aquí.

– Así es. Y si no te importa…

– ¿Pero cuál es el problema entonces? ¿Qué cuidemos de Rose cada noche?

– Así es.

– Esa chica es un poco aprovechada.

– ¡Lo necesita! Sé que no te gusta Tina, pero no sé por qué. Ella es una chica estupenda, si fueras un poco más agradable…

– Ellen, nosotros no tenemos un servicio de guardería aquí. Sabes que estamos siempre faltos de camas y si la niña se pusiera enferma…

– Jock… -Ellen se mordió los labios, sabiendo que en ese punto no podía defenderse.

Sabía que si la niña se contagiaba con algo sería un problema para ambas, para ella y para Tina. Aunque Tina no tenía otra posibilidad. Tina sabía que corría riesgos, pero sabía también que la desesperación la había llevado a dejar a la niña allí.

– Escucha, Ellen, no aceptaré la responsabilidad de una niña durante los tres meses que dura el contrato de la doctora Rafter, y no es justo que espere que lo aceptemos. Le pagamos un sueldo justo y ella es adulta como para saber lo que conlleva tener un hijo. Así que ahora lo que tiene que hacer es contratar a una niñera.

– Pero…

– No, Ellen -insistió Jock, apretando al bebé en los brazos-. Sé que tienes un gran corazón. Puede que no seas capaz de decírselo, pero no aceptaré algo así. Iré ahora mismo a hablar con ella.

– Jock, ¿por qué no te cae bien Tina?

– Porque es una inconsciente y no se toma en serio su trabajo. Y descubrir la existencia de esta niña es lo que me habría esperado de alguien como ella. Tenía que habérmelo imaginado. Tuvo que haber alguna razón para que ella se marchara de la ciudad. Fue su única salida.

Dicho lo cual se dio la vuelta y se dirigió al pasillo, sin despedirse de Ellen.

Tina Rafter…

Jock caminó por el pasillo con una expresión intensa en la mirada, pensando en aquella muchacha.

Él se había opuesto desde el principio a que trabajara allí. Le parecía demasiado joven… Aunque su currículum dijera que tenía casi veintinueve años, era difícil de creer.

¿Por qué habría aceptado el trabajo? Jock imaginaba que habría alguna razón para que ella interrumpiera su carrera como anestesista y se pusiera a trabajar como interina. Es más, le molestaba no poder adivinar qué era.

No podía preguntarle. Jock recordó el día en que Struan la presentó en la sala de empleados.

Tina se había mostrado alegre y cariñosa con todo el mundo, y, a primera vista, Jock pareció también contento de conocerla. Desde luego que era bonita. Era delgada y a la vez con curvas, con una sonrisa que iluminaba todo su rostro y un pelo de color rojizo cuyos rizos le caían por los hombros. Tenía un caminar suave y ágil y enseguida causó buena impresión.

Pero cuando Struan cruzó la sala para presentársela a Jock, el rostro de Tina se quedó helado. Sus preciosos ojos verdes de repente se ensombrecieron con un gesto de preocupación.

La mirada aquella sorprendió a Jock. Él no estaba acostumbrado a que las mujeres reaccionaran de aquella manera. Durante aquellas dos semanas, se había intentado convencer de que eran imaginaciones suyas, pero no se equivocaba. A aquella mujer, por algún extraño motivo, él le disgustaba, y el disgusto bordeaba el desprecio.