Una vez satisfecho con la escena, y después de conversar con Hanks durante unos minutos, Steven se dirige hacia el grupo de espectadores entre los que está Alec. Su cara tiene una expresión tímida e interrogante. Entonces ve a Alec y esboza una sonrisa desdentada, saluda con la mano y durante un momento vuelve a ser aquel joven larguirucho de años atrás. Lo invita a acompañarlo a la zona de catering a por un perrito y un refresco.
Por el camino, Steven parece nervioso, haciendo sonar las monedas que lleva en los bolsillos y mirando a Alec por el rabillo del ojo. Éste sabe que quiere hablar de Imogene, pero no se le ocurre cómo sacar el tema. Cuando por fin habla es de sus recuerdos del Rosebud, de cómo le gustaba aquel lugar y de las magníficas películas que vio allí por primera vez. Alec sonríe y asiente, pero en el fondo está algo asombrado por la capacidad de Steven para el autoengaño. Steven nunca regresó al Rosebud después de Los pájaros, así que no vio allí ninguna de esas películas de las que habla.
Por fin Steven balbucea:
– ¿Qué va a pasar con el cine cuando te jubiles? No digo que tengas que jubilarte. Lo que quiero decir es… ¿Crees que seguirás llevándolo mucho tiempo?
– No mucho -contesta Alec (y es la verdad), pero no dice nada más. No quiere rebajarse a pedir ayuda, aunque en el fondo sabe que ha venido por eso, que desde que recibió la invitación de Steven a visitarlo en el rodaje ha estado imaginando que terminarían hablando del Rosebud y que Steven, que tiene tanto dinero, podría ser la solución a sus problemas económicos.
– Las viejas salas de cine son tesoros nacionales -continúa Steven-. Aunque no te lo creas, yo soy propietario de un par de ellas. Las uso para reestrenar viejas películas. Me encantaría poder hacer lo mismo algún día con el Rosebud; es una ilusión que tengo.
Aquí está la oportunidad que Alec estaba esperando, aunque no quería admitirlo. Pero en lugar de confesar a Steven que el Rosebud está al borde de la ruina, a punto de cerrar, cambia de tema… últimamente le faltan agallas para hacer lo que debe.
– ¿Cuál es tu próximo proyecto? -le pregunta a Steven.
– ¿Después de éste? Estaba pensando en un remake -contesta Steven mientras le dirige otra mirada furtiva-. A que no adivinas cuál.
Y entonces, de repente, le pone a Alec la mano en el brazo.
– Volver a New Hampshire me ha hecho recordar muchas cosas. He soñado con nuestra vieja amiga. ¿Te lo puedes creer?
– Nuestra vieja… -empieza a decir Alec, hasta que se da cuenta de a quién se refiere.
– Soñé que el cine estaba cerrado, con una cadena en la puerta de entrada y tablones en las ventanas. Dentro lloraba una niña -dice Steven, y sonríe nervioso-. ¿No te parece raro?
Alec conduce de regreso a casa con la cara empapada en un sudor frío y un intenso malestar. No sabe por qué no ha dicho nada, Greenberg estaba prácticamente suplicándole que le dejara ayudarlo económicamente. Piensa, con amargura, que se ha convertido en un viejo tonto e inútil.
Cuando llega al cine tiene nueve mensajes en el contestador automático. El primero es de Lois Weisel, de quien Alec no ha sabido nada en años. Habla con voz aguda. Hola, Alec, dice, soy Lois Weisel, de la Universidad de Boston. Como si hubiera podido olvidarla. Lois vio a Imogene durante una proyección de Cowboy de medianoche. Ahora imparte cursos de posgrado de dirección de cine documental. Alec sabe que estas dos cosas no son coincidencia, como tampoco lo es que Steven Greenberg se haya convertido en lo que es. ¿Podrías llamarme? Quería hablar contigo de… Bueno, llámame, ¿de acuerdo? Después ríe, con una risa extraña, como asustada, y añade: Esto es una locura. Suspira profundamente. Sólo quería saber si pasa algo con el Rosebud, algo malo. Así que, llámame.
El siguiente mensaje es de Dana Llewellyn, que la vio en Grupo salvaje. El siguiente de Shane Leonard, que vio a Imogene durante la proyección de American Graffiti. Darren Campbell, que la vio en Reservoir Dogs. Algunos le hablan de un sueño que han tenido idéntico al descrito por Steven Greenberg: ventanas cegadas con tablones, una cadena en la puerta, el llanto de una niña.… Algunos dicen que sólo quieren hablar y para cuando ha terminado de escuchar todos los mensajes Alec se encuentra sentado en el suelo de su despacho, con los puños apretados y sin poder parar de llorar.
Unas veinte personas han visto a Imogene en los últimos veinticinco años y casi la mitad de ellas han dejado mensajes a Alec para que les llame. La otra mitad lo hará en los días siguientes, querrán saber cómo va el Rosebud, contarle los sueños que han tenido. Alec hablará con prácticamente todas las personas vivas que la han visto alguna vez, con las que Imogene sintió deseos de charlar: un profesor de teatro, el dueño de un videoclub, un financiero retirado que en su juventud escribió airadas y satíricas críticas de cine para el Lansdowne Record, y otros. Toda una congregación de personas que cada domingo acudían en peregrinación al Rosebud en lugar de a la iglesia, cuyas plegarias habían sido escritas por Paddy Chayefsky6 y sus himnos compuestos por John Williams7 y la intensidad de cuya fe es [6]una llamada a la que Imogene no se puede resistir. Y Alec es uno de ellos.
Después de la venta el Rosebud permanece tres semanas cerrado por reformas. Una docena de trabajadores especializados montan andamios y trabajan con pequeños pinceles restaurando la deteriorada moldura de escayola del techo. Steven contrata más personal para que se ocupe de las gestiones diarias. Aunque ahora él es el dueño, Alec ha accedido a seguir al frente del negocio durante un tiempo.
Lois Weisel acude tres días por semana para rodar un documental sobre la renovación del local y sus alumnos desempeñan diversas tareas, como electricistas, técnicos de sonido, chicos para todo. Steven quiere organizar una gala de inauguración que sea un homenaje a la historia del Rosebud. Cuando Alec se entera de lo que quiere proyectar, una doble sesión de El mago de Oz y Los pájaros, se le pone la carne de gallina, pero no dice nada.
En la noche de la inauguración el cine está abarrotado; no ha habido tantos espectadores desde que se proyectó Titania Las televisiones locales filman a la gente entrando vestida con sus mejores galas. Steven está allí, por supuesto, de ahí la expectación…aunque Alec piensa que incluso sin él el aforo habría estado completo, porque la gente está deseando ver el cine restaurado. Los dos posan juntos para los fotógrafos estrechándose la mano bajo la carpa de entrada, vestidos de esmoquin. El de Steven es de Armani, especialmente comprado para la ocasión. Alec se compró el suyo para su boda.
[6] Paddy Chayefsky (1923-1981), famoso guionista de Hollywood, ganador de varios Oscar y autor de, entre otros éxitos,