Viví en aquella casa durante cuatro años más, pero después de ese día nunca volví a visitar a Morris en el sótano; de hecho evitaba bajar allí siempre que podía. Cuando me marché a la universidad la cama de Morris había sido trasladada allí y rara vez subía. Dormía en una suerte de cabaña que se había construido él mismo con botellas de Coca-Cola vacías y trozos de porexpán azul.
La luna fue la única parte de la fortaleza que Morris no desmontó. Algunas semanas después de que Eddie desapareciera mi padre la llevó a la escuela especial donde estudiaba mi hermano y ganó el tercer premio -cincuenta dólares y una medalla- en un concurso de manualidades. No sabría decir qué fue de ella después de aquello. Al igual que Eddie Prior, nunca volvió.
De las semanas que siguieron a la desaparición de Eddie recuerdo tres cosas. Recuerdo a mi madre abriendo la puerta de mi dormitorio justo después de las doce de la noche en que desapareció. Yo estaba acurrucado en mi cama, con la sábana sobre la cabeza, aunque no dormía. Mi madre llevaba una bata rosa de punto atada a la cintura con un nudo flojo. La miré parpadeando, deslumbrado por la luz del pasillo.
– Nolan, acaba de llamar la madre de Ed Prior. Está llamando a todos sus amigos. No sabe dónde está, no lo ha visto desde que salió para el instituto esta mañana. ¿Ha venido hoy por aquí?
– Lo vi en el instituto -dije, y a continuación me quedé mudo, no sabía qué añadir, no sabía hasta qué punto era seguro dar más información.
Mi madre probablemente asumió que acababa de despertarme de un profundo sueño y que estaba demasiado aturdido para pensar. Me dijo:
– ¿Hablasteis de algo?
– No sé. Supongo que nos saludamos. No recuerdo nada más -me senté en la cama tratando de acostumbrarme a la luz-. La verdad es que últimamente no vamos mucho juntos.
Mi madre asintió.
– Bueno, tal vez sea mejor así. Eddie es un buen chico, pero un poco mandón, ¿no te parece? No te deja mucho espacio para ser tú mismo.
Cuando hablé otra vez, en mi voz había una cierta tensión:
– ¿Ha llamado su madre a la policía?
– No te preocupes -contestó mi madre malinterpretando mi tono de voz y suponiendo que estaba preocupado por el bienestar de Eddie, cuando en realidad lo que me preocupaba era el mío-. Ella piensa que se está escondiendo por un tiempo en casa de algún colega. Por lo visto, ya lo ha hecho antes, cuando ha tenido alguna bronca con su novio. Me ha contado que una vez desapareció todo un fin de semana. -Bostezó y se tapó la boca con el dorso de la mano-. De todas formas es normal que esté nerviosa, sobre todo después de lo que le pasó a su hijo mayor, que se escapó del centro de menores y es como si se lo hubiera tragado la tierra.
– Tal vez sea una tradición familiar -dije con voz ahogada.
– ¿El qué?
– Desaparecer -dije.
– Desaparecer -repitió mi madre, y pasado un segundo asintió-. Supongo que cualquier cosa puede convertirse en tradición familiar, incluso eso. Buenas noches, Nolan.
– Buenas noches, mamá.
Estaba cerrando la puerta despacio cuando se detuvo e inclinando el cuerpo me dijo:-Te quiero, hijo.
Era algo que hacía siempre en los momentos más inesperados y que siempre me pillaba desprevenido. Los ojos empezaron a escocerme y traté de contestar algo, pero cuando abrí la boca me di cuenta de que tenía un nudo demasiado grande en la garganta como para que pudiera pasar el aire. Para cuando conseguí dominarme mi madre ya se había ido.
Unos días más tarde me sacaron de la biblioteca y me mandaron ir al despacho del subdirector, donde un detective llamado Carnahan se había apropiado de la mesa. No recuerdo gran cosa de sus preguntas ni de mis respuestas. Sí recuerdo que los ojos de Carnahan eran del color del hielo compacto -un azul blancuzco-, y que no me miró una sola vez en el curso de nuestros cinco minutos de conversación. También recuerdo que en dos ocasiones dijo mal el nombre de Eddie, llamándole Edward Peers, en lugar de Edward Prior. La primera vez le corregí, la segunda lo dejé estar. Durante toda la entrevista estuve terriblemente tenso; notaba la cara entumecida como si me la hubieran anestesiado, y cuando hablaba tenía la impresión de que apenas movía los labios. Estaba convencido de que Carnahan se daría cuenta y lo encontraría extraño, pero no fue así. Terminó aconsejándome que me mantuviera alejado de las drogas, después consultó algunos papeles que tenía delante y se quedó completamente en silencio. Yo seguí allí sentado frente a él casi un minuto, sin saber qué hacer. Después levantó la vista y se sorprendió al verme todavía allí. Me hizo un gesto con la mano para que me fuera, y me dijo que habíamos terminado y que hiciera pasar al siguiente.
Cuando me levantaba le pregunté:
– ¿Tienen alguna idea de lo que le ha podido pasar?
– Yo no me preocuparía demasiado. El hermano mayor del señor Peers se escapó del centro de menores el verano pasado y no se le ha visto desde entonces. Tengo entendido que estaban muy unidos. -Carnahan volvió la vista a los papeles y empezó a cambiarlos de sitio-. O tal vez ha decidido largarse solo. Ya ha desaparecido en un par de ocasiones, y ya sabes lo que dicen: a la tercera va la vencida.
Cuando salí, Mindy Ackers estaba sentada en un banco situado junto a la pared del área de recepción. Al verme se puso en pie de un salto, sonrió y se mordió el labio inferior. Con su aparato dental y su piel llena de acné, Mindy no tenía demasiados amigos y sin duda echaba mucho de menos a Eddie. Yo no sabía gran cosa acerca de ella, pero sí que siempre había buscado complacer a Eddie por encima de todo, y que disfrutaba siendo el blanco de sus bromas. Sentí simpatía y pena por ella; teníamos mucho en común.
– ¡Eh, Nolan! -dijo con una mirada entre esperanzada y suplicante-. ¿Qué ha dicho el poli? ¿Saben algo de adonde ha ido?
Entonces sentí un pinchazo de ira, no hacia ella, sino hacia Eddie, un profundo desprecio por la costumbre que tenía de hablar y burlarse de ella a sus espaldas.
– No -dije-, pero yo no me preocuparía por él. Te garantizo que, donde quiera que esté, no está pensando en ti.
La vi parpadear, dolida, y después rehuí su mirada y eché a andar, sin volver la vista atrás y deseando no haber dicho nada. Porque, al fin y al cabo, ¿qué tenía de malo que Mindy le echara de menos? Después de aquel día nunca volvimos a hablar y no sé qué fue de ella al terminar el instituto. Tratas con ciertas personas durante un tiempo y un buen día se las traga la tierra y desaparecen para siempre de tu vida.
Hay otra cosa más que recuerdo de los días que siguieron a la desaparición de Eddie. Como he dicho, trataba de no pensar en lo que le habría pasado y evitaba mantener conversaciones sobre él. No resultaba tan difícil como cabría suponer. Estoy convencido de que aquellos que me querían se esforzaban por no agobiarme, conscientes de que un amigo había salido de mi vida sin una palabra de despedida. A finales de mes era casi como si realmente no supiera nada de lo que había sido de Eddie, estaba empezando a sepultar mis recuerdos sobre él -el puente sobre la autopista, las partidas de damas con Mindy, sus historias sobre su hermano mayor, Wayne- detrás de un muro cuidadosamente construido, de ladrillos mentales. Pensaba en otras cosas. Quería un trabajo y estaba considerando la posibilidad de entregar una solicitud en el supermercado. Quería tener dinero para gastar, poder salir más de casa. Los AC/DC daban un concierto en la ciudad en junio y quería comprar entradas. Ladrillo tras ladrillo, tras ladrillo.