– Gracias, alcaldesa Seaton y autoridades de la ciudad. Me alegra estar de vuelta en Glen Oak. -Hubo otra ronda de aplausos y en esos segundos Baedecker comprendió que estaba un poco ebrio. No tenía ni idea de lo que iba a decir a continuación.
Baedecker había aprendido a dominar su temor al público tratando de no fijar la mirada. Las multitudes eran menos temibles cuando se transformaban en un borroso mar de rostros. Pero esta noche no lo hizo. Baedecker miró intensamente la multitud. Vio a Apestosa Serrel, que lo saludaba con la mano desde la segunda fila. El esposo, todavía con uniforme de softbol, dormitaba en la silla de al lado. Phil Dixon y su familia estaban tres filas más atrás. Jackie Ackroyd se encontraba sentada en el pasillo de la primera fila. Al lado, Terry, arrodillado en una silla de espaldas a Baedecker, hablaba en voz alta con otro chico. No vio a Carl Foster ni a Galen, pero intuyó que se encontraban allí. En los segundos de silencio que siguieron al aplauso, Baedecker sintió un repentino borbotón de afecto por todos los presentes.
– La exploración del espacio ha sido fructífera para los científicos en materia de conocimiento puro, y estimulante para los ingenieros por el desafío tecnológico que planteaba -comenzó Baedecker-, pero muchos ignoran cuan fructífera ha sido para el norteamericano medio, gracias a subproductos que han mejorado nuestra calidad de vida. -Baedecker se relajó. Después de la misión había sobrevivido a la gira de relaciones públicas de la NASA, cinco meses, memorizando sólo media docena de discursos prefabricados. El que iniciaba ahora, aunque actualizado, era una pieza escrita por la NASA que él siempre había denominado su Discurso Teflon-…Y no sólo por esos maravillosos materiales y aleaciones, sino que como resultado de los avances electrónicos patrocinados por la NASA podemos disfrutar de los beneficios de máquinas tales como calculadoras de bolsillo, ordenadores personales y videos relativamente baratos.
«Santo Dios -pensó Baedecker-, montamos el mayor esfuerzo colectivo de trabajo e imaginación desde que los faraones construyeron las pirámides para poder sentarnos en casa a mirar una película porno en nuestros aparatos de video.» Baedecker hizo una pausa, carraspeó y continuó. -Los satélites de comunicaciones, algunos de ellos lanzados por el transbordador espacial, enlazan nuestro mundo en una red de telecomunicaciones. Cuando Dave y yo caminamos por la Luna hace dieciséis años llevábamos una nueva cámara de video muy ligera que fue el prototipo de muchas unidades de aficionados actuales. Cuando Dave y yo condujimos el Lunar Rover durante nueve kilómetros y miramos un desfiladero que ningún ojo humano había visto antes con claridad, nuestras exploraciones se transmitieron en vivo a través de más de trescientos cincuenta mil kilómetros de espacio. «Y fueron rechazadas por las redes de televisión porque habrían interrumpido la programación diurna -pensó Baedecker-. El programa Apollo murió joven porque tenía bajos valores de producción y un guión trivial. Después de Apollo 11 parecían programas de televisión repetidos. No podíamos competir con Days of Our Lives.»
– …Y en esa época nadie habría previsto cuántas cosas se lanzarían gracias al proyecto. Nuestra meta era explorar el universo y expandir las fronteras del conocimiento. Nuestro efecto fue crear una revolución tecnológica que condujo a la vez al hallazgo de subproductos que han modificado la vida del consumidor norteamericano medio.
«Joan lanzándose a otra vida para abandonar un matrimonio que durante años había sido una ilusión. Scott lanzándose a la India, dedicando su vida a hallar verdades eternas en una cultura que no puede construir bien un inodoro.»
– Cuando Dave, Tom y yo pilotamos el Discovery rumbo a la Luna, un ordenador de empresa costaba doce mil dólares -dijo Baedecker-. Actualmente, gracias a los lanzamientos derivados de nuestro programa espacial, un ordenador personal de mil doscientos dólares puede realizar las mismas funciones o incluso mejores.
«Dave Muldorff lanzándose a la política para ser diputado por Oregon. -Baedecker recordó una figura blanca moviéndose en la llanura lunar, su traje radiante en una corona de luz, dejando huellas que todavía estarían frescas cuando él y Baedecker fueran polvo, Estados Unidos ni siquiera un recuerdo y la raza humana estuviera olvidada-. Campañas para obtener fondos. Dave, cuya carrera en la NASA fue interrumpida por el imperdonable pecado de jugar con un Frisbee en la superficie lunar y no arrepentirse.»
– …y hoy en día los hospitales utilizan este artilugio para monitorizar los signos vitales de un paciente…
«Tom Gavin lanzándose a sus nuevas realidades fundamentalistas. Si Dios te habló mientras estabas solo en el módulo de mando, Tom, ¿por qué no nos lo contaste a Dave y a mí durante el vuelo de regreso? ¿Por qué no lo mencionaste en tus informes? ¿Por qué esperar tantos años para anunciarlo en el PTL Club?»
– …los mosaicos térmicos y otros materiales desarrollados para el transbordador tendrían cientos de usos imprevisibles en la vida comercial y cotidiana. Otras posibilidades…
«El estallido del Challenger, los fragmentos lanzándose hacia el mar. El fulgor anaranjado de las llamas. Fragmentos cayendo, cayendo.»
– …los beneficios podrían incluir…
«La esposa y el hijo de Baedecker lanzándose hacia otras vidas, otras realidades.»
– …podrían incluir cosas tales…
«Richard E. Baedecker lanzándose…»
– …cosas tales como…
«Lanzándose a…»
– …tales como…
«¿A qué?»
Baedecker calló.
Un risueño grupo de granjeros que contaba chistes en el fondo del gimnasio dejó de hablar en el repentino silencio y se volvió hacia el escenario. El chico, Terry Ackroyd, todavía arrodillado en la silla, dejó de hablar con el amigo y se volvió hacia Baedecker.
Baedecker se agarró a ambos lados del podio para no caerse. La gran sala giraba y se curvaba. Un sudor frío le perló la frente y la espalda. Sintió un cosquilleo nervioso en el cuello.
– Todos ustedes vieron estallar el transbordador -dijo Baedecker-. Una y otra vez en la grabación. Era como un sueño recurrente, ¿verdad? Una pesadilla de la que no podíamos despertar. -Baedecker se asombró de oír esas palabras. No sabía qué iba a decir.
– Yo trabajaba en la NASA cuando diseñaron el transbordador. Cada paso era una concesión causada por el dinero, la política, la burocracia o la mera estupidez empresarial. Matamos a esas siete personas como si les hubiéramos puesto una pistola en la cabeza.
Las caras vueltas hacia Baedecker eran transparentes como el agua, inestables como la llama de una vela.
– ¡Pero así es como funciona la evolución! -exclamó Baedecker, acercando la boca al micrófono-. El vehículo orbital, el tanque externo y los cohetes impulsores son hermosos, avanzados, tecnológicamente perfectos… pero son como nosotros, una concesión evolutiva. Al lado del milagro del corazón o la maravilla de los ojos, siempre hay un artilugio de la estupidez, como el apéndice vermiforme que espera para matarnos.
Baedecker se apoyó sobre los talones mirando al público. No lograba comunicar la idea, y de pronto le pareció muy importante hacerlo.
El silencio se expandía. Los sonidos de Old Settlers se desvanecían. Alguien tosió en el fondo del gimnasio y el ruido retumbó como un cañonazo. Baedecker ya no podía concentrar la visión en las caras. Cerró los ojos y se aferró al podio.
– ¿Qué ocurrió con los peces?
Abrió los ojos.
– ¿Qué ocurrió con los peces? -repitió con tono apremiante, elevando la voz-. Nuestros ancestros lejanos. Los primeros que salieron del mar. ¿Qué ocurrió con ellos?