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– Y Cayo Verres será absuelto -añadió Lucio Cicerón.

– ¡Lo más seguro! ¡Sin duda!

– Pues tendrás que preparar tu caso antes que ellos.

– ¿Antes de finales de quintilis, que es la fecha que Hortensio ha pedido reservada al pretor urbano? ¡ No podré! Sicilia es inmensa y el actual gobernador es el cuñado de Verres y me pondrá toda suerte de impedimentos… ¡No podré, no podré! ¡Te digo que es imposible!

– Claro que podrás -replicó Lucio Cicerón, poniéndose en pie con energía-. Querido Marco Tulio, cuando tú hincas los dientes en un caso no hay nadie más metódico ni mejor organizado que tú. ¡ Eres ordenadísimo y lógico y actúas con toda minuciosidad! Además, conoces Sicilia muy bien y tienes amigos allí…, y muchos entre ellos que padecieron por mano del horroroso Cayo Verres. Sí, claro que el gobernador tratará de entorpecer tus pesquisas, pero todas esas gentes a quien Verres extorsionó te ayudarán al máximo. Ahora estamos a finales de abril; acaba el trabajo en Roma en dos intervalos de mercado y, mientras, yo buscaré barco que te lleve a Sicilia y allí estaremos los dos a mediados de mayo. ¡Vamos, Marco, sí que podrás!

– ¿De verdad que me acompañarías, Lucio? -inquirió Cicerón con expresión alegre-. Tú eres casi tan organizado como yo y me ayudarás muchísimo -ya recobraba su natural entusiasmo y no le parecía tarea tan ímproba-. Tendré que ver a mis clientes, porque no tengo dinero suficiente para alquilar barcos rápidos y recorrer toda Sicilia en un carro tirado por mulas. ¡ Por Júpiter, Lucio -añadió, dando una palmada en el escritorio-, me encantará hacerlo, aunque sólo sea por ver la cara que pone Hortensio!

– ¡Pues lo haremos! -exclamó Lucio sonriente-. Cincuenta días en un viaje de ida y vuelta. Diez días de viaje y cuarenta para recoger las pruebas.

Y mientras Lucio Cicerón se dirigía al pórtico Emilia del puerto de Roma para hablar con los agentes navieros, Cicerón se encaminó a la casa del Quirinal en que se hospedaban sus clientes.

Conocía bien al principal del grupo, Hiero de Lilibeo, que había sido etnarca de aquel importante puerto del oeste de Sicilia cuando él era cuestor.

– Mi primo Lucio y yo necesitamos recoger las pruebas en Sicilia en cincuenta días si queremos anticiparnos a Hortensio -le dijo-. Podemos hacerlo, pero sólo si corréis con los gastos -añadió, ruborizándose-. No soy rico, Hiero, y no puedo pagar transporte rápido. Habrá gente a quien tenga que dar dinero a cambio de información y tendré que traer testigos a Roma.

Hiero siempre había admirado a Cicerón desde que en su época en Lilibeo había hecho las delicias de todos los griegos sicilianos que trataban con el cuestor de Roma, pues era un joven rápido, inteligente e innovador en asuntos fiscales y de contabilidad y un magnífico administrador. Aparte de que se había ganado la admiración de todos por su rara virtud de ser honrado.

– Adelantaremos encantados cuanto necesites, Marco Tulio -dijo Hiero-, pero creo que es el momento oportuno de hablar de tus honorarios. Poco tenemos salvo dinero, y tengo entendido que los abogados romanos no son muy dados a aceptar dinero en metálico por ser muy fácil para la fiscalización de los censores. Las compensaciones más habituales son obras de arte y similares, pero no tenemos nada de eso.

– ¡Ah, por eso no te preocupes! -respondió Cicerón animado-. Sé exactamente a cuánto ascenderán mis honorarios. Voy a presentarme el año que viene al edilato plebeyo y quiero celebrar unos juegos que estén bien, pero sin ánimo de competir con los ricos que suelen ser nombrados ediles. Mientras que yo puedo adquirir bastante popularidad si distribuyo trigo barato. Pagadme en trigo, Hiero. Es un elemento dorado que sale del suelo cada año. Os lo compraré con mis multas edilicias, pero no deberá costarme a más de dos sestercios el modius; si aceptas vendérmelo a ese precio, no os cobraré nada más. Si es que gano el proceso, naturalmente.

– ¡De acuerdo! -contestó Hiero sin dudarlo, disponiéndose a extender un pagaré de diez talentos a nombre de Cicerón.

Marco y Lucio Cicerón estuvieron fuera de Roma exactamente cincuenta días, durante los cuales trabajaron infatigablemente recogiendo pruebas y entrevistando a testigos; y aunque el gobernador, varios piratas, los magistrados de Siracusa y Messana (y algunos recaudadores romanos de impuestos) intentaron entorpecer su labor, hubo muchísima más gente -y alguna de gran influencia- que les prestó ayuda para activar su trabajo. Si en Siracusa faltaban los registros de cuestoría o no revelaban nada, los de Lilibeo arrojaban cuantiosas pruebas. Vinieron a verles testigos, contables, mercaderes y campesinos. Además, la Fortuna favoreció a Cicerón, pues cuando llegó el momento de regresar a Roma, el tiempo era tan bueno que pudieron hacer todos el viaje de vuelta hasta Ostia en un barco ligero y rápido sin cubierta. Llegaron a Roma el último día de junio, lo que les daba un mes más para concluir los preparativos del caso.

Mes durante el cual Cicerón se presentó a las elecciones de edil plebeyo al mismo tiempo que organizaba el proceso. No acababa de explicarse cómo era capaz de estructurarlo todo, pero lo cierto era que nunca funcionaba mejor que cuando estaba agobiado de trabajo y tenía el escritorio repleto de papeles. Adoptaba decisiones como rayos y todo concordaba; la lengua de plata y la voz de oro desgranaban inteligencia y sabiduría espontáneamente, y aquella cabezota, que a todos parecía noble, impresionaba hondamente, y la personalidad deslumbrante que yacía en lo más hondo de Cicerón andaba aquellos días en constante exhibición. Aquel mes llegó a inventar un nuevo método de enjuiciamiento, un método que lograría lo que los procedimientos jurídicos romanos no habían logrado hasta entonces: poner a disposición del jurado tan abrumadoras pruebas con tal rapidez y eficacia que la defensa quedaba sin recursos.

Su regreso de Sicilia tras lo que a Hortensio le habían parecido unos cuantos días dejó a éste perplejo; y más, teniendo en cuenta que la recogida de pruebas contra el desventurado Quinto Curtio no había sido tan fácil como él pensaba, a pesar de la ayuda de Varrón Lúculo, Atico y la ciudad de Atenas. Sin embargo, tras un momento de fría reflexión, Hortensio se dijo que era un subterfugio de Cicerón. ¡ Era imposible que tuviese listo el caso antes de septiembre como mínimo!

Tampoco a su regreso había encontrado Cicerón todo en Roma a su entera satisfacción. Metelo Caprario el joven y su hermano menor habían trabajado extraordinariamente y, por medio de agentes, habían convencido a sus clientes sicilianos de que él había perdido interés por el caso y había aceptado un importante soborno de Cayo Verres. Cicerón tuvo que sostener varias entrevistas con Hiero y sus compañeros para comprobar que estaban muy nerviosos y, al descubrir el motivo, logró sacarlos de su error.

En quintilis se celebraron tres clases de elecciones, la primera de ellas la de la Asamblea centuriada curul. Los resultados, en relación al proceso, eran desalentadores: Hortensio y Metelo Caprario el joven habían sido elegidos cónsules para el año siguiente y Marco Caprario volvía a ser uno de los pretores. Luego, en la Asamblea del pueblo, el hecho de que César fuese el cuestor elegido con más votos causó fuerte impresión en la conciencia de Cicerón. Después, transcurrido el día veintisiete del mes, Cicerón se vio elegido edil plebeyo con Marco Cesonio (sin relación con los Julios con cognomen de César), ambos pensaron que se avendrían bien y Cicerón se alegró en extremo de que su colega fuese un hombre muy rico.

Gracias a los cónsules de aquel año, Pompeyo y Craso, aquel verano sucedían muchas cosas en Roma; en lugar de dar deliberado bombo a su cargo de gran importancia, los oficiales electorales y el Senado se dedicaron a dejar arreglado el asunto de las elecciones de una vez por todas, y al día siguiente del comicio de la Asamblea plebeya, el último de los tres, se echaron las suertes de los cargos del año siguiente. No fue de extrañar que cayera en suerte la presidencia del tribunal de extorsiones a Marco Caprario el joven. Ahora ya estaba todo listo para exculpar a Cayo Verres a principios de año nuevo.