Выбрать главу

El último día de quintilis Cicerón atacó. Como no había reuniones de comicios, estaba abierto el tribunal del pretor urbano atendido por Aurelio Cotta, y a él se dirigió con sus clientes a la zaga, para notificar que tenía preparada la acusación contra Cayo Verres y requerir que Lucio Cotta y el presidente del tribunal de extorsiones, Manio Acilio Glabrio, designasen fecha para iniciar el proceso. Cuanto antes mejor.

Todo el Senado había estado en ascuas por el duelo entre Cicerón y Hortensio. La facción de Cecilio Metelo estaba en minoría y ni Lucio Cotta ni Glabrio formaban parte de ella; de hecho, la mayor parte de los padres conscriptos estaban deseando ver cómo se desmoronaba la maniobra diseñada por Hortensio y los Metelos Caprarios jóvenes para exculpar a Verres. Por todo ello, Lucio Cotta y Glabrio concedieron encantados a Cicerón la fecha más temprana posible.

Los dos primeros días de sextilis eran feriae -lo que no excluía la celebración de procesos criminales -pero el tercero era más polémico, pues se celebraba la procesión de los perros crucificados, una ceremonia que rememoraba un episodio de cuando cuatrocientos años atrás los galos habían invadido Roma, intentando establecer una cabeza de puente en el Capitolio, y los perros guardianes no habían ladrado; siendo la causa de que se despertase el cónsul Marco Manlio el graznido de los gansos sagrados. Y desde aquella noche, se celebraba el aniversario con una solemne procesión que daba la vuelta al circo Máximo, portando nueve perros crucificados en cruces de saúco, y un ganso en una litera púrpura con guirnaldas, para conmemorar la traición de los perros y el heroísmo de los gansos. No era buen día para un juicio criminal, pues los perros eran animales ctónicos.

Por lo tanto, se dispuso que el juicio contra Cayo Verres comenzase el quinto día de sextilis, en una Roma aturdida por el verano y llena de forasteros ansiosos por ver los espectáculos especiales que daban Pompeyo y Craso, circunstancia que suponía una fuerte competencia, pero a nadie se le ocurrió pensar que faltarían curiosos al proceso de Cayo Verres aunque se celebrase durante las fiestas públicas de Craso y los juegos triunfales de Pompeyo.

Según las leyes de Sila relativas a los nuevos tribunales de justicia, se había conservado el procedimiento general de Cayo Serviho Glaucia, aunque muy perfeccionado… en detrimento de la rapidez. Se desarrollaba en dos fases: la actio prima y la actio secunda con una pausa de varios días entre ambas actiones, que el presidente del tribunal podía prolongar si lo deseaba.

La actio prima consistía en un largo discurso del que dirigía la acusación, seguida de un discurso no menos largo del encargado de la defensa; luego, se sucedían más discursos alternos entre la acusación y la defensa hasta agotar el turno de todos los abogados ayudantes. Después, se pasaba al interrogatorio por parte de la defensa de cada uno de los testigos de la acusación. Si una u otra parte efectuaban maniobras obstruccionistas, la declaración de los testigos podía ser larguísima. A continuación declaraban los testigos de la defensa interrogados por la acusación y, a veces, interrogados por la defensa. Luego, se producía un largo debate entre el primer abogado de la acusación y el de la defensa; debates que podían producirse entre testigos si una de las partes lo solicitaba. La actio prima finalizaba con un último discurso pronunciado por el consejo del primer abogado defensor.

La actio secunda era aproximadamente una repetición de la actio prima, aunque a veces no se convocaba a los testigos. En ella tenían lugar las mejores y más apasionadas oraciones, pues tras los discursos finales de la acusación y la defensa se pedía el veredicto del jurado, al que no se le concedía tiempo para discutirlo; lo que significaba que éste se pronunciaba cuando los miembros del jurado tenían aún resonando en sus oídos las palabras del abogado defensor. Era el motivo principal por el que a Cicerón le encantaba actuar de defensor y no de acusador.

Pero Cicerón sabía cómo ganar el proceso contra Cayo Verres: lo único que necesitaba era un presidente de tribunal complaciente.

– Pretor Manio Acilio Glabrio, presidente de este tribunal, deseo llevar la causa con arreglo a directrices distintas a las habituales. Lo que propongo no es ilegal, simplemente novedoso y se debe a los numerosísimos testigos que presentaré y al igualmente gran número de delitos de que voy a acusar al demandado Cayo Verres -dijo Cicerón-. ¿Está dispuesto el presidente del tribunal a escuchar un bosquejo de lo que propongo?

– ¿Esto qué es? ¿Esto qué es? -se apresuró a decir Hortensio-. Insisto: ¿pero qué es esto? ¡ El juicio contra Cayo Verres debe realizarse en la forma habitual!

– Escucharé lo que Marco Tulio propone -dijo Glabrio-, sin interrupciones -añadió con voz amable.

– Quiero prescindir de los discursos largos -dijo Cicerón- y centrarme en un delito tras otro. Los delitos de Cayo Verres son tantos y tan variados, que es vital que los miembros del jurado los tengan presentes bien claro y por separado. Tratando los delitos separadamente lo único que pretendo es contribuir a que el tribunal lo tenga todo bien presente. Por lo tanto, lo que propongo es esbozar brevemente cada delito y presentar mis testigos más las pruebas del delito. Como verás, voy a trabajar solo y no tengo abogados ayudantes. En la actio prima del proceso contra Cayo Verres no habrá largos discursos de la acusación ni de la defensa. Es una pérdida de tiempo para el tribunal, y más a la vista del hecho de que este tribunal tiene al menos otro proceso a celebrar antes de que concluya el año, el de Quinto Curtio. Así que propongo que se pronuncien los grandes discursos en la actio secunda, y que sólo después de ellos el jurado dé su veredicto; por lo que no veo por qué mi colega Hortensio plantea objeción a que solicite un procedimiento para la actio prima que permite al jurado oír nuestra apasionada oratoria durante la actio secunda, como si no hubiese oído nada de lo que hubiésemos dicho antes. ¡Porque, efectivamente, no lo oirá! ¡ En pro de la frescura, de la expectación, del placer!

Ahora, Hortensio miraba indeciso; lo que decía Cicerón no carecía de sentido. Al fin y al cabo, no pedía nada que impidiera a la defensa decir la última palabra, y a él le gustaba eso de poder largar su imponente perorata como una impresionante novedad al final de la actio secunda. Sí, tenía razón: desembarazémonos lo antes posible de todo el tedioso procedimiento en la actio prima y dejemos el faro alejandrino para el apoteosis.

Por ello, cuando Glabrio le miró con gesto interrogante, Hortensio dijo con voz suave:

– Te ruego que solicites a Marco Tulio que lo amplíe.

– Amplíalo, Marco Tulio -dijo Glabrio.

– Poco más hay que decir, Manio Acilio. Simplemente que a los abogados defensores no se les conceda ni un ápice más de tiempo para hablar del que yo utilice durante la actio prima, desde luego. Estoy dispuesto a conceder a la defensa el tiempo que desee durante la actio secunda. Como veo un impresionante equipo de abogados defensores, mientras que yo soy el único de la acusación, eso procurará a la defensa la suficiente ventaja que considero debe tener. Unicamente solicito eso: que la actio prima se desarrolle tal como he expuesto.

– Es una idea de gran mérito, Marco Tulio -dijo Glabrio-. ¿Qué opinas, Quinto Hortensio?

– Hagámoslo como ha esbozado Marco Tulio -contestó Hortensio.

Sólo Cayo Verres tenía cara de preocupación.