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– Poco importa, realmente -contestó Pompeyo friamente-. Las riberas son muy parecidas; hay sitio de sobra para los despliegues, arboledas de protección y terreno bien nivelado para emplearse a fondo si podemos provocar el combate. Tuya es la decisión, Pío -añadió, con voz suave y gesto angelical-. Yo soy simplemente tu legado.

– Bien, como de lo que se trata es de llegar a Ariminum, lo más lógico es que pasemos la tropa a la otra orilla -dijo Metelo Pío imperturbable-. Si obligamos a Carrinas a retirarse no nos interesa cruzar el río para perseguirle. Según los informes, tenemos mucha ventaja con la caballería. Pompeyo, si crees que el terreno y el río nos lo permiten, me gustaría que cruzaras tú el primero y mantuvieses la caballería entre el enemigo y nuestra infantería. Luego, apartas la caballería y yo ataco con la infantería. Pocas artimañas podemos hacer y será una batalla clásica. De todos modos, si puedes situar la caballería a espaldas del enemigo cuando le embistamos, arrollaremos a Carrinas y a Censorino.

Nadie puso objeciones a la estrategia, lo bastante imprecisa para dar a entender que Metelo Pío tenía cierto talento como general. Cuando se sugirió que Varrón Lúculo se pusiese al mando de las tres legiones de veteranos de Pompeyo para que éste tuviese plena independencia con la caballería, él mismo aceptó sin reservas.

– Yo mandaré el centro, Craso el ala derecha y Varrón Lúculo la izquierda -dijo Metelo Pío para cerrar la reunión.

Como hacía buen día y el terreno no estaba muy húmedo, todo salió bastante en consonancia con lo previsto por Metelo Pío. Pompeyo cruzó sin dificultad, y el choque de infantería que siguió demostró la gran ventaja que las tropas veteranas conferían a un general en la batalla. Aunque las legiones de Escipión eran bastante bisoñas, Varrón Lúculo y Craso mandaron magistralmente las cinco legiones de veteranos y su confianza se transmitió a los hombres de Escipión. Carrinas y Censorino no contaban con tropas veteranas y cedieron sin que Metelo Pío tuviese que desplegarse demasiado. El resultado habría sido una fuga desordenada si Pompeyo hubiese logrado caer sobre el enemigo por detrás, pero cuando bordeaba el campo de batalla para hacerlo se encontró con la novedad de la llegada de Carbón con seis legiones más y tres mil soldados a caballo.

Carrinas y Censorino lograron retirarse sin perder más de tres o cuatro mil hombres y acamparon cerca de Carbón a un kilómetro escaso del campo de batalla; el avance de Metelo Pío y sus legados hubo de detenerse.

– Volveremos a tu campamento primitivo al sur del río -dijo Metelo Pío con firme decisión-. Prefiero que crean que nos tomamos con cautela el avance, y, además, creo que nos interesa dejar una buena distancia entre ellos y nosotros.

A pesar del decepcionante resultado de la jornada, la moral era alta entre la tropa, y muy alta en la tienda de mando cuando Pompeyo, Craso y Varrón Lúculo fueron a conferenciar con el general al anochecer. La mesa estaba llena de mapas desordenados, lo que daba a entender que el Meneitos los había estado consultando profusamente.

– Bien -dijo-, quiero que echéis un vistazo para estudiar el mejor modo de burlar a Carbón.

Se apiñaron en torno a la mesa, y Varrón Lúculo acercó una lámpara de cinco llamas. El mapa de piel de carnero mostraba la línea costera del Adriático entre Ancona y Rávena y el territorio del interior hasta las cumbres de los Apeninos.

– Nosotros estamos aquí -dijo el Meneitos, señalando un punto al sur del Aesis-. El siguiente río importante es el Metaurus, peligroso de vadear. Todo esto es el Ager Gallicus, y aquí está Ariminum, en el extremo norte, y algunos ríos, pero fáciles de vadear, según las indicaciones. Menos éste entre Ariminum y Rávena, ¿lo veis? El Rubico, que hace de frontera natural con la Galia itálica -el Meneítos había ido señalándolo todo, metódico como era-. Es bastante obvio por qué Carbón se ha situado en Ariminum. Desde allí puede desplazarse hasta la Galia itálica por la vía Emilia y bajar por la carretera Sapis hasta la vía Casia en Arretium y amenazar a Roma desde el valle superior del Tíber; y de allí puede llegar a la vía Flaminia y a Roma para descender por el Adriático hasta Picenum, y, en caso necesario, hasta Campania a través de Apulia y Samnio.

– Pues debemos desalojarle -dijo Craso, expresando la pura evidencia-. Y podemos.

– Pero hay un inconveniente -dijo Metelo Pío, frunciendo el ceño-. Por lo visto, Carbón ya no está acuartelado del todo en Ariminum. Ha hecho algo muy acertado enviando ocho legiones al mando de Cayo Norbano por la vía Emilia a Forum Cornelii. Aquí. No lejos de Faventia. No está muy lejos de Ariminum; habrá unos sesenta y cuatro kilómetros.

– Lo que significa que puede contar con esas ocho legiones en Ariminum en una jornada de marcha forzada, si fuera preciso -dijo Pompeyo.

– Sí. O llevarlas a Arretium o a Placentia en dos o tres días -añadió Varrón Lúculo, que nunca perdía de vista la situación general-. Tenemos a Carbón al otro lado del Aesis con Carrinas y Censorino… y dieciocho legiones más tres mil soldados de caballería, Norbano está en Forum Cornelii con otras ocho legiones, y otras cuatro guarnecen Ariminum con una caballería de varios miles de hombres.

– Es necesaria una buena estrategia para seguir avanzando un solo palmo -dijo Metelo Pío, mirando a sus legados.

– Esa estrategia es fácil -dijo Craso, tintineándole mentalmente las cuentas del ábaco-. Tenemos que impedir que Carbón enlace con Norbano, separarle de Carrinas y Censorino y separar a éste de Carrinas. Evitar que se unan. Fragmentación, como dijo Sila.

– Uno de nosotros, yo seguramente, tendrá que cruzar el Ariminum con cinco legiones, interceptar a Norbano y tratar de dominar la Galia itálica -añadió Metelo Pío, frunciendo el ceño-. Cosa nada fácil.

– Sí que es fácil -terció Pompeyo decidido-. Mirad, aquí está Ancona, el segundo puerto del Adriático. En esta época del año está lleno de barcos en espera de que los vientos del oeste permitan iniciar el comercio de verano hacia oriente. Si llevas las cinco legiones a Ancona, Pío, las embarcas en esas naves y las llevas a Rávena. Es un viaje seguro en el que nunca pierdes de vista la tierra y evitas las tempestades. Serán unos ciento sesenta kilómetros y puedes hacerlo en ocho o nueve días, aun contando con que haya que remar. Y si tienes viento de popa, cosa bastante probable en esta época del año, puedes hacerlo en cuatro días -añadió, dando una palmada al mapa-. Y en una marcha rápida de Rávena a Faventia impides que Norbano pueda enlazar con Ariminum.

– Habrá que hacerlo en secreto -dijo el Meneitos con los ojos brillantes-. ¡ Sí, saldrá bien, Pompeyo! Ni en sueños se les ocurrirá que vayamos a mover tropas de aquí a Ancona, porque todos sus vigías estarán al otro lado del Aesis. Pompeyo, Craso, vosotros permaneceréis en donde estamos ahora fingiendo que contáis con cinco legiones más hasta que Varrón Lúculo y yo zarpemos de Ancona. Entonces, avanzáis. Si es posible, lo claváis en el terreno, igual que a Censorino. Carbón seguirá de momento con ellos y cuando sepa que he desembarcado en Rávena se dirigirá hacia allá para auxiliar a Norbano. Claro que puede optar por quedarse y enviar a Carrinas o a Censorino en ayuda de Norbano. Pero no lo creo. Carbón necesita mantener una posición central.

– ¡Ah, va a ser muy divertido! -exclamó Pompeyo.

Y tal era el entusiasmo en el puesto de mando, que nadie consideró exagerado el comentario, ni siquiera Marco Terencio Varrón, que estaba sentado apaciblemente en un rincón tomando notas.

La estrategia dio resultado. Mientras Metelo Pío se ponía febrilmente en marcha con Varrón Lúculo y las cinco legiones hacia Ancona, las otras seis legiones y la caballería fingían ser once. Luego, Pompeyo y Craso salieron del campamento y cruzaron el Aesis sin oposición. Al parecer, Carbón había decidido atraerlos hacia Ariminum, pues, sin duda, planeaba una batalla decisiva en un terreno más conocido para él.