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Sila, incomodado por un comentario inocuo de su esposa Elia, decide de pronto divorciarse, alegando esterilidad. El anciano Escauro ha muerto, y Sila se casa con la viuda, Dalmática, sin importarle las censuras de sus conciudadanos por el trato dado a Elia, que era muy admirada.

Sabiendo que Roma se hallaba plenamente ocupada en la guerra contra la coalición de itálicos, el rey Mitrídates del Ponto invade la provincia romana de Asia en el 88 a. de J.C., aniquilando a todos los ciudadanos romanos e itálicos, mujeres y niños; matanza que alcanzó la cifra de ochenta mil muertos, más setenta mil esclavos.

Al llegar a Roma la noticia de esta matanza, el Senado se reunió para decidir quién ostentaría el mando del ejército que se enviase a Oriente para enfrentarse a Mitrídates. Mario, considerándose recuperado del infarto, exige de viva voz que se le conceda el mando, pero el Senado prudentemente hace caso omiso de sus exigencias y opta por encomendárselo al primer cónsul, Sila. Mario no olvidará esta afrenta, y Sila será a partir de este momento uno de sus enemigos declarados.

Sabiéndose capaz de vencer a Mitrídates, Sila acepta el cargo entusiasmado y se dispone a abandonar Italia. Pero el erario está vacío y Sila dispone de pocos fondos, a pesar de haberse vendido mucha tierra pública en torno al Foro para pagar al ejército; con el saqueo de los templos de Grecia y el Epiro se obtendría el dinero para aquel ejército relativamente modesto.

Aquel mismo año 88 a. de J.C. surgió otro tribuno de la plebe de recuerdo imborrable: Sulpicio. De ideología conservadora, Sulpicio se convirtió en radical ante la matanza llevada a cabo por Mitrídates en la provincia de Asia, por considerar que un rey extranjero no había hecho distingos entre romanos e itálicos a la hora de matarlos. Sulpicio estimaba que el Senado tenía la culpa de la resistencia que oponía Roma a conceder la ciudadanía a los itálicos, y decidió acabar con esta asamblea. Si un rey extranjero no veía diferencia alguna entre un romano y un itálico, ésta no podía existir. Sulpicio se dispuso, pues, a aprobar leyes en la asamblea plebeya para excluir del Senado a la mayor cantidad posible de sus miembros para que no pudiese haber quórum. Una vez reducido el Senado a la impotencia, Sulpicio procedió a incrementar el poder electoral y político de los nuevos ciudadanos romanos. Todo este proceso se produjo en medio de sangrientos disturbios en el Foro, en los que murió asesinado el joven esposo de la hija de Sila, Cornelia.

Sulpicio echó los restos y se alió con Mario, haciendo que la asamblea plebeya aprobase otra ley para despojar del mando de la guerra contra Mitrídates a Sila y concedérselo a Mario. Ya casi con setenta años y disminuido en sus facultades físicas por la enfermedad, el terco Mario no estaba dispuesto a que nadie que no fuese él se enfrentase a Mitrídates, y menos aún Sila.

Sila se encontraba en Campania organizando sus tropas cuando le llegó la noticia de la nueva legislación y de su cese; y adoptó una decisión crítica: marchar sobre Roma. En los seiscientos años de existencia de la ciudad, ningún romano se había atrevido a cosa semejante. Pero Sila era capaz de ello. Los oficiales, salvo su fiel cuestor Lucio Licinio Lúculo, se negaron a secundarle, pero la tropa se puso entusiásticamente de su lado.

En Roma nadie creía capaz a Sila de llevar la guerra contra su propia patria, y cuando apareció con su ejército ante las murallas, cundió el pánico. Al no disponer de soldados profesionales, Mario y Sulpicio tuvieron que recurrir a ex gladiadores y esclavos para enfrentarse a Sila, quien entró en la ciudad, aplastó a sus diversos adversarios y se apoderó de Roma, obligando a huir a Mario, a Sulpicio y al viejo Bruto, entre otros. Sulpicio fue capturado antes de abandonar Italia y murió decapitado; Mario, tras terribles vicisitudes en la ciudad de Minturnae, logró llegar a Africa con el joven Mario y los demás, y allí, tras incontables aventuras, hallaron refugio entre los veteranos que él había asentado en Cercina.

Virtual dueño de Roma, el acto más repudiable de Sila fue clavar la cabeza de Sulpicio en los rostra del Foro para conminar por terror a la obediencia a Cinna (y a otros muchos); derogó las leyes de Sulpicio y decretó las suyas propias. Unas leyes ultraconservadoras, destinadas totalmente a reinstaurar el Senado y a disuadir del radicalismo a los futuros tribunos de la plebe. Satisfecho de haber actuado del mejor modo posible para sostener el tradicional gobierno republicano, se dispuso finalmente a partir hacia Asia Menor e iniciar la guerra contra Mitrídates en el 87 a. de J.C., no sin antes casar a su hija recién enviudada con Mamerco, hermano del difunto Druso y custodio de los huérfanos.

El exilio de Mario, su hijo, el viejo Bruto y otros proscritos duró aproximadamente un año. Una sola medida faltaba para culminar la constitución apresuradamente redactada: lograr que para el 87 a. de J.C. eligiesen unos cónsules que le fuesen fieles. No halló dificultades en el caso del primer cónsul, Cneo Octavio Ruso, pero los puntillosos electores volvieron a votar segundo cónsul a Cinna, y Sila sabía que éste era partidario de Mario. Por ello, trató de ganarse su lealtad a la nueva constitución haciéndole jurar que la acataba, juramento que Cinna invalidó haciéndolo con un guijarro en el puño.

Nada más zarpar Sila para Asia en la primavera del año 87 a. de J.C., comenzaron los disturbios en Roma. Cinna derogó su inválido juramento y se opuso abiertamente a Cneo Octavio y a sus ultraconservadores partidarios, hombres como Catulo César, Publio Craso y Lucio César. Cinna fue expulsado de Roma y declarado proscrito, pero los ultraconservadores no supieron hacer preparativos militares, al contrario de Cinna, que reunió un ejército y sitió la ciudad. Mario se apresuró a regresar del destierro y desembarcó en Etruria, donde también reunió un ejército con el que marchó en ayuda de Cinna y sus aliados, Quinto Sertorio y Cneo Papirio Carbón.

Desesperados, los ultraconservadores van a ver a Pompeyo Estrabón a Picenum y le suplican que venga en su ayuda, dado que aún no ha disuelto su ejército de leales vasallos. Acompañado por su hijo, Pompeyo Estrabón acude a Roma; pero, una vez ante las murallas de la ciudad, no presenta batalla a Cinna, Mario, Carbón y Sertorio, limitándose a montar un inmenso campamento insalubre ante la puerta Colina, ganándose la animadversión de los vecinos de las colinas norte romanas al contaminar las aguas y causar una terrible epidemia de fiebres entéricas.

El asedio de Roma se prolonga, pero finalmente se da una batalla entre Pompeyo Estrabón y Sertorio sin resultados claros, ya que Pompeyo Estrabón cae enfermo, abandona el combate y muere poco después. Con la ayuda de su amigo Cicerón, el joven Pompeyo hijo se dispone a incinerar a su padre, pero el pueblo de los asolados barrios norte de Roma se apodera del cadáver, lo desvisten, lo atan a un asno y lo arrastran por las calles. Pompeyo y Cicerón lo recuperan tras una intensa búsqueda, y el ultrajado Pompeyo se retira a Picenum con las tropas y el cadáver paterno.

Sin el auxilio de Pompeyo Estrabón, la resistencia de Roma es inviable, y la ciudad se rinde a Cinna y Mario. Cinna se apresura a entrar en ella, pero Mario se niega, alegando que sigue siendo oficialmente un proscrito y que no piensa renunciar a la protección de sus tropas y su campamento hasta que Cinna derogue el decreto de proscripción. Anulación que Cinna lleva a cabo, logrando, además, que Mario sea elegido cónsul por séptima vez, según el vaticinio. También Sertorio se niega a entrar en la ciudad, pero por una circunstancia ajena a los acontecimientos, pues se ha percatado de que Mario ha enloquecido como consecuencia del segundo infarto.

Viendo que las tropas están claramente inclinadas de parte de Mario, Cinna no ve otra alternativa que lograr que tanto él como Mario sean ½elegidos+ cónsules para el año 86 a. de J.C., para el que sólo faltan unos días. El día de año nuevo, Mario entra en Roma, nombrado cónsul por séptima vez con arreglo al vaticinio. Le siguen cinco mil libertos fanáticos de su causa.