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Se produce un baño de sangre sin precedentes en Roma. Totalmente trastornado, Mario manda a sus soldados asesinar a todos sus enemigos y a muchos de sus amigos, y los rostra se llenan de cabezas, entre ellas las de Catulo César, Lucio César, César Estrabón, Publio Craso y Cneo Octavio Ruso.

Cayo Julio César, padre del pequeño César, regresa a Roma en plena carnicería, y Mario le ordena acudir al Foro para informarle de que su vástago de trece años va a ser nombrado flamen dialis, o sacerdote exclusivo de Júpiter Optimus Maximus, patrón de Roma. Es la solución que el anciano demente ha hallado para impedir que el jovencito César figure por encima de él con su carrera política o militar en los anales de Roma. El flamen dialis tiene prohibido tocar hierro, montar a caballo, llevar armas y ser testigo de muerte (aparte de otros muchos tabúes), no puede combatir ni presentarse a elecciones de cargos curules. Como en el momento de su nombramiento y consagración el flamen dialis ha de contraer matrimonio con otra patricia, Mario ordena a Cinna que conceda a César por esposa a su hija Cinilla, de siete años. Los dos niños se casan, César es nombrado oficialmente flamen dialis, y su pequeña esposa flaminica dialis.

Pocos días después de su séptimo nombramiento consular, Mario sufre un tercer y último infarto, y muere el trece de enero. Su primo Sertorio aniquila a los desaforados libertos que ha traído Mario, poniendo fin a las matanzas. Cinna nombra a Valerio Flaco como colega consular en sustitución de Mario y Roma va recuperando la calma. Al joven César, flamen dialis y casado, le espera un triste y decepcionante futuro como servidor de por vida de Júpiter Optimus Maximus.

CRONICA DE ACONTECIMIENTOS ENTRE 86 A. DE J.C. Y 83 A. DE J.C.

Cinna, una vez afianzado, se hace con el control del reducido Senado, deroga algunas leyes de Sila y permite la existencia del Senado, que, a instancias suyas, despoja oficialmente a Sila del mando del ejército enviado contra Mitrídates, autorizando al otro cónsul, Flaco, a acudir a Asia Menor con cuatro legiones para relevar a Sila. El primer legado de Flaco es Fimbria, un hombre adusto e indisciplinado, pero que cuenta con el afecto de los soldados.

Pero Flaco y Fimbria al llegar a la Macedonia central deciden no continuar hacia el sur de Grecia, donde Sila ha concentrado su ejército, sino que prosiguen la marcha hacia el Helesponto y Asia Menor. Flaco se ve en seguida incapaz de imponerse a Fimbria y queda subordinado a su voluntad. Entre rencillas y distanciamientos, llegan a Bizancio, donde se produce el fatal desenlace. Flaco es asesinado y Fimbria asume el mando, alcanza Asia Menor e inicia con gran éxito la guerra contra Mitrídates.

Sila ha quedado empantanado en Grecia, que ha acogido a los generales de Mitrídates y cuantiosas tropas. La ciudad de Atenas se pasa al enemigo, y Sila la sitia, tomándola tras una encarnizada resistencia. A continuación obtiene dos resonantes victorias en Orcomenes, junto al lago Copais, en Beocia.

Su legado Lúculo había reunido una flota y logró también victorias frente al Ponto. Después, Fimbria sitió a Mitrídates en Pitane y pidió ayuda a Lúculo para que le ayudara a capturarle bloqueando el puerto. Pero Lúculo se negó altivamente a colaborar con un romano a quien consideraba nombrado ilegalmente, por lo que Mitrídates logró huir por mar.

En el verano del 85 a. de J.C., Sila había expulsado del continente europeo a los ejércitos del Ponto y había penetrado en Asia Menor. El 5 de agosto (sextilis) el rey del Ponto acuerda firmar el tratado de Dardanus por el que se avenía a replegarse dentro de sus fronteras. Sila se enfrentó a Fimbria, persiguiéndole hasta obligarle a suicidarse en su desesperación; Sila se negó a que las tropas de Fimbria regresaran a Italia y las estacionó para su utilización en las provincias de Asia y de Cilicia.

A pesar de haber obligado a retirarse a Mitrídates en virtud del tratado, Sila sabía que el rey del Ponto seguía siendo un peligro, pero tampoco ignoraba que si él prolongaba su estancia en Asia Menor perdería la ocasión de alcanzar el puesto que él consideraba merecer en Roma. Su esposa Dalmática y su hija Cornelia Sila se habían visto obligadas a huir, escoltadas por Mamerco, para unirse a él, su casa había sido saqueada e incendiada, y sus propiedades confiscadas (aunque Mamerco había logrado salvar la mayor parte). Ahora era un proscrito, despojado de la ciudadanía romana. Sus partidarios y muchos miembros del Senado también habían huido para unirse a él, descontentos con la administración de Cinna. Entre los fugitivos se hallaban Apio Claudio Pulcro, Publio Servilio Vatia y Marco Licinio Craso, este último de Hispania.

Así pues, a Sila no le quedaba otro remedio que volver la espalda a Mitrídates y regresar a Roma; se disponía a hacerlo en el 84 a. de J.C., pero una grave enfermedad le obligó a permanecer en Grecia, desesperándose porque su prolongada ausencia daba tiempo a Cinna y a sus partidarios para prepararse para el enfrentamiento, ya que la guerra era inevitable al no haber sitio en Italia para dos facciones tan opuestas y tan poco dispuestas a perdonar y olvidar.

La misma reflexión se hacía Cinna en Roma, pensando que la guerra era inevitable. Al enterarse de la muerte de su colega consular, Flaco, Cinna nombró como segundo cónsul a un hombre más resuelto, Cneo Papirio Carbón. Juntos, y con el manejable Senado, decidieron hacer frente a Sila antes de que llegase a Italia, y, con la idea de detenerle en Macedonia oriental antes de que pudiese cruzar el Adriático, Cinna y Carbón comenzaron a reclutar un cuantioso ejército que llevaron por mar a Illyricum, al norte de la Macedonia oriental.

Pero el reclutamiento iba despacio, sobre todo en el feudo del finado Pompeyo Estrabón; creyendo que su presencia activaría la incorporación de voluntarios, para animar el alistamiento, Cinna viaja a Ancona, donde recibe la visita del joven Pompeyo, hijo del muerto, quien parece inclinado a unirse a la expedición, pero no lo hace. Muere poco después Cinna en Ancona en circunstancias rodeadas de misterio, y Carbón asume el control de Roma y del Senado, pero decide dejar que Sila desembarque en Italia. Se enfrentarán a él en suelo italiano. Regresan las tropas de Illyricum, y Carbón traza sus planes. Después de asegurarse la elección de dos cónsules dóciles, Escipión Asiageno y Cayo Norbano, Carbón parte a gobernar la Galia itálica y se acuartela con su sección del ejército en el puerto de Ariminum.

Todo queda dispuesto. Sigan leyendo…

Primera parte.

ABRIL DEL 83 A. DE J.C. – DICIEMBRE DEL 82 A. DE J.C.

Aunque el mayordomo sostenía a la mayor altura posible la lámpara de cinco llamas para iluminar los dos cuerpos tumbados en la cama, sabía que la luz no despertaría a Pompeyo. Para ello necesitaría despabilar a la esposa. Ella se desperezó, frunció el ceño, apartó la cabeza como para seguir durmiendo, pero por la puerta llegaba un fuerte murmullo de la mansión y el mayordomo la llamaba.

– ¡Domina! ¡Domina!

A pesar de su perplejidad -los sirvientes no tenían costumbre de entrar en el dormitorio de Pompeyo- la púdica Antistia se cubrió decentemente antes de incorporarse.

– ¿Qué sucede?

– Un mensaje urgente para el amo. Despertadle y decidle que salga al atrium -gruñó zafiamente el doméstico.

Las llamas se contrajeron y despidieron humo en el momento en que giró sobre sus talones para abandonar la habitación, y, al cerrarse la puerta, Antistia volvió a quedar envuelta en tinieblas.

¡Aquel hombre ruín lo había hecho a propósito! Pero ella sabía que la camisa estaba a los pies del lecho, se la puso y pidió luz a voces.

A Pompeyo no lo despertaba nada. Lámpara en mano y bien abrigada, Antistia volvió a acercarse a la cama y contempló aquella anatomía inmóvil, que tampoco parecía sentir frío, boca arriba y destapado hasta la cintura.