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Nada de esto me interesaba mucho, pero todos, con mayor o menor atención y conocimiento, simpatía o antipatía hacia los depurados, lo referían: Orwell, Thomas, Salas Larrazábal, Riesenfeld, Payne, Alcofar Nassaes, Tinker, Benet, Preston, Jackson, Tello-Trapp, Koesder, Jellinek, Lucas Phillips, Howson, Walsh, la mesa de Wheeler ya abarrotada por sus muchos libros abiertos, me faltaban dedos para sostener cada página y los cigarrillos, por fortuna la mayoría de los volúmenes llevaba índice onomástico, a Nin se lo llamaba Andreu o Andrés según los casos. Nin fue detenido en Barcelona el 16 de junio y desapareció en seguida (luego más bien fue secuestrado), y como era el dirigente más conocido, tanto en España como sobre todo en el extranjero, su ignorado paradero se convirtió en un breve escándalo y en un largo, quizá eterno misterio que dura hasta nuestros días, en los que no habrá mucha gente, supongo, preocupada por resolverlo, aunque ya llegará el novelista idiota y deshonesto (si no ha llegado ya y no estoy al tanto) que decida y pretenda desvelarlo: según las bibliografías ha habido ya una película medio inglesa y medio española sobre aquellos meses y aquellos hechos, no la he visto pero al parecer, por suerte, no es idiota, a diferencia de tantas españoladas blandas, falaces, vagamente rurales o provinciales y muy sensibleras sobre nuestra Guerra, que son aplaudidas sin falta por las buenas conciencias de mi país, las profesionalmente compasivas y por vocación demagógicas, sacan réditos de ello.

Sin duda a causa de este misterio, los historiadores o memorialistas o relatores empezaban a diferir en este punto. Aún coincidían todos en el estupefaciente hecho de que ni siquiera el Gobierno, con los teóricos responsables del orden a la cabeza. —el Director General de Seguridad Ortega, el Ministro de la Gobernación Zugazagoitia, el Primer Ministro Negrín, menos todavía el Presidente Azaña—, tenía la menor idea de qué se había hecho de Nin. Y cuando se les preguntaba y negaban conocer su destino, nadie los creía, tan lógica como irónicamente, pese a que eran en efecto incapaces de contestar, según Benet, 'por ignorar los manejos de Orlov y sus muchachos de la NKVD', que habrían actuado por su propia cuenta. Aparecieron pintadas con la interrogación '¿Dónde está Nin?', que a menudo obtuvieron la respuesta de los stalinistas 'En Burgos o en Berlín', dando a entender con ella que el dirigente revolucionario se había fugado y pasado al enemigo, es decir, a sus verdaderos amigos Franco o Hitler. Las acusaciones eran tan increíbles y burdas (los miembros del POUM fueron calificados de 'trotsko-fascistas', siguiéndose en esto al pie de la letra los dicterios de Moscú) que, para apoyarlas y adecentarlas, la prensa socialista y republicana se vio en la necesidad de secundar a la comunista: Treball, El Socialista, Adelante, La Voz, ninguno se quedó atrás en la difamación.

No recuerdo qué historiadores de alguna obra colectiva sostenían que Nin había sido trasladado de inmediato a Madrid para su interrogatorio, y que poco después 'fue secuestrado cuando estaba retenido en el Hotel de Alcalá de Henares', pese a contar con vigilancia policial, por 'un grupo de gentes armadas uniformadas que se lo llevó bajo amenazas'. Según ellos, en el supuesto forcejeo entre los agentes que lo custodiaban y los misteriosos asaltantes uniformados (no especificaban uniformados de qué), 'cayó al suelo una cartera con documentación a nombre de un alemán y escritos diversos en esa lengua, junto con insignias nazis y billetes españoles del lado franquista'. Pero el asunto de los brigadistas a que se había referido Tupra quedaba algo más claro en Thomas y en Benet (sin duda era la monumental

Spanish Civil Wardel primero —no sé por qué diablos la llamo 'compendio', abarca más de mil páginas— lo que Tupra habría leído en su juventud). De acuerdo con Thomas, Nin fue trasladado en coche desde Barcelona 'a la propia prisión de Orlov' en Alcalá de Henares, cuna de Cervantes muy cercana a Madrid pero 'casi una colonia rusa' por entonces, para ser interrogado personalmente por el más oblicuo representante de Stalin en la Península con los habituales métodos soviéticos para los 'traidores a la causa'. Al parecer la resistencia de Nin a la tortura fue asombrosa, esto es, espantosa habida cuenta de que Howson mencionaba un informe no especificado —ojalá poco fiable— según el cual a Nin lo habrían desollado vivo. Lo cierto es que éste se negó a firmar ningún documento admitiendo su culpabilidad o la de sus compañeros, y tampoco reveló los nombres que se le pedían, de los trotskistas menos notorios o del todo desconocidos. Orlov perdió los estribos ante su terquedad y andaba fuera de sí, en vista de lo cual sus camaradas Bielov y Carlos Contreras, que lo acompañaban en la infructuosa faena (este último un alias, el del italiano Vittorio Vidali, como también lo eran Orlov de Alexander Nikolski y Gorkin de Julián Gómez, quién no lo tenía, según se ve), temerosos los tres de la probable furia que su ineficacia persuasora despertaría en Yezhov, su superior en Moscú y jefe supremo de la NKVD, sugirieron escenificar 'un ataque nazi para liberar a Nin' y deshacerse de este pintoresco modo del secuestrado engorroso y a buen seguro demasiado quebrantado y maltrecho para ya devolverlo a ninguna luz, ni a ninguna penumbra siquiera, ni quizá tampoco a una tiniebla. 'Así que una noche oscura', relataba Thomas como si fuera el rumor del río y el hilo, 'probablemente el 22 o el 23 de junio, diez miembros alemanes de las Brigadas Internacionales asaltaron la casa de Alcalá en que se hallaba retenido Nin. Hablaron ostentosamente en alemán durante el fingido ataque, y dejaron tras de sí algunos billetes alemanes de ferrocarril. Nin fue sacado de allí y asesinado, tal vez en El Pardo, el parque real al norte de Madrid.' Benet decía por su parte —aún más fluvial, o más mezclado con el río, o un hilo más denso de continuidad, acaso porque me hablaba en mi lengua— que Orlov había encerrado a Nin 'en el sótano de un cuartel de Alcalá de Henares para interrogarlo personalmente'. (Es de suponer que en aquel sótano, casa, cuartel, hotel o prisión —era curioso cómo los historiadores no se ponían de acuerdo sobre el carácter del lugar— se hablaría durante las sesiones en ruso, que sin duda el interrogado conocía mejor —Tolstoy, Chejov, Dostoyevski— que su interrogador el español.) Nin 'llegó a exasperarlo de tal manera que Orlov decidió liquidarlo por miedo a las represalias de su superior en Moscú, Yezhov. No se le ocurrió otra cosa que imaginar un rescatellevado a cabo por un comando alemán de las Brigadas, supuestamente nazi, que lo liquidó en un arrabal de Madrid y probablemente lo enterró en un jardincillo interior del palacio de El Pardo'. Y añadía Benet, no pudiendo dejar de ver la grave ironía y refiriéndose al hecho de que ese palacio se convirtiera en la residencia oficial de Franco durante sus treinta y seis años de dictadura: '(Considere el lector el destino de unos huesos conmovidos bajo las pisadas de aquel otro decidido antistalinista, cuando por allí paseara en sus ratos de ocio.)' Y apostillaba: 'Como sujetos a una maldición —el silencio de Nin— los muchachos de Orlov irían apareciendo en semanas sucesivas por las cunetas de Madrid, con un tiro en la nuca o un cargador en la barriga'. Quizá fue ese el caso de Bielov, pero no el de Vidali o Contreras (o en los Estados Unidos Sormenti), que fue líder de los comunistas de Trieste largo tiempo, ni el del propio Orlov, quien, no más tarde que en el 38, y cuando recibió la orden de salir de España y regresar a Moscú, no quiso engañarse sobre el destino que allí lo aguardaba y partió de incógnito en un barco para reaparecer más adelante en el Canadá y luego llevar durante muchos años una existencia secreta como ciudadano respetable de los Estados Unidos, donde acabó por publicar un libro en 1953, The Secret History of Stalin's Crimes(por supuesto sin implicarse apenas en ellos), y por echar alguna que otra mano al FBI en casos difíciles de 'espionaje', como el de los hermanos Soble y el de Marc Zbrowsky: cuántas cosas innecesarias se aprenden en las noches imprevistas de estudio. Esto, dicho sea de paso, llevaba a algún exégeta más bien simplista, rabioso y frívolo —no recuerdo quién, se me seguían amontonando los tomos, fui por unos bombones y trufas, me serví una copa, tenía manga por hombro la estantería oeste de Wheeler y su mesa ya hecha un asco— a concluir que el Mayor Orlov había sido desde el principio un topo de los americanos y que la mayoría de los individuos que mandó ejecutar en España como 'quintacolumnistas' fueron en realidad puros y leales rojos, víctimas de Roosevelt y no de Stalin. No cabe duda de que el maniqueo acertaba en lo que respecta a Nin, si no en lo de leal' enteramente (si había que serlo a Stalin desde luego no lo era), sí en lo de 'puro' y 'rojo'. Y aunque no fue ángel ni santo ni siquiera inofensivo (quién pudo serlo en aquella guerra), su asesinato y el de sus cantaradas (algún historiador cifraba en centenares y algún otro en millares los miembros del POUM y anarquistas de la CNT enviados a la fosa por Orlov y sus acólitos españoles y rusos), así como la difamación difundida y creída por demasiados y que ni siquiera cesó tras su supresión física y el aplastamiento de su partido, constituyeron, según casi todas las voces que escuché en las páginas de aquella noche silenciosa junto al río Cherwell, la mayor y más dañina vileza cometida por un bando contra gente de su propio bando durante la Guerra.