—¿Y luego? —Le pregunté— ¿Cuándo volvieron a encontrarse?
—Ya en Inglaterra, mucho más tarde. Para entonces yo era ya Wheeler de veras y él era Rylands. Creo que ya era el que soy, si soy el que creo ser. Yo lo busqué, no nos encontramos. No exactamente. Pero esa es otra historia.
—Seguro que lo es —respondí, acaso un poco impacientado sin querer estarlo: el escaso sueño me pasaba factura en algunos momentos, y lo que a uno lo atañe tiene mala espera, aunque sea sólo un comentario—. E imagino que en algún punto de ella se esconderá la respuesta a mí ya vieja y por usted provocada pregunta: en qué podía ser yo como ustedes dos, según Toby. No irá a decirme que era por mi variable nombre de pila, ya sabe: usted y otros me llaman Jacobo, pero Luisa y muchos más me dicen Jaime, y hasta los hay que me conocen por Diego o Yago. Por no hablar de Jack, aquí en Inglaterra. No es nada infrecuente.
Wheeler notó mi leve impaciencia, esas cosas no se le escapaban. Vi que lo divertía, en absoluto lo azoraba, ni lo apremiaba.
—Yo lo llamo Jack, por ejemplo —dijo tímidamente la señora Berry—. Espero que eso no lo incomode..., Jack. —Y esta vez dudó al pronunciar el nombre.
—En modo alguno, Mrs. Berry.
—¿Y por cuál te conoces tú a ti mismo? —aprovechó Wheeler para preguntarme.
No lo tuve que pensar ni un segundo.
—Por Jacques. Es así como me lo aprendí, y lo hice mío de niño. Aunque así no me haya llamado casi más que mi madre. Ni siquiera me lo concede mi padre.
—Ahí lo tienes —dijo Wheeler en tono absurdamente demostrativo. 'There you are', fue su expresión, que no se me ocurre traducir aquí de otra forma—. Pero no, Toby no se refería a eso, ni yo tampoco —añadió en seguida—. Él me había hablado bastante de ti, antes de que tú y yo nos conociéramos. De hecho, en parte, llegamos a conocernos por eso, él despertó mi curiosidad. Que tú podías ser como nosotros acaso... Eso me lo había adelantado, y me lo confirmó después en alguna ocasión en que surgió hablar del viejo grupo. Pero claro, tú ya no vivías aquí por entonces, ni podía pensarse que fueras a regresar algún día para quedarte. Descuida, no quiero decir que ahora te vayas a quedar para siempre, estoy seguro de que volverás a Madrid más pronto o más tarde, los españoles no aguantáis alejados de vuestro país demasiado tiempo; aunque seas madrileño, sois los menos añorantes. Pero has regresado para quedarte indefinidamente en principio, valga la contradicción relativa, y eso ya es mucho regreso. Así que lo que Toby opinaba adquiere de pronto póstumamente, cómo decirlo, un suplemento de interés práctico. Sobre todo porque yo también lo opino (al fin y al cabo él ya no tiene influencia, ni ya pueden apretarlo), tras haberte frecuentado bastante desde su muerte. Intermitentemente, desde luego, pero van siendo muchos años. En sus juicios literarios no confiaba gran cosa, ya te he dicho. Pero sí en cambio en los personales, en sus juicios sobre las personas, en su interpretación y anticipación, las veía, o como decís vosotros, las calaba. —Y estas últimas dos palabras las dijo en mi lengua—. En eso rara vez se equivocaba, era poco menos que infalible. Casi tanto como yo —Rió un segundo estudiadamente, para anular o rebajar la inmodestia—. Posiblemente más que nuestro amigo Tupra, que es muy bueno, o que esa chica que tiene tan competente, supongo, a vosotros os ha tocado una época que no pone tanto a prueba: también española, esa chica, o sólo a medias, me ha hablado varias veces de ella pero nunca consigo recordar su nombre, dice que será con el tiempo la mejor del grupo, si se las apaña para retenerla lo suficiente, esa es una de las dificultades, la mayoría se cansa y lo deja pronto. Toby era casi tan infalible como tú debes de serlo, en tu época de menor exigencia. Bueno, según él. Él creía que lo serías más que él mismo, que podrías superarlo en cuanto tomarás conciencia primero, y te desprendieras luego de ella, o te la aplazaras al menos, como hicimos los que la teníamos, los que la tenemos, conciencia. Indefinidamente en principio, valga también esa contradicción relativa para el aplazamiento de las conciencias. Pero la verdad, no sé yo si llegarías a tanto.
—¿De qué grupo habla, Peter? Lo ha mencionado ya varias veces. —Intenté cambiar de pregunta. Pero ya no sentía impaciencia, había sido refleja, un instante. Y si a él le había entrado antes prisa, era seguro que se había debido sólo a mi tardanza en bajar despierto, con la que no había contado, los incumplimientos de sus horarios y planes mentales lo alteraban y fastidiaban. Pero ahora que me tenía delante, disfrutaba intrigándome, y con mi expectativa: no iba a arruinar su representación prevista, quizá soñada, acelerándola. Como era de esperar, no me contestó a la pregunta nueva, sino por fin a la antigua. Claro que con medias palabras tan sólo, o a lo sumo con tres cuartos. Enteras, ya lo he dicho, no debía de conocerlas. No debían de existir siquiera.
—Toby me dijo que siempre admiraba, a la vez que temía, el don especial que tenías para captar los rasgos característicos y aun esenciales, tanto exteriores como interiores, de tus amigos y conocidos, a menudo inadvertidos, ignorados por ellos mismos. O incluso de gente que sólo habías visto de refilón o de paso, en una asamblea o en una high table, o con la que te habías cruzado en un par de ocasiones por los pasillos o las escaleras de la Tayloriana sin intercambiar palabra. Creo que además le escribiste una vez, al poco de irte, unas breves semblanzas de algunos colegas nuestros, para su diversión, ¿no es cierto?
Aquello me sonó vagamente. Hacía tanto tiempo que se me había borrado cualquier vestigio. Uno olvida mucho más lo que escribe que lo que lee, si le va dirigido; lo que envía que lo que recibe, lo que dice que lo que escucha, cuando agravia que cuando es ofendido. Y aunque uno crea que no, va borrando más de prisa lo habido con los que ya están muertos. Unas pequeñas viñetas, tal vez, unas pocas líneas, sí, sobre mis colegas de la época en Oxford, los de la SubFacultad de Español, que Rylands, Professorde Literatura Inglesa recién retirado entonces, conocía bien, aunque no tanto como el propio Wheeler, jefe directo de la mayoría de ellos durante años y hasta su jubilación, sobre todo de los que ya eran veteranos en aquel tiempo. Me dio repentina vergüenza retrospectiva, iba haciendo memoria difusa: quizá habían sido unas semblanzas festivas, afectuosas pero una pizca maliciosas o irónicas. Por eso debí de negarlo, en primera instancia.