También yo puse una mano sobre las viñetas, como si temiera al aire.
'No, Peter', dije. '¿Qué rey es ese?' Pero Wheeler no contestó a mi pregunta, sino que pasó a citar en voz alta sin que esta vez me cupiera duda de que eso hacía, pues muy pocos además de Shakespeare habrían escrito 'grea greatness'(y tantos profesores y críticos de mi país actuales lo habrían crucificado por eso).
"¡Qué infinito sosiego de corazón deben los reyes perderse, que los hombres particulares disfrutan! ¿Y qué tienen los reyes que no tengan también los particulares, salvo el ceremonial, salvo la general ceremonia?" Así dice el rey a solas, y un poco más adelante reprocha a eso que lo singulariza: "¡Oh ceremonial, muéstrame tu valor tan sólo!" Y pasa luego a desafiarlo: "¡Oh ponte enferma, gran grandeza, y mándale a tu ceremonial que te dé cura!" A ver qué logra, o si logra nada. Y más tarde aún se atreve el rey a envidiar al miserable esclavo que se desloma al sol el día entero pero luego duerme profundamente "con el cuerpo lleno y la mente vacua" y "no ve nunca la noche horrenda, vástago del infierno", y que "así continúa, al correr de los años en retirada siempre, con provechosa tarea hasta la tumba". Y el rey concluye con la obligada exageración de todo monólogo que nadie escucha en el escenario y se oye fuera de él solamente, sólo en la sala: "Y salvo por el ceremonial tal desgraciado, envolviendo con esfuerzo los días y las noches con sueño, aventajó a los reyes y los adelantó en privilegio'". Más o menos eso dijo y citó Wheeler, y añadió al instante: 'Los reyes antiguos eran muy desvergonzados, pero al menos los de Shakespeare no se engañaban del todo: se sabían con las manos manchadas de sangre y no olvidaban a qué debían el poderse ceñir corona, además de a los crímenes y las traiciones y las conspiraciones (yo no sé si fueron demasiado humanos). Ceremonial, Jacobo, es eso. La cambiante, ilimitada, general ceremonia. Y también el secretismo, el misterio: el hermetismo, el silencio. Nunca el hablar, nunca el contar, jamás palabras por exquisitas o arrebatadoras que sean. Porque eso está en el fondo al alcance de cualquier mendigo, y de cualquier desecho, y de cualquier pobre diablo, y del peor despojo. Del rey sólo se diferencian, en ese campo, en una insignificante y subsanable cuestión de perfeccionamiento y grado'.
'What infinite heart's ease must kings neglect that private men enjoy!', fue lo que en realidad dijo o recitó en su lengua Sir Peter Wheeler, según comprobé tiempo más tarde, al encontrar y reconocer los textos. Y después todo el resto del soliloquio, seguía conservando esa clase de memoria intacta, citó verbatim.
'Pero no está al alcance de los muy niños', observé yo entonces, 'ni al de los mudos, ni al de aquellos a quienes se arrancó la lengua o a quienes la palabra no se da o no se consiente, ha habido mucho de eso en la historia, y hay países islámicos en los que las mujeres carecen hasta de ese derecho, según tengo entendido. Así sucedía al menos con los talibanes afganos, si no leí mal y bien recuerdo.'
'No, no te equivoques, Jacobo: los niños están a la espera, su incapacidad es transitoria; supongo que además se preparan desde que al nacer berrean, y se hacen entender desde muy temprano: por otros medios ya dicen cosas. En cuanto a los mudos y a los sin lengua y a los sin voz o palabra, eso son excepciones, anomalías, castigos, sometimientos, ultrajes; pero nunca la norma, como tal no cuentan. Y no bastan para anularla, ni siquiera para contradecirla. Los así dañados recurren además a otros sistemas de signos, a códigos no verbales en los que se instalan muy rápido, y ten por seguro que lo que con ellos hacen es también hablar, y no otra cosa. En seguida están contando y transmitiendo de nuevo, como todo el mundo; aunque sea por escrito o por señas y sin emitir un sonido; aunque sea calladamente, continúan diciendo. Wheeler calló y miró hacia el cielo, como si al hablar de ello quisiera sumarse un instante al evocado silencio elocuente. El sol blanquecino y apático le iluminó los ojos y se los vi muy jaspeados, como canicas de mármol de predominante color corinto. 'Antes te he dicho que el hablar, la lengua, es lo que comparten todos, hasta las víctimas con sus verdugos, los amos con sus esclavos y los hombres con sus dioses, no tienes más que acudir a la Biblia y a Homero, o por supuesto a Teresa de Ávila y a Juan de la Cruz en tu idioma. Pero sí dejan de compartirlo algunos, cómo decir, hay quienes no lo poseen, y no son precisamente los mudos ni los muy niños.' Ahora en cambio miró hacia abajo un segundo, y aún tenía la vista en la hierba, o quizá más allá, en la tierra bajo la hierba o más allá, en la invisible tierra bajo la tierra, cuando añadió tras tan breve pausa: 'Los únicos que no lo comparten, Jacobo, son los vivos con los muertos'.
'A mí me parece que es el tiempo la única dimensión que comparten y en que pueden comunicarse, la única que tienen en común y los une.' Me vino a la memoria esa cita o quizá era una paráfrasis, y no pude remediar decirla sin la menor tardanza, o musitarla.
Pero Wheeler se iba poco a poco acercando al término de su digresión, pensé. En realidad siempre sabía dónde se hallaba, y lo que en él parecía azaroso o involuntario, consecuencia de la distracción, de la edad o de una percepción algo confusa del tiempo, de sus tendencias divagatorias y discursivas, solía estar calculado, medido y sujeto, y ser parte de su maquinación y de sus recorridos trazados y ya previstos. Me dije que no tardaría mucho más en volver a la careless talky a las viñetas, las miraba con intensidad de nuevo, puestas sobre la lona impermeable que cubría la mesita como si fueran los naipes para un solitario, nosotros también sentados sobre las telas que protegían nuestras butacas, y aquellos arrugados ropajes le romanizaban un poco la figura al falso anciano e imagino que a mí la mía, quizá nos daban un aire remoto de senadores al fresco, a nuestros pies los faldones de muy largas y exageradas túnicas que casi nos envolvían. De modo que no me escuchó o no me quiso hacer caso, o no le llamaron la atención mis frases que no eran mías sino de otro, eran de un muerto cuando habló de vivo.
'Y ni siquiera fue así siempre', prosiguió él con las suyas. 'A lo largo de los siglos también ellos lo compartieron, en la imaginación de los vivos al menos, es decir, en la de los futuros muertos. No son sólo los charlatanes fantasmas y los aparecidos locuaces, los parlanchines espíritus y los espectros gárrulos de casi todas las tradiciones. También se preveía que se hablara y se dijera y contara con naturalidad en el otro mundo. En esa misma escena de Shakespeare, sin ir más lejos, uno de los soldados con los que el rey conversa antes de su soliloquio, anuncia que éste se verá en aprietos para rendir cuentas si no es buena causa la de su guerra: "Cuando todas esas piernas y brazos y cabezas segadas en la batalla", dice, "se junten el último día y griten todas «Morimos en tal lugar»". Ya lo ves, era creencia, no sólo que hablarían y hasta protestarían los muertos, sino incluso sus cabezas y miembros desperdigados y sueltos, una vez reunidos para presentarse con decoro ajuicio.'
'"We died at such a place".'Eso fue lo que citó ahora en su lengua Wheeler, y entonces yo completé la otra cita para mis adentros, de Cervantes en la mía, que él no me había dejado acabar y que testimoniaba también esa creencia: 'Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida'. Eso esperaba Cervantes, pensé, no quejas ni acusaciones, no reproches ni ajustes de cuentas ni resarcimiento por los sinsabores y agravios terrenos, a él le tocó sufrir unos cuantos. Ni tan siquiera justicia última, que es lo que más se echa en falta desde el descreimiento. Sino la reanudación de las gracias y de los donaires, del regocijo de los amigos, contentos también en la otra vida. Es lo único de lo que se despide, lo único que desearía seguir conservando en la eternidad, allí donde vaya. Varias veces había oído hablar a mi padre de esos adioses escritos no tan célebres como deberían serlo, están en el libro que casi nadie lee y que quizá, sin embargo, sea superior a todos, hasta al Quijote. Me habría gustado recordarle a Wheeler esa cita entera, pero no me atreví a insistir, a desviarlo de su camino con eso. Así que me limité a acompañarlo, y dije: