Las cosas en este mundo no marchan bien. En general, son cada vez más inquietantes, si bien nos aferramos a un resquicio de esperanza. Es sobre lo que escribo, sobre lo desesperante y sobre lo que todavía podemos esperar. Los libros que me llegan son cada vez más pesimistas. Dan testimonio de las muchas realidades que han desaparecido para siempre, y, sobre todo, de que puede desaparecer la realidad. ¿Es posible que los hombres seamos tan insensatos? El director del periódico suele telefonearme. «Pero, ¡hombre!, Ademar, ¿qué hace usted en ese agujero? Le puedo enviar a donde quiera, sin discutir condiciones. ¿No le gustaría instalarse en Nueva York? Hoy es el centro del mundo, allí se toman las grandes decisiones, y usted sabe interpretarlas y analizarlas. Piénselo bien, Ademar: Nueva York es una ciudad interesante.» Sí, ¿quién lo duda? Pero yo, que sé lo que es estar solo en Londres y en París, ¿resistiría la soledad en Nueva York, esa ciudad donde nadie es nadie? Pienso a veces responderle que sí, pero pasando antes por Río de Janeiro. Sería fácil poner un telegrama a María de Fátima: «Llegaré tal día. Nos casaremos. Seguiremos a Nueva York.» Pero, como siempre sucede, lo pienso y no me decido. Lo que hago es imaginar el encuentro en el aeropuerto de Río, el abrazo que nos daríamos. ¿Me besaría en la boca? Eso sería el signo. Vendría después la búsqueda, en Nueva York, de un lugar en que vivir. Una búsqueda fatigosa, pero esperanzada.
Está el tiempo de lluvia. Quizá eso aumente mi melancolía. Ya he terminado estas páginas de recuerdos, esta visión de mí mismo que todavía no sé si es acertada o no. Acaso ambas cosas. Al gobernador de Villavieja lo destituyeron a causa del escándalo que se armó en el entierro de una proxeneta. ¡Quién lo iba a decir! La denuncia partió del obispo, aparente responsable, a quien el gobernador obligó a aplicar los cánones cuando él, el obispo, por su voluntad hubiera hecho la vista gorda. Esto es lo que se dice en Villavieja. También me escribió el subjefe provincial, repuesto en su cargo: me agradece mi disposición a testimoniar en su favor, ya no hace falta, y me garantiza que puedo volver a Villavieja cuando quiera. ¡Lo que son las cosas! Sin embargo, un día de éstos encargaré un pasaje para Río. De avión, por supuesto. Y sin telegrama previo, por si acaso. Llevaré conmigo, ¡pues no faltaba más!, el reloj del mayor Thompson.
En el pazo miñoto, lluviosa la primavera, un año de éstos.
Gonzalo Torrente Ballester