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– ¿Y por qué no viene ella a buscarlo?-dice Rafa.

– Misterios de la feminidad…-responde Ibáñez-. Por cierto, le he pedido un baile, pero su carnet con tapas de nácar estaba repleto, rebosando de nombres y apellidos.

Ginés observa a Ibáñez con una sonrisa divertida, pero a Rafa, en cambio, parecen molestarle las alambicadas bromas del de la furgo.

– ¿Por qué siempre tienes que hablar así?-dice espontáneamente-. Va, voy con vosotros-añade uniéndose a los dos, que ya han empezado a andar en dirección a la otra esquina de la sala.

– Ah, Rafa, por favor-dice entonces Ibáñez, parándose en seco-, hazme un favor muy grande, ¿por qué no vuelves a poner el disco de ABBA?

– Te ha gustado, ¿eh?-dice Rafa animándose súbitamente.

– Me encanta ABBA, sobre todo esa canción… esa que dice…

– ¡Fernando!-sugiere Rafa con gesto esperanzado.

– ¡Exacto!

Rafa se moviliza inmediatamente en dirección al equipo de música.

– Enseguida lo pongo-dice, dudando un instante ante los botones-, saco el cargador y…

– Dicen que la estupidez humana no tiene límites-dice Ibáñez al oído de Ginés, al tiempo que lo arrastra lejos de allí-, pero al parecer aún quedan algunas barreras, me refiero a la valla esa…

– No seas cruel con Rafa. No es mala persona, es sólo que…

– Bah, no te preocupes por nuestro amigo: el almíbar de esos suecos horteras le calmará, hará que se olvide del contubernio sarraceno-socialista.

– Muy agudo te veo-dice Ginés.

– Será feliz en su KaABBA particular, en su meca del mal gusto.

– ¡Hombre!… Tampoco es tan malo ABBA…

– Puede ser-concede Ibáñez-, a lo mejor es que no puedo deslindar su música de… esas pintas y esos atuendos de película porno de ciencia ficción. Pero tiene razón: aprovechemos para escuchar música occidental ahora que podemos. La próxima vez que vengamos podríamos encontrarnos con un montón de babuchas alineadas junto a la puerta de entrada, y un panorama de culos en pompa, señalando al oeste, en el interior.

– Que no te oigan ésos, los del culo en pompa quiero decir; no creo que sean mucho más razonables que Rafa, ›il menos en lo referente a burlarse de sus símbolos religiosos.

– Ah, por supuesto; me burlo de Rafa por una simple i uestión de proximidad, porque es la intolerancia que me queda más cerca. No creo que esté de nuestro lado, en absoluto, la exclusiva de la estupidez.

Ginés e Ibáñez se han ido acercando, con algunas paradas, hacia un trío que conversa a un extremo de la mesa, compuesto por María, Cova y Amparo.

– Lo de María… era un pretexto, ¿no?-dice Ginés parándose una vez más.

– Por supuesto. Se trataba de librarte de nuestro común amigo; pero vayamos con las chicas de todas formas. 1,1 tema de la automoción y sus variantes es difícil de erradicar una vez ha brotado; se propaga con gran facilidad entre los varones, se regenera una y otra vez como un cáncer. Pero ellas están a salvo de esa plaga…

– Ginés… ¿sabías que Cova también hace contemporáneo?-dice María sonriendo a los recién llegados.

– Bueno… hice unos cuantos cursos-se apresura a decir Cova-, pero ahora hace algún tiempo…

– Contemporáneo…-dice Ginés lentamente, preguntando más que afirmando-, la verdad es que estoy perdido.

– Danza contemporánea-apunta Ibáñez-, el último estadio de la evolución de los tutús y las plumas de cisne.

– Vale, vale, ya capto-dice Ginés, y luego añade dirigiéndose a Cova-: ¿así que haces release? María está entusiasmada con el tema…

Mientras Cova intenta explicar de nuevo que su relación con la danza carece de actualidad, María mira a Ginés a los ojos, con una extraña expresión, una expresión en la que el enojo-un enojo por lo demás mundano y juguetón-no puede ocultar una nota de verdadero arrobo, de sorprendida admiración.

– Cariño… sabes perfectamente que lo que yo hago es contact.

– El release lleva al contact-, es inevitable-dice Ibáñez-. Yo no me quedaría tranquilo dejando ir a mujeres tan atractivas a esas sesiones de… investigación corporal. Es verdad que el porcentaje de sodomitas es apabullante entre los varones que se interesan por esas actividades, pero también hay lesbianas…

– ¡Ay, qué obsesión!-dice Amparo, bufando de fastidio.

– No me gusta la palabra «sodomita»-dice Cova frunciendo el ceño con desagrado-, me parece… ofensiva y…

– No deja de ser un gentilicio-dice Ibáñez-. Cambia sodomita por salmantino, y perderá gran parte de sus connotaciones… Espero que no haya ningún salmantino por aquí-añade mirando en derredor.

– Yo he empezado a ir a yoga-dice Amparo-, a unas clases que da una chica en el gimnasio municipal, y me está sentando muy bien. Antes siempre tenía las cervicales, aquí… como agarrotadas…

– El garrote vil curaba eso-dice Ibáñez-de forma un tanto drástica.

– ¿Es que nunca puedes dejar de hacer chistes malos? -dice Amparo encarándose con Ibáñez, en un tono tal vez demasiado estridente.

– No.

– ¿Y cuántos hombres van a esas clases de yoga?-tercia Cova oportunamente.

– ¿Hombres? Ninguno. Tampoco nos los íbamos a comer, si vinieran; pero no se apuntan.

– Es lo que pasa en los pueblos-dice Cova-, seguramente a más de uno le gustaría apuntarse, pero no se atreven a ir a una clase en la que estarán rodeados de mujeres.

– En la escuela a la que voy yo hay bastantes chicos dice María-, pero las mujeres siguen siendo mayoría.

– A mí me encantaría ir a una buena escuela-dice Cova-, aunque tendría que apuntarme al primer nivel, por supuesto. Una vez… hice un curso con un profesor muy bueno que trajeron a Villallana, antes se lo explicaba a Mana, ella lo conoce, y me dijo, ese profesor, que le gustaba mi movimiento, que tenía que seguir evolucionando. Incluso me dijo que me haría un precio especial, en sus clases, como si fuera profesional… Eran tres días por semana… pero yo no puedo ir a La Capital; no puedo permitirme ese lujo.

– Pues si no lo puedes hacer tú-dice Amparo-, que no tienes hijos y tampoco trabajas… quiero decir que no 11 abajas fuera de casa, que no tienes un horario.

– Tengo que preocuparme de la casa, y me gusta que Hugo lo tenga todo a punto cuando vuelve del trabajo. Trabaja mucho, el pobre…

– ¡Uy! No seas ingenua, mujer-dice Amparo-. Todos dicen lo mismo: siempre quejándose de lo mucho que trabajan, y de lo terrible que es su jornada… y si les quitaras el trabajo no sabrían qué hacer. ¡Si en realidad se lo pasan bien trabajando! Tienen sus amigotes, y sus secretarias, no todos, ya lo sé, pero… yo sé lo que me digo: en el trabajo son algo, son alguien, y hasta te diría que tienen más libertad…

– ¡Hombre, Amparo!-dice Ibáñez-, como paradoja no está mal esa afirmación… pero ¿no crees que te has pasado dos o tres pueblos? Por mi parte, mi libertad consiste en ir primero a Gráficas Carrasco que a Rovirosa Laboral, en vez de hacerlo al revés.

– Bien sabes tú que es verdad lo que digo. Seguro que cuando haces el reparto pasas por más de un puticlub.

– Afortunadamente mi recorrido, esencialmente urbano, evita esas sirtes de la carretera, esos Escila y Caribdis de la ruta. No es prudente exponer la débil carne humana a los cantos de las sirenas y sus potentes mafias de explotación.

– ¿Es verdad eso, Ginés?-pregunta María-, ¿tú también te diviertes tanto en el trabajo?

– Digamos que… no podría vivir sin él. Al menos con el tren de vida que llevo.

– Que llevamos, cariño, que llevamos-puntualiza María, con una sonrisa de complicidad.