Maribel retrocede de inmediato, musitando un prolongado «bueeeeno» que parece quitarle importancia al asunto, y al mismo tiempo expresa su renuncia a ejercer cualquier tipo de mediación. Hugo, mientras tanto, lo observa lodo desde el borde de la mesa, sin desprenderse de su vaso, sin pronunciar palabra.
– Hablas de oídas-dice Nieves mientras tanto-. Todo eso de los coches y las joyas, ya lo he oído otras veces: todo eso son prejuicios; la mayoría viven miserablemente para poder enviar dinero a sus familias cada mes.
– Ya… y por eso vienen aquí a quitarnos el trabajo.
– Eso sí que no pensé que lo llegaras a decir-dice Nieves mirándole directamente a los ojos-, eso no, de verdad. Eso sólo se puede decir por ignorancia… o por mala fe. ¿Cómo puedes…? Sabes perfectamente que los inmigrantes hacen los trabajos más desagradables, los que nadie quiere hacer, los peor pagados…
– Pues ya me dirás tú cuándo trabajan. Los moros están siempre en la calle, en las esquinas, en las plazas, en las terrazas de los bares, y siempre en grupo, ¿eh?, no verás nunca a uno solo. Son cobardes, nunca van con la verdad por delante.
Desde el grupo de Ginés se ha seguido la discusión en silencio, desde la inmovilidad, con una atención total y no disimulada. Nieves mira hacia ellos, a Ginés, a Ibáñez, para decir:
– A ver, por favor, que alguien me eche una mano; que alguien le diga a este hombre que lo que está diciendo es una sarta de tópicos…
– Eso-dice Rafa-, que alguien me diga un país civilizado, uno solo, dónde construyan una mezquita para un grupo… para cien personas… o menos.
– ¿A qué te refieres?-dice Nieves-. ¿A Villallana? La comunidad musulmana es mucho más grande. ¿Qué es eso de cien personas?
– No olvides-dice Rafa-que las mujeres no pueden ir a rezar.
– ¡Tú qué sabes! Sí que rezan, pero en un espacio…
– ¡Un momento! Haya paz, por favor-le interrumpe Ibáñez que se ha ido acercando, junto a sus acompañantes, al escenario del litigio-. Respecto a lo que preguntaba Rafa… Estados Unidos, que es uno de los países más conservadores del mundo, permite la libertad de culto; es más, es uno de los valores de los que se enorgullecen; el país está lleno de mezquitas, de sinagogas, de iglesias ortodoxas, católicas, protestantes… templos budistas… No sólo de musulmanes vive el odio… digo, el hombre.
– Sí-dice Rafa-, pero los templos se los construye cada uno con su dinero. No lo paga el estado.
– Ah, eso sí, por supuesto; Estados Unidos no sólo es el país de la libertad, sino también del «búscate la vida».
– A ver, un momento-dice entonces Ginés, con la expresión de incomodidad de quien no acaba de entender algo-. Eso de la mezquita… hay una cosa… me extraña mucho que… debe de ser una iniciativa municipal, ¿no?
– Sí, el ayuntamiento-dice Rafa-. Están construyendo un centro cívico, o no sé qué, y allí les van a hacer la mezquita, sin que tengan que pagar un duro…
– Pero… no es así-interviene Cova tímidamente-, lo que van a hacer es cederles uno de los locales, como a tantas otras entidades de la ciudad.
– No-dice Rafa sin apearse de su irritación-, como a tantas otras no, que eso ocupa mucho más sitio. Será un local enorme.
– Bueno… de todas formas es cedido-dice Cova ganando en aplomo a medida que habla-. Lo hacen porque la comunidad musulmana tiene muchos problemas. Estaban en un local de alquiler, pagado por ellos, pero los vecinos no han parado hasta echarlos.
– ¿Ah, sí?-dice Rafa, aumentando tanto el volumen como el ritmo de sus palabras-. Pues yo también tengo problemas, ¿vale? Yo, que llevo toda la vida aquí, he querido instalarme por mi cuenta, ¿vale?, necesitaba una nave, un garaje, ¿y sabes lo que me dijeron los señores del ayuntamiento cuando les pedí una subvención? Pues que si no era ni joven, ni mujer, ni moro, ni… ni maricón, nada de nada, tenía que pagarme yo los mil quinientos euros que piden en todas partes por un local un poco decente.
– Hombre…-dice Ibáñez-, lo de maricón podría solucionarse, con un leve maquillaje y un poco de… gesticulación.
– ¡Tú no te cachondees, que esto es muy serio!
– Bueno, hombre; yo sólo quería quitarle un poco de hierro a la cosa. Peor sería que os tirara un cubo de agua por encima a los dos. Porque tú también… Nieves…
– Mira por dónde-dice ésta dirigiéndose a Rafa-, ahora se ha descubierto de dónde viene el odio que les tienes a los musulmanes…
– No, no es sólo por eso, ¿vale? No es sólo por eso -dice Rafa-. Es porque encima se hacen los chulos y van por ahí de perdonavidas, ¿vale?, y además no se acostumbran… no se adaptan a nuestras costumbres; los ves por ahí vestidos con chilaba, y las mujeres con el pañuelo ése y…
– Porque son orgullosos-dice Nieves-. Son fuertes y orgullosos, y están contentos de ser lo que son. No se dejan asimilar…
– ¡Pero bueno!-le interrumpe Rafa-, ¿qué coño te pasa a ti ahora? ¿A qué viene tanto defender a esa gentuza? ¿Es que te has enrollado con un moro o qué?… Seguro que es eso: ha tenido que venir alguien de fuera para calentarte la cama…
– No señor-dice Nieves después de un agorero silencio-, no me he enrollado con ningún «moro» como tú dices, lo que pasa es que me subleva la injusticia y… no entiendo cómo tú, precisamente tú…
– ¿Qué quieres decir?
– Pues que tú tienes que saber lo que es sufrir la marginación en carne propia…
– ¿Yo?… ¡ ¿Qué dices?!
– Tú sabes lo que es acostarte sin haber cenado…
– ¡Nieves!-dice Amparo con severidad, intentando inútilmente frenar la inercia hiriente de la discusión.
– ¡Eso no es verdad!-protesta Rafa.
– Sí-insiste Nieves-, y que se burlen de ti en el colegio porque tu padre hablaba un andaluz tan cerrado que no se le entendía, y además era un alcohólico que llegaba a casa a las tantas, borracho, y perdía un trabajo tras…
– ¡No te metas con mi padre, mala puta!-replica Rafa perdiendo el control, empujado por una ira que cada vez se parece más al llanto-, ¡no te atrevas a meterte con él! Nos crió a todos, a todos sus hijos, con su sueldo. Si algún día se tomaba una copa era porque… porque ya no podía más, porque estaba harto de todos los cabrones que se metían con él y le hacían la vida imposible, y todo porque… porque…
– Vale ya, cariño, vale ya…-dice Maribel en voz baja, rodeándole los hombros con un brazo protector.
– Mi padre era una buena persona… Díselo tú-dice Rafa luchando por contener el llanto.
Nadie se atreve a mirar a Rafa. Nadie se atreve a pronunciar palabra. Tan sólo Maribel, ocupada en consolarle, rompe el pesado silencio.
– Claro que sí, cariño, claro que sí… Y tú-añade mirando a Nieves-nunca pensé que… nunca habría pensado que tú…
– Perdonad… perdonadme todos, es que… estoy muy nerviosa-dice Nieves perdiendo de golpe todo su aplomo, ahogando su agresividad en una ansiedad histérica-, rs que… es que todo me sale mal, y Andrés… Andrés…
– ¡Que le den a Andrés!-salta de pronto Hugo, que hasta ahora había permanecido en silencio-. ¡ Siempre nos nene que joder la fiesta: cuando viene, porque viene y no i leja de fastidiar; y si no viene, va esta tonta y…!
– Por favor no empecemos así-dice Ginés-. No… no empecemos a descalificarnos unos a otros, porque entonces esto ya no habrá quien lo pare…
– Ginés tiene razón-dice Ibáñez-, además, las terapias de grupo ya no están de moda.
– ¡Tú cállate!-le corta Hugo despectivamente-. Es verdad, no me digáis que no: el Profeta siempre nos acaba jorobando.
– Hablas como si fuera…-dice Amparo-, como si todavía estuviéramos…
– ¿Y no es verdad que la fiesta se está yendo a la mierda?
– Pero no es culpa de él-dice Ginés-. Hemos sido nosotros los que nos hemos liado. Precisamente tú lo estás mitificando: le estás atribuyendo un poder que ese pobre tipo no tiene. A lo mejor es por tu mala conciencia…