– A lo mejor es un sueño-dice María en tono insustancial-y los que desaparecen… es que despiertan.
– Pero ese sueño… ¿lo estás soñando tú?-dice Ginés-. Porque yo me siento muy de carne y hueso. Me niego a ser un personaje de tu sueño…
– Yo puedo soñar que tú dices eso-replica María. Ella y Ginés hablan con ligereza, más por el gusto de la pura dialéctica que por una verdadera fe en la idea que están desarrollando.
– Hombre… podría ser un sueño colectivo-dice Ginés-y lo estamos soñando todos, al mismo tiempo… Eso: aún estamos en el refugio, en las literas…
– Y los que han desaparecido es que ya han despertado-concluye Amparo.
– Exacto-dice Ginés.
– ¿Y entonces por qué no nos despiertan?-pregunta María-. Por fuerza tienen que saber que estamos sufriendo…
– No siempre se recuerdan los sueños que has tenido -responde Ginés-. Ellos se han despertado pero no se acuerdan de que soñaban esto… Simplemente ven que nosotros seguimos durmiendo…
– Vamos a ver…-dice Amparo, con un gesto de irritación-. Es que a mí… a mí me da mucha rabia eso de explicarlo todo con un sueño. Es como en las películas: la típica película en la que van pasando cosas, un montón de cosas, y luego, como no saben cómo acabarla… pues resulta que todo era un sueño, y ya está: a cobrar por el guión… ¡No te jode! Como si no notara una la diferencia que hay entre estar soñando y estar despierta…
– Pero mientras sueñas sí que parece real-dice María-, es cuando te despiertas que te parece absurdo lo que has soñado.
– ¡Callad, por favor!-dice Nieves.
– Eso, callad-bromea Amparo.
– ¿Por qué?-dice María-, ¿por qué nos hemos de callar?
– ¡Porque me da miedo!
Un silencio, un triple suspiro de fastidio, contenido, reprimido, sigue a la declaración de Nieves.
– Me da miedo pensar que nada es de verdad…-añade al poco rato-, que a lo mejor me estoy volviendo loca, que… que quiero despertarme y… y no puedo, ¡no puedo!
– ¿Y pensar que el tipo ése nos está eliminando uno por uno… te tranquiliza más?-dice María.
– Al menos eso tiene un sentido-dice Nieves-, pero lo otro… lo otro… pensar que nada… nada de lo que…
– Vamos a ver, nena-le interrumpe Amparo-, verás, verás cómo yo te quito la tontería enseguida. A ver, ¿tú tienes la sensación de estar soñando… con toda la solana que está cayendo, y la cara ésa que llevas que parece un tomate, que seguro que se podría freír un huevo encima?
Nieves se pasa una mano por la mejilla, mientras su mirada pierde parte de su intensidad febril, y se vuelve algo más reflexiva.
– No… La verdad es que no-dice, algo más calmada.
– Pues yo tampoco, guapa, yo tampoco. Así que vamos a seguir pedaleando, aunque sólo sea para salir de este puñetero desierto, y vamos a pedalear calladitos, y sin hacer paradas, que yo esta noche, si es que llego a la noche, quiero dormir en una cama.
– ¡No, por favor, sigamos hablando! -exclama Nieves alarmada, suplicante, al ver que sus compañeros se aferran de nuevo a los manillares.
– ¡Vale ya, Nieves!-dice Ginés con severidad-, ¡esto ya pasa de castaño oscuro!
»No vamos a perder más tiempo-añade después de un breve silencio-. Vamos a seguir pedaleando; y si de verdad hay tanta necesidad de hablar, o de comentar cualquier cosa… pues aprovechamos la próxima parada… Pronto habrá que beber más agua; me parece que había otra gasolinera, o un hostal… ¡y además en un sitio que haya sombra, caramba… no aquí en medio de la carretera…! Pero ahora hay que avanzar…
Con un golpe de su pie derecho, Ginés hace girar el pedal para atrás, y después lo frena delante, afianzando firmemente el pie.
– ¿Listos?-dice Ginés volviendo la cabeza.
– Listas-responde Amparo.
– ¡Por favor, no sigáis!-lloriquea Nieves, sujetando el manillar pero con ambos pies en el suelo, mientras los demás dan la primera pedalada-. ¡No sigáis! ¡Esperadme!
Nieves arranca torpemente, dando tumbos, haciendo un gran esfuerzo para recuperar los pocos metros que el grupo le ha sacado de ventaja. Todavía no se ha puesto a su altura, cuando su voz vuelve a sonar, con frenética ansiedad:
– ¿No has pensado que… que a lo mejor eso es lo que quiere?
Nieves habla para Ginés, pero éste sigue pedaleando sin inmutarse, sin dejar de mirar hacia delante, al cambio de rasante que se burla de ellos, cercano, pero inalcanzable.
– Quiere… quiere que actuemos-añade Nieves, pegándose a la rueda de María-, que sigamos el juego, y entonces nos va liquidando uno… uno tras otro. Sabe… sabe lo que vamos a hacer, hacia dónde vamos a ir. Lo que tendríamos que hacer es… es lo contrario… Tenemos que plantarnos… entonces… entonces no podrá jugar…
Ginés sigue mudo. Las miradas de Amparo y María viajan hacia él, se clavan en su nuca silenciosa, inexpresiva.
– Tú has tirado, Ginés… has tirado del grupo todo el rato-prosigue Nieves precipitadamente, como si tuviera prisa por expresar su idea-. Lo… lo has hecho bien; precisamente… precisamente lo has hecho muy bien, has… has hecho lo que haría… lo que dicta la lógica, como tú dices…
El discurso de Nieves se hace cada vez más entrecortado a causa del esfuerzo. Amparo, incluso María, la miran de reojo y luego miran a Ginés, como esperando algo de él. Pero Ginés sigue pedaleando con el mismo ritmo inalterable.
– Has hecho…-dice Nieves después de unas cuantas respiraciones-has hecho lo que haría un hombre… y eso es previsible, otro… otro hombre lo puede predecir… puede anticipar tus pasos uno a uno… Nosotras… nosotras somos mujeres…
Amparo mira alternativamente, con rápidos movimientos de cabeza, a Nieves y a Ginés. Ginés sigue pedaleando tercamente, con la vista fija en la carretera. Mientras se desarrolla la conversación, el grupo no ha dejado de avanzar, y el cambio de rasante cada vez está más cerca, apenas a unas decenas de metros.
– Ginés…-dice Amparo-a lo mejor deberíamos…
Amparo se interrumpe. Ginés se ha levantado del sillín y empieza a pedalear con más ímpetu, dejando caer todo el peso del cuerpo en cada pedalada. Las tres mujeres que le siguen, instintivamente, se han aplicado con renovada fuerza a los pedales, para no separarse de él.
– Muy bien-dice Ginés elevando el tono gradualmente, como si el volumen de su voz estuviera relacionado con la aceleración que está imprimiendo a la bicicleta-. Has hecho… has hecho un verdadero esfuerzo de… de imaginación. Nos… nos has impresionado a todos; nos has hecho… nos has hecho pensar, nos has hecho… ¿Y todo eso por qué?… ¿Por qué precisamente ahora quieres que nos paremos? ¡¿Por qué?!
– ¡Porque yo soy la siguiente, joder… porque yo soy la siguiente!
– ¡Acabáramos!-dice Ginés, dejándose caer de nuevo sobre el sillín. Acaban de superar el cambio de rasante. Una perspectiva descorazonadoramente parecida a la anterior se despliega ante su vista. Pero al menos hay un buen tramo de bajada suave, unos cuantos centenares de metros hasta que la carretera se vuelva a empinar de nuevo. Todos han dejado de pedalear, simultáneamente, mientras las bicicletas, como efecto de la bajada, empiezan parsimoniosamente a adquirir velocidad.
– No sabemos quién será el siguiente-dice María-, no sabemos, ni siquiera, si habrá un siguiente.
– Sí, sí que lo sabemos-dice Nieves-, lo sabemos, claro que lo sabemos; yo al menos lo sé… Le insulté, me… me burlé de él, una vez… no sé cómo… cómo no he ido yo antes que Maribel…
– ¿Tú?-dice Amparo con incredulidad-, ¡pero si tú siempre fuiste… siempre le trataste muy bien! Le escuchabas, yo… yo no tenía tanta paciencia.
– Menos aquel día-dice Nieves.
»Fue al final…-añade, rompiendo el silencio de expectación que se ha creado-, una de las últimas veces, en uno de esos guateques que… que hacíamos en casa de Rafa…