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Esta chica, Olmi, podría no ser lo que aparenta, dice Trenti. Estamos imaginando, naturalmente. Es lo que hace un giallista, inventar crímenes. Estudia posibilidades indeseables. Esto no es muy diferente de mi trabajo habitual, dice Trenti-Galetti, mi trabajo de toda la vida, imaginar riesgos como ingeniero de prevención de incendios. Nunca le he hablado a usted de eso, ¿verdad? Ya hablaremos en otro momento. Volvamos a la chica, a Olmi, Francesca. Me adivinaba el pensamiento Trenti. Los escritores son así, te miran y te inventan un pensamiento y una vida, y Trenti se adentraba por el laberinto rectilíneo de mi pensamiento y llegaba directamente a Francesca, sin ningún tipo de vacilación, perito en inspección de sistemas de prevención de incendios. Esta mujer está paseando por Roma como una turista, del Coliseo al Circo Massimo, cuando de via della Misericordia sale el asesino. Lo ve la chica, y da la casualidad de que inmediatamente se encuentra con dos guardias. No vacila. He visto al asesino, avisa. Muy bien. Al día siguiente la invita la televisión a un consultorio que será anunciado el sábado, este sábado, exactamente una semana después de la feliz caída del criminal. ¿Casualidades? Vamos a ver, supongamos que no son casualidades. Supongamos que la chica conocía previamente al criminal. Viene de encontrarse con él en algún hotel. Conoce a otros que también lo conocen. No es que la chica y el criminal volvieran de una cita, se pelearan, se separaran peleados y espontáneamente ella lo denunciara a la policía en un arrebato de odio amoroso. Una cosa así tiene poca consistencia. Si sólo hubieran detenido al criminal, el criminal sabría que lo había denunciado su amante. Lo descubriría en la comisaría, o en la cárcel, antes o después, y se vengaría. ¿Sabía la chica, antes de denunciarlo o entregarlo, que a Varotti lo iban a matar?

Yo la conozco, iba a decirle a Trenti, il giallista. Francesca es mi amante, no la amante del muerto por la policía, trabajadora ejemplar, Francesca, madre de un hijo, separada, o no exactamente separada, una mujer excepcional en todos los sentidos, jamás una traidora, aunque habla poco, me siento traicionado precisamente por este motivo, porque Francesca no habla. Estoy en Bolonia por este motivo. He salido de Roma para no buscar a Francesca por Roma, donde tenía la impresión vertiginosa de estar dejando de ser un extranjero, anexionado al lugar por mi fijación a Francesca, hundiéndome progresiva y adhesivamente en un asunto banal, amoroso, familiar, sórdido, una futura familia con Francesca, la cama, y luego más cama, y luego menos cama, el aburrimiento, las lágrimas, cajones de ropa de verano guardados durante todo el invierno, y durante todo el caluroso verano ropa de invierno guardada en cajones sombríamente calurosos, ropa promiscua en la oscuridad del cajón y un nuevo espesor en la conciencia, la densidad íntima de un hogar organizado amorosamente. Entonces se estremece algún mueble, mi silla, en el apartamento de via Stalingrado, por el aire que inesperadamente se ha movido o por un tren que ahora mismo cruza el gran nudo ferroviario del norte de Italia.

Volvamos atrás, dice Trenti. Ahora estamos en el hotel, un hotelucho cerca de Stazione Termini, por ejemplo, nada extraordinario ni espectacular. ¿Cómo se registra en el hotel el criminal más buscado de Italia? Se lo voy a decir, dice Trenti. Se registra la chica, casada, esposa de un antiguo boxeador olímpico, aquí está escrito, esto es realidad aunque parezca fabuloso, una novela, enfatiza Trenti. Lo dicen Il Corriere y La Stampa, y nos viene bien para nuestra historia que haya boxeadores y gangsters como en una película de Kubrick, Killer's Kiss. ¿La ha visto? Yo la vi anoche. Se la recomiendo. Son datos de la prensa, y le recuerdo a usted el misterio de Marie Rogêt, de Edgar Allan Poe, es decir, el asesinato verídico de Mary Cecilia Rogers en Nueva York, julio de 1841, caso abierto hasta que intervino Poe y lo resolvió leyendo recortes de periódico, como ahora nosotros. Podemos reflexionar sobre los hechos sirviéndonos sólo de las informaciones de los periódicos sobre el caso. Podemos formular hipótesis verosímiles como haría el detective de Poe. Supongamos que somos Auguste Dupin y esclarecemos el enigma.

Aquí tenemos los periódicos. La chica está con su amante en el hotel, la pistola está en la mesa de noche, bajo el sobre con el certificado médico de las fiebres palúdicas del monstruo, a mano. La chica sabe que su amigo usará la pistola y se pegará un tiro antes de que lo cojan, lo ha jurado. La chica confía plenamente en el criminal, sabe que es un hombre de palabra, serio, se ve en las fotos, y da por seguro que lo matan o se matará. Lo matan. Todo esto es improbable. Quien conozca a la chica dirá que es imposible. Seguramente es una madre ejemplar, una estupenda trabajadora, jefa de limpieza, exactamente, lo dice aquí, y lo dicen periódicos responsables. No es una turista, es una trabajadora romana, vive a dos o tres kilómetros del lugar de los hechos, no se le ocurriría jamás practicar turismo romano en sábado, sin su hijo. Le sugiero esta hipótesis: la chica se había encontrado con su amante, o su amigo, o su aliado en algún asunto, ponga usted la posibilidad que le parezca más lógica. Otra hipótesis: la chica, Olmi, Francesca, participa del círculo de su amigo Varotti, le pagan por traicionarlo, le prometen un programa de televisión, un trabajo para su marido. Está liada, o a punto de liarse, con alguien de la televisión, que también conoce al pistolero.

Trenti se había olvidado del tiempo, ya no buscaba la hora en mi reloj, sino el efecto de sus palabras en el auditorio reunido alrededor del giallista de éxito. No lleva reloj Trenti, ni camisa, ni zapatos, sus pies aristocráticos están desnudos, como si viviéramos en el trópico, en una novela, en la evasión del tiempo, del tiempo y el espacio nuestros, aunque peor que nuestro mundo presente sea el mundo fantástico de otro tiempo, Rusia en 1941 y 1942, fango y frío, la memoria de las proezas de tiempos pasados, o futuros, o de ahora mismo, pero no en nuestra vida. El mundo se funda sobre algunas ideas muy simples, el azar, el ansia de libertad, el valor, el amor, la amistad y la lealtad, y sus contrarios. Es como una novela. La novela de crímenes sólo es una exageración de la violencia y el miedo, una violación de la probabilidad, dice Trenti, una sobrecarga de emoción por acumulación en poco tiempo y poco espacio de una imposible cantidad de desastres. Estas cosas no se dan casi nunca, pero yo las conozco en mi trabajo como ingeniero de prevención de incendios. ¿Qué probabilidad existe de que un incendio destruya un edificio de treinta y nueve plantas, equipado con sistemas antiincendio y construido con materiales prácticamente incombustibles? No hay prácticamente posibilidad de incendio, parece una operación muy favorable para la compañía aseguradora, aunque, en caso de producirse la catástrofe imposible, resultaría ruinoso cubrir los daños de la torre, el impago de alquileres, los gastos de bomberos y hospitales, el derribo, todo tipo de daños causados a inquilinos y vecinos, además de la pérdida de reputación de la compañía de seguros y la responsabilidad como instaladores o inspectores del sistema antiincendios.

Yo no seguía a Trenti-Galetti por la torre en llamas, derrumbándose. Seguía los pasos de Francesca en Roma, por las oficinas bancarias donde limpia, el camino a su casa y a la escuela del niño, a casa de sus padres y a casa de Fulvio, toda la vida de Francesca, la lámina de Memling con todos los movimientos de la pasión de Cristo en un momento en el que todos los momentos se desarrollan en un momento único. Sigo los pasos de Francesca en mi memoria, hasta mi habitación y mi mesa y la caja de fósforos que Francesca dejó vacía y yo tiré a la basura. Me acerco para leer el nombre del hotel impreso en la caja, letras verdes y una corona de laurel sobre fondo blanco envejecido, pronto no se fabricarán cajas de fósforos así, y angustiosamente busco sin encontrarlo el nombre del hotel, olvidado, despreciado, no leído, demasiado lejos ya, lanzado a la papelera hace dos días, quizá Albergo Varese, o Magenta, Macao, Volturno o Solferino, un albergo con el nombre de alguna calle en torno a Stazione Termini, la prueba de la presencia de Francesca en los imaginarios campos de batalla de Trenti. Me cazó Trenti. Escritores y psiquiatras tienen una enorme potencia de introspección, introspección en cabeza ajena, si esto existe. Examinan el contenido mental de los extraños como si intervinieran un teléfono. Todo es inapelablemente seguro, pero una noche el azar prende un fósforo o produce un cortocircuito, y la ininflamable e inconsumible torre arde, a pesar de que ni un solo centímetro cuadrado de sus treinta y nueve plantas tenía la posibilidad de inflamarse y consumirse, dijo Trenti. Y así ocurre con la vida de las personas, las más conocidas, las más queridas. Sabemos dónde dan cada uno de sus pasos, adonde se dirigen. Se mueven en una retícula controlada, sin puntos oscuros. Pero el reparador de televisores tendría que haber estado aquí a las cuatro de la tarde, y no sé dónde debería estar usted, que no me había avisado de que venía, seguramente porque, hasta el último momento, pensaba estar en otro sitio. Usted está aquí y el reparador de televisores no llega nunca.