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No estaba la ragazza, ni Fulvio, ni la cajera ni Fulvio, aunque había visto entrar a Fulvio en el café mientras en la calle me hablaba el dottore, prisionero de su amor descompuesto, indecente, inconveniente, delirante y doloroso por la niña anodina. Andaba tan perdido el dottore X que se olvidó de mirar al trono vacío de la ragazza, hacia la caja registradora rodeada de chocolatinas y regaliz y Coliseos y lobas con hijos humanos. Siéntese, me dijo. Tengo perdidos los nervios, el ultimátum islámico acaba el domingo, sentenció. La Cuarta Guerra Mundial retumbó en las maderas, el bronce, las máquinas, la cristalería, las botellas del Caffè Boiardo. ¿Tanto le preocupan al dottore las brigadas islamistas, el ultimátum? Sí, en cuanto pase el domingo, y alguna semana más, y dejen de verse bolsas olvidadas en las estaciones de metro y tren, y acabe el despliegue masivo de efectivos policial-militares, porque el ministro es escéptico sobre la realidad del ultimátum, pero da lo mismo, todo podría ser verdad, y hay despliegue, naturalmente, y, en cuanto pase esta verdad, el ultimátum y agosto, los periódicos publicarán otra cosa: todas las cintas que viene grabando la policía-policía y la policía paralela desde hace semanas.

Ya corren transcripciones de las grabaciones, dijo X con voz de misterio. ¿No sabe de qué le hablo? Es lógico. No le interesa a nadie el asunto. Un banco quiere comprar otro banco. ¿Me entiende? Hay movimiento de acciones y accionistas. Un caballero que antes compraba terrenos sicilianos y caballos árabes ahora quiere un banco. Antes tenía al purasangre Tirreno y ahora quiere BankTirreno. Está claro, ¿no? Entonces la Banca d'Italia inspecciona, informa. Yo, personalmente yo, que soy la inteligencia del Palazzo Koch, Banca d'Italia, desautorizo la operación. No se vende el purasangre Adriático, o Tirreno, porque el caballero comprador no tiene fondos, es un tahúr, falsifica sus cuentas, no es un caballero. Y ahora llega el rey de la Banca, il Governatore, y milagrosamente o demencialmente autoriza lo que yo no autorizo. ¿Qué hacen la Fiscalía de Milán y la Fiscalía de Roma entonces? Graban todas las conversaciones de accionistas reales, potenciales, propietarios de cuadras de caballos, campeones inmobiliarios y financieros y sus testaferros y apoderados políticos. Graban a los economistas del Palazzo Koch. Me graban a mí.

Levantó una mano el dottore X, dirigió una señal hacia algún ser invisible, y empezó a sonar música. Mejor hablar a voces que por teléfono, lo graban todo, y ahora mismo pueden estar grabando lo que le estoy diciendo a usted. En este mismo bar le pusieron un micro al juez Mengaldo. A mí me da absolutamente lo mismo. Saludo a los carabineros, saludo a la Guardia di Finanza, saludo a los fiscales y magistrados y a todos los hijos de la gran puttana, dijo disparatadamente el dottore, como hablando muy cerca de un micrófono, e inmediatamente le trajeron un gran vaso de agua. En cuanto pase el ultimátum, en septiembre, o en octubre, los periódicos van a publicar dos mil páginas de grabaciones de llamadas telefónicas intervenidas por la policía a las órdenes de la Fiscalía, ¿me entiende? Palazzo Koch, la Banca d'Italia, yo, ha inspeccionado las cuentas del comprador de bancos. Tiene caballos, pero no tiene solvencia. ¿El Governatore es amigo del insolvente? Se habla mucho por teléfono estos días, ya le digo, todos hablamos, los economistas de Italia, el Governatore di Bankitalia, financieros, senadores, diputados, los amantes y las amantes, los propietarios de purasangres, sus veterinarios, los amigos y las amigas, los clientes y sus abogados, los curas que los confiesan y les ven la lengua todos los días cuando les dan la comunión, los médicos que les recetan pinchazos. La fiscalía está reconstruyendo cronológica y pormenori- zadamente los acontecimientos, día a día, llamada a llamada, con la hora y el minuto exactos consignados en el expediente, a todas horas del día, horas verticales y horas horizontales, en el restaurante y en la cama. Estamos hablando de la compra de un banco. Hay grabadas cenas con el presidente del Consejo de Ministros. Dos mil páginas. Las he visto. Tengo una copia. Es À la recherche du temps perdu, una obra maestra, ya sabe usted, una novela cómica, irónica, sobre el espíritu de la época y el carácter de una sociedad, un monumento histórico-literario. Hay mujeres y hombres, Ferraris a medida, joyas y periodistas, conversaciones con los honorables del Parlamento y con estrellas de cine en fase de lanzamiento eterno, caballos y locutores de televisión sobornados para que no parodien en pantalla a los príncipes del mundo. Hay una red de influencias para determinar la elección de un nuevo peluquero del Parlamento, un protegido, seguramente, amante de algún militar o algún cardenal. Hay felaciones telefónicas, frenéticos telefonazos, mensajes ridículos a todas horas del día, amorosos, esas cosas que uno ve que ha hecho y le parecen increíbles, una vergüenza, espantosas, dos años después. Uno pensaría en una conjura de imitadores de voces, que no se trata del verdadero ministro ni del verdadero párroco milanés ni del verdadero astro cinematográfico, que yo no soy yo. Pero, sí, es la auténtica grabación de una banda de imbéciles, ya le digo, una época, dos mil páginas de grabaciones, voces ridículas y mensajes a cientos, a todas horas, aunque es gente más bien vespertina, nocturna. Hay pocas llamadas y mensajes antes del mediodía. Amo tu oreja que me oye, Amo tus ojos que me miran, Amo tu boca que me besa. Ti amooooo, dice a su amiga en un mensaje el magnate de los purasangres. Está cenando con el presidente del Consejo de Ministros. El consejero del presidente del Consejo llama al hombre de Milán y le dice que lo llame cada hora, que se siente solo esa noche, y gimotea al teléfono. Está enfermo, dice, y gimotea más. Está transcrito. Gimotea. La señora de un senador llama a un cura, don Fausto o don Giovanni o don Vittorio, para cambiar la hora de la confesión y evitar encontrarse en la sacristía con la madre de uno que no le está siendo del todo leal a su marido, y don Fausto, o don Vittorio, agradece en nombre de Dios la limosna generosísima recibida del nuevo banquero criador de caballos por intercesión de la señora del senador. Todos consultan horóscopos telefónicos. Un cable eléctrico se ha soltado cerca de la piscina. Es un atentado, dice un aprensivo. Un coche vigila la verja de la casa, gris, inamovible. ¿Son secuestradores? Son los guardaespaldas, dice el jefe de la casa, que ha cambiado de teléfono para que no lo graben más y le ha mandado a su mujer un teléfono nuevo totalmente seguro, dice, mientras es grabado en su búsqueda de la felicidad y la perfecta comunicación. Esto es mi Marcel Proust del año 2004.

Piense usted en Proust, que escribe À la recherche en su habitación insonorizada de París, entre paredes forradas de corcho y fumigaciones para el asma crónica, y piense en los habitáculos de la policía y sus servicios secretos legales, o conectados a estructuras investigativas privadas, por decirlo así. La técnica ha avanzado mucho. No hay que pinchar cables ni conexiones, no hay habitáculos fijos. Hay estaciones de radio ambulantes que localizan la posición de su objetivo por el timbre de la voz o una sola palabra elegida y graban automáticamente. Hay 300.000 investigados en Italia, país peligroso, figúrese usted, 300.000 posibles implicados en asuntos en los que el Código permite el espionaje telefónico, es decir, negocios de armas, explosivos, narcóticos, terrorismo, 300.000, a los que cabría añadir un mínimo de 900.000 más, o nueve millones más, en contacto usual u ocasional con los 300.000 teléfonos intervenidos, grabados también, todos grabados, y esto puede dar doce millones de intervenidos telefónicamente, esto se llama Sistema Super Amanda, o Amanda, o Enigma, o Angélica, como la hija del rey de Catay, la heroína del poeta Boiardo y su Orlando innamorato, la irresistiblemente perseguida por todos, una fantasía. Esto no existe, claro, es un rumor, no hay una estructura de Telecom Italia a la escucha de los italianos, aunque, operativamente hablando, algo así exista o pueda existir. Ahora mismo los principales intervenidos somos accionistas de Telecom, así que hemos rentabilizado el oprobio, la vergüenza, y pronto sabremos además quién es feliz entre nosotros, quién desesperado, quién con amor y sin amor, quién se casa o se divorcia, quién va a encontrarse con quién, quién es suave y quién es cruel, quién amigo y quién enemigo, quién intriga, oculta, miente, gana o pierde. No hemos manejado armas ni explosivos en este caso, sólo información bancaria privilegiada, o falsificada, y balances falsos. Pero hemos cometido en dos mil páginas todos los errores que conducen al infierno dantesco y sus nueve círculos infernales para lujuriosos y glotones, derrochadores de mal dar y avaros de mal tener, soberbios y envidiosos (dos cosas que suelen coincidir), violentos y, por encima de todo, tramposos y traidores. Mi círculo infernal sería el limbo. Yo he intentado comprender lo que pasaba, dijo X, refrenando su visionaria invectiva. Y es difícil abrir bien los ojos en el mar de carpetas azules de la Banca d’Italia, entre trajes azules, en el tono gris-ocre-corintio-azul-oro del Palazzo Koch, anestésico. Yo he abierto los ojos. No me he dejado anestesiar. He estudiado a fondo el caso. Las previsiones de la operación son catastróficas. La situación patrimonial prospectiva del caballero caballista anuncia un desastre. Así que puse toda la documentación en manos de la Fiscalía. Era mi deber. Y así lo avisé al mismo Governatore.