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—Sí, por supuesto. Basta mirarle para verlo. Pero la debilidad muscular no es peligrosa; la miastenia gravis es mucho peor, y nosotros nos las arreglamos bastante bien con ella.

—También es posible que quieran evitar que contraiga alguna enfermedad terrestre. Es como esos animales de experimentación de Notre-Dame; nunca ha estado expuesto.

—Sí, claro… carece de anticuerpos. Pero, por lo que he oído en el comedor, el doctor Nelson, es el médico de a bordo de la Champion, ¿sabes?, se ocupó de él durante el viaje de regreso. Repetidas transfusiones mutuas hasta que hubo reemplazado la mitad de su tejido sanguíneo.

—¿De veras? ¿Puedo utilizar eso, Jill? Es una noticia.

—Está bien, pero no cites mi nombre. Le han puesto inyecciones para inmunizarlo contra todo menos la bursitis de la rótula… ya sabes, la rodilla de fregona. Pero para protegerle contra cualquier infección no hacen falta guardias armados delante de su puerta.

—Hum… Jill, he captado por ahí algunos rumores que es posible que no conozcas. No puedo usarlos porque he de proteger a mis fuentes de información. Pero te los contaré; te lo has merecido… lo único que te pido es que no los divulgues.

—Oh, no lo haré.

—Es una larga historia. ¿Otra copa?

—No, empecemos con los bistecs. ¿Dónde está el botón?

—Aquí.

—Bueno, púlsalo.

—¿Yo? Te ofreciste a cocinar tú la cena. ¿Dónde está ese espíritu de muchacha exploradora del que tanto alardeabas?

—Ben Caxton, me quedaré aquí en la hierba y moriré de inanición antes que levantarme y pulsar un botón que está a quince centímetros de tu dedo índice derecho.

—Como quieras… —pulsó el botón que le diría al horno que ejecutara las órdenes preprogramadas—. Pero no olvides quién hizo la cena. Sigamos ahora con Valentine Michael Smith. En primer lugar, hay graves dudas acerca de su derecho a utilizar el apellido Smith.

—Repite eso, por favor.

—Cariño, parece que tu amigo es el primer bastardo interplanetario de los anales de la humanidad. Quiero decir el primer «hijo del amor».

—¡Y un cuerno!

—Por favor, habla como una dama. ¿Recuerdas algo de la tripulación de la Envoy? No importa, te señalaré lo más importante. Ocho personas, cuatro matrimonios. Dos de esas parejas eran el capitán y la señora Brant y el doctor y la señora Smith. Tu amigo de la cara de ángel es hijo de la señora Smith y del capitán Brant.

—¿Cómo lo saben? Y, de todos modos, ¿a quién le importa? —dijo Jill, y se sentó, indignada—. Es verdaderamente asqueroso que saquen a relucir un escándalo así después de todo este tiempo. Están todos muertos… ¡yo digo que los dejemos tranquilos!

—En cuanto al modo en que lo han averiguado, ya puedes imaginarlo. Análisis sanguíneo, factor Rh, color del pelo y de los ojos, todos esos detalles genéticos… probablemente tú sabes más de eso que yo. De todos modos, es una certeza matemática que Mary Jane Lyle Smith fue su madre y el capitán Michael Brant su padre. Todos esos factores se hallan convenientemente registrados para toda la tripulación de la Envoy; posiblemente nunca hubo ocho personas más minuciosamente examinadas y controladas. Y eso proporciona a Smith una herencia espléndida; su padre tenía un CI de 163, su madre de 170, y ambos eran los primeros en sus respectivas especialidades.

»En cuanto a lo de a quién le importa —prosiguió Ben—, hay un montón de gente a la que le importa mucho… y todavía habrá más cuando todo este cuadro tome forma. ¿Has oído hablar alguna vez del impulsor Lyle?

—Por supuesto. Es el que utilizó la Champion.

—Y el que utilizan todas las naves espaciales hoy en día. ¿Quién lo inventó?

—No sé… ¡Un momento! ¿Quieres decir que ella…?

—¡La pequeña dama acaba de ganar el puro! La doctora Mary Jane Lyle Smith. Sabía que tenía algo importante allí, aunque su desarrollo quedó pendiente cuando se marchó. Sin embargo, antes de partir con la expedición, solicitó una docena de patentes básicas sobre el proceso y las dejó en depósito, no a una sociedad filantrópica, tenlo en cuenta… y asignó el control y los beneficios interinos a la Fundación para la Ciencia. Así que finalmente el Gobierno se hizo cargo de todo ello… Pero tu amigo cara de ángel es el dueño de todo el asunto. No hay la menor duda al respecto. Es algo que vale muchos millones, tal vez cientos de millones; no estoy en situación de calcularlo.

Llevaron la cena a la sala. Caxton usaba mesas suspendidas para proteger su césped; bajó una hasta el nivel adecuado para su silla, y otra a una altura estilo japonés para que Jill pudiera seguir sentada en el suelo.

—¿Tierno? —preguntó.

—¡Estupendo! —respondió ella, con la boca llena.

—Gracias. Recuerda que lo cociné yo.

—Ben —dijo Jill, tras engullir un bocado—, ¿qué pasará si Smith es… ilegítimo? ¿Podrá heredar?

—No es ilegítimo. La doctora Mary Jane era de Berkeley; las leyes de California no reconocen el concepto de bastardía. Lo mismo ocurre con el capitán Brant, puesto que Nueva Zelanda tiene también leyes civilizadas a este respecto. Mientras que, según las leyes del estado natal del doctor Ward Smith, el esposo de Mary Jane, un niño nacido en el hogar conyugal es legítimo, tanto si viene del infierno como si cae de las nubes. Así pues, Jill, tenemos a un hombre que es el más puro hijo legítimo de tres padres.

—¿Eh? Espera un poco, Ben; esto no puede ser así. Puede serlo uno u otro, pero no los dos. No sé nada de leyes, pero…

—Claro que no sabes nada de leyes. Todas esas ficciones legales no preocuparían en absoluto a un abogado. Smith es hijo legítimo de muy distintas formas en diferentes jurisdicciones, todas ellas irrefutables y todas ellas fácilmente defendibles… incluso aunque de hecho sea un bastardo según sus antepasados físicos. Así que hereda. Además, dejando a un lado la fortuna de su madre, sus dos padres no estaban en la pobreza precisamente. Brant era soltero hasta inmediatamente antes de la expedición; había invertido la mayor parte de su escandaloso sueldo como piloto a la Luna en la Lunar Enterprises. Ya sabes cómo han subido esas acciones; acaban de declarar otro suculento dividendo activo. Brant tenía un vicio, el juego… pero ganaba regularmente, e invertía también sus ganancias. En cuanto a Ward Smith, pertenecía a una familia rica; se había dedicado a la medicina y a la ciencia por vocación. Smith es el heredero de ambos.

— ¡Vaya!

—Y eso no es ni la mitad, cariño. Smith es igualmente el heredero de toda la tripulación.

—No entiendo.

—Los ocho tripulantes firmaron un contrato de «Caballeros Aventureros», por el que se nombraban herederos recíprocos unos de otros… todos ellos y su descendencia. Lo redactaron meticulosamente, utilizando como modelos contratos similares de los siglos XVI y XVII que habían resistido con éxito todo intento de impugnación. Y todos ellos eran gente de alto poder económico; en conjunto acumulaban una inmensa fortuna. Entre sus bienes se incluye una considerable cantidad de acciones de la Lunar Enterprises, aparte las que poseía Brant. Puede que Smith se encuentre ahora con un paquete mayoritario de acciones, lo cual le conferiría el dominio de la sociedad o, al menos, le situaría en una posición clave.

Jill pensó en la criatura de expresión infantil que había convertido en una ceremonia conmovedora el simple hecho de beber un vaso de agua y sintió pena por ella. Pero Caxton prosiguió:

—Me gustaría poder echar un vistazo al diario de a bordo de la Envoy. Sé que lo recuperaron… pero dudo que llegue a ser dado a la luz pública.