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—Bueno, que me condenen…

—Probablemente, a su debido tiempo…, si es posible la condenación. Pero, Ben, eso no fue en público.

—¿Eh?

—Usted mismo lo ha dicho. Describió ese grupo como un matrimonio plural…, un grupo teógamo, para ser precisos. No fue público, sino enteramente privado. «No hay nadie aquí excepto nosotros los dioses». Así que, ¿cómo podía alguien sentirse ofendido?

—¡Yo me sentí ofendido!

—Eso fue porque su propia apoteosis fue menos completa que la de ellos. Me temo que le juzgaron por encima de sus posibilidades; les llevó usted a una conclusión errónea. Usted mismo les invitó a ello.

—¿Yo? Jubal, no hice nada de eso.

—«Tommy le pegó a mi muñeca…, yo le pegué en la cabeza con ella». El momento adecuado para echarse atrás fue cuando llegó, porque vio usted de inmediato que sus costumbres y actitudes no eran las propias. Pero se quedó allí…, y gozó de los favores de una diosa…, y se comportó como un dios con ella. En pocas palabras, captó el panorama, y ellos se dieron cuenta. Me parece que el error de Mike fue simplemente aceptar su hipocresía, tomándola por moneda de curso legal. Pero él tiene la debilidad, muy propia de los dioses, de no dudar nunca de sus «hermanos de agua». Incluso Júpiter cae en ello, y su debilidad…, ¿o es una fuerza?…, procede de su educación primaria; no puede evitarlo. No, Ben; Mike se comportó con una absoluta propiedad; la ofensa contra los buenos modales reside en la conducta de usted.

—Maldita sea, Jubal, está retorciendo de nuevo las cosas. Hice lo que tenía que hacer…, ¡estaba a punto de vomitar sobre su alfombra!

—Así que ahora alega que fue un movimiento reflejo. De acuerdo; sin embargo, cualquiera con una edad emocional por encima de los doce años hubiera encajado las mandíbulas, se hubiera ausentado discretamente al lavabo, con el peligro máximo de que se le obstruyeran los senos nasales, en vez de lanzarse presa del pánico hacia la puerta de la calle…, y hubiera regresado después, cuando el espectáculo hubiese terminado, con una excusa más o menos aceptable.

—Eso no hubiera sido suficiente. ¡Le digo que tuve que marcharme!

—Lo sé. Pero eso no fue reflejo. El reflejo puede vaciarle a uno el estómago, pero no puede impulsarle los pies hacia un camino determinado, moverle los brazos para recoger su ropa, llevarle a través de algunas puertas y hacerle saltar por un agujero sin mirar antes. Eso es pánico, Ben. ¿Por qué le dominó el pánico?

Caxton tardó largo rato en contestar. Luego suspiró y dijo:

—Supongo que fue eso, ahora que lo dice. Soy un puritano.

Jubal negó con la cabeza.

—Su comportamiento fue momentáneamente puritano, pero no por motivaciones puritanas. Usted no es un puritano, Ben. Un puritano es una persona que cree que sus propias reglas de decencia son leyes naturales. Usted se halla casi completamente libre de ese frecuente mal. Usted se acomoda, al menos con pasable urbanidad, a muchas cosas que no encajan con su código del decoro…, mientras que un puritano se habría sentido afrentado ya por aquella deliciosa dama tatuada y se hubiera ido pisando fuerte. Profundice más. ¿Quiere algún indicio?

—Hum, quizá fuera lo mejor. Todo lo que sé es que me siento confuso e infeliz respecto a toda la situación…, ¡por mí y también por Mike, Jubal!…, y es por eso por lo que me tomé un día libre para verle a usted.

—Muy bien. Establezcamos una cuestión hipotética para que usted la evalúe. Mencionó a una dama llamada Ruth a la que conoció de pasada…, un beso de hermandad y una conversación de unos pocos minutos, nada más.

—Sí.

—Supongamos que los actores en el salón hubieran sido Ruth y Mike. Que Gillian no hubiese estado presente. ¿Se habría sentido desagradablemente ofendido?

—¿Eh? ¡Demonios, sí, me habría sentido desagradablemente ofendido!

—¿Desagradablemente hasta qué punto? ¿Hasta la náusea? ¿Hasta el pánico y la huida?

Caxton adoptó una expresión pensativa, luego avergonzada.

—Supongo que no. Me habría sentido igualmente ofendido, sí. Pero supongo que simplemente me habría ido a la cocina o algo así…, y luego habría hallado alguna excusa para marcharme. Todavía me sigo sintiendo como un estúpido por haber salido de aquel modo.

—¿Hubiera buscado realmente una excusa para marcharse? ¿O hubiera esperado expectante su propia fiesta de «bienvenida a casa» de aquella noche?

—Bueno… —Caxton meditó unos instantes—. En realidad no pensé en nada de eso cuando ocurrió. Me sentía curioso, lo admito…, pero no estaba completamente decidido.

—Muy bien. Ahora ya tiene usted su motivación.

—¿De veras?

—Dígala usted mismo, Ben. Sáquela de donde está escondida y mírela…, y descubra cómo desea enfrentarse a ella.

Caxton se mordisqueó el labio y adoptó una expresión de infelicidad.

—De acuerdo. Me habría trastornado un poco si hubiera sido Ruth…, pero realmente no me habría sentido ofendido. Demonios, con sólo ojear los titulares de los periódicos uno puede sentirse ofendido por cualquier cosa, pero… Bueno, usted mismo lo expresó muy bien: algo que corta muy profundo acerca del bien y del mal. Maldita sea, si hubiera sido Ruth, quizá incluso habría echado una mirada…, aunque sigo pensando que habría abandonado la habitación. Esas cosas tendrían que ser…, o al menos yo creo que tendrían que ser… privadas —hizo una pausa—. Fue porque se trataba de Jill. Me sentí herido… y celoso.

—Al menos es usted sincero, Ben.

—Jubal, hubiera jurado que no estaba celoso. Sabía que había perdido…, y lo había aceptado. Fueron las circunstancias, Jubal. No me interprete mal ahora. Seguiría queriendo a Jill aunque fuera una puta de dos dólares, cosa que no es. Ese harén de manos unidas me trastorna malditamente. Pero, según sus propias luces, Jill es altamente moral.

Jubal asintió.

—Lo sé. Estoy seguro de que Gillian es incapaz de ser corrompida. Posee una invencible inocencia que le hace imposible el ser inmoral —frunció el entrecejo—. Ben, nos acercamos a las raíces de su problema. Me temo que usted…, y yo también, debo admitirlo…, carece de la angélica inocencia necesaria para practicar la moralidad perfecta bajo la que viven esas personas.

Ben pareció sorprendido.

—Jubal, ¿cree que lo que están haciendo es moral? ¿Todo eso, propio de monos en el zoo, y lo demás? Todo lo que quiero decir, es que Jill ignora realmente que lo que hace está mal. Mike ha conseguido hechizarla… y hasta el propio Mike, tampoco sabe que está actuando mal. Él es el Hombre de Marte, no tuvo un punto de partida honesto. Todo lo nuestro resulta extraño para él…, probablemente nunca ha llegado a asimilarlo.

Jubal pareció turbado.

—Acaba de suscitar una cuestión difícil, Ben. Pero le daré una respuesta directa. Sí, creo que lo que hace esa gente…, todo el Nido, no sólo nuestros chicos…, es moral. Tal como usted me lo describió. No he tenido oportunidad de examinar los detalles, pero sí lo creo. Orgías en grupo, abiertos y desvergonzados cambios de parejas…, su forma comunal de vivir y su código anarquista…, todo. Y muy especialmente, su desinteresada dedicación a ofrecer su perfecta moralidad a los demás.

—Jubal, me deja absolutamente abrumado —Caxton se rascó la cabeza y frunció el entrecejo—. Si ése es su criterio, ¿por qué no se ha unido a ellos? Será bienvenido; le desean a su lado, le están esperando. Le organizarán un jubileo… Dawn aguarda ansiosamente poder besarle los pies y servirle en todas las formas que usted le permita; y no estoy exagerando.