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—Ni yo. El pescado podrido me produce bilis.

—Bueno, sí…, pero yo pensaba en el agua y el jabón. Supongo que soy decadente.

—También yo, Ben. Nací en una casa con menos cañerías que un iglú, y no quiero repetir mi infancia. Aunque supongo que las narices endurecidas por el hedor de la grasa de ballena podrida no se sentirán molestas por el olor de los cuerpos humanos sin lavar. Pero, de todos modos, y pese a su curiosa cocina y sus lamentables posesiones, los esquimales han sido siempre considerados el pueblo más feliz de la Tierra. Jamás podremos estar seguros de por qué eran felices, pero sí podemos afirmar absolutamente que cualquier desdicha que sufrieran no estaba causada por los celos sexuales. Se prestaban sus esposas los unos a los otros, tanto por conveniencia como simplemente para divertirse, y eso no les hacía desgraciados.

»Uno se siente tentado a pensar: ¿quién es más lunático? ¿Mike y los esquimales, o el resto de nosotros? No podemos juzgar por el hecho de que usted y yo no tenemos estómago para practicar ese deporte de grupo; nuestros gustos canalizados son irrelevantes. Pero eche un vistazo a este malhumorado mundo que le rodea y luego dígame: los discípulos de Mike, ¿parecen más felices o más desgraciados que las demás personas?

—Hablé sólo con más o menos una tercera parte de ellos, Jubal, pero…, sí, son felices. Tan felices que me parecieron atolondrados. Pero no confío en ello. Tiene que haber una trampa en alguna parte.

—Hum…, quizá la trampa fuera usted mismo.

—¿Cómo?

—Estaba pensando que es una pena que sus gustos se hayan visto canalizados siendo tan joven. Ahí estaba, lloviendo sopa a su alrededor…, y usted atrapado sin una cuchara. Incluso tres días de lo que le estaban ofreciendo, a lo que le estaban incitando…, hubieran sido algo que atesorar cuando alcanzase mi edad. ¡Y usted, joven idiota, permite que los celos le expulsen de allí! Créame, a sus años yo me habría convertido en esquimal a lo grande, agradecido de que se me ofreciera un permiso de libre circulación en vez de tener que asistir a la iglesia y estudiar marciano para calificarme. Me siento tan indirectamente vejado por su acción, que mi único consuelo es la hosca certidumbre de que lamentará lo que ha hecho. La edad no proporciona sabiduría, Ben, pero sí perspectiva…, y la más triste perspectiva de todas es ver hasta muy lejos, muy lejos detrás de ti, las tentaciones que dejaste pasar por tu lado. Yo también tengo esos remordimientos, pero todos ellos juntos no son nada comparados con la terrible paliza de remordimientos que estoy felizmente seguro de que va a sufrir usted.

—¡Oh, por el amor de Dios, deje de restregármelo!

—¡Cielos, hombre! ¿O es un ratón? No le estoy restregando nada; sólo estoy intentando hacerle ver lo obvio. ¿Por qué está aquí sentado gimiéndole a un viejo, cuando lo que debería hacer es encaminarse inmediatamente al Nido, como una paloma que vuelve volando a su casa? ¡Antes de que los polis arrasen el lugar! Demonios, si yo tuviese aunque sólo fuesen veinte años menos, yo también me uniría a la Iglesia de Mike.

—Hábleme de eso, Jubal. ¿Qué opina realmente de la Iglesia de Mike?

—Usted me dijo que no era una Iglesia…, sólo una disciplina.

—Bueno…, sí y no. Se supone que está basada en la Verdad, con «V» mayúscula, tal como Mike la recibió de los Ancianos de Marte.

—Los Ancianos, ¿eh? Para mí siguen siendo pura basura.

—Mike cree en ellos.

—Ben, en una ocasión conocí a un fabricante que creía que consultaba con el fantasma de Alexander Hamilton todas sus decisiones de negocios. Lo único que demuestra eso es que él lo creía. Sin embargo… ¡Maldita sea!, ¿por qué tengo que convertirme siempre en el abogado del diablo?

—¿Qué es lo que le remuerde ahora?

—Ben, el más inmundo de los pecadores es el hipócrita que convierte la religión en un fraude organizado. Pero debemos dar al demonio lo que es suyo. Mike cree en esos Ancianos, y no está montando un fraude. Está enseñando la verdad tal como él la ve, aunque haya considerado conveniente tomar prestadas cosas de otras religiones para ilustrar sus enseñanzas. Ese rito de «La Madre de Todos», por muy poco que me guste, parece que tiene simplemente por misión ilustrar la universalidad del Principio Femenino, independientemente de nombre y forma. Lo cual es bastante honesto. En cuanto a sus Ancianos, por supuesto no sé si existen o no; simplemente considero difícil de tragar la idea de que todo planeta esté regido por una jerarquía de fantasmas. Por lo que se refiere a su credo del «Tú eres Dios», para mí no resulta más creíble o increíble que cualquier otro. Es posible que el día del Juicio Final, si llega, descubramos todos que ese espantajo del Dios del Congo era el Gran Jefe desde un principio.

»Todos los nombres se hallan aún en el sombrero, Ben. El hombre consciente de sí mismo ha sido creado de tal forma que no puede imaginar su propia extinción, y esto conduce automáticamente a una infinita invención de religiones. Mientras esta involuntaria convicción de inmortalidad no demuestre por algún medio que la inmortalidad es un hecho, las preguntas generadas por esta convicción son abrumadoramente importantes, podamos responderlas o no, o demostrar las respuestas que sospechamos. La naturaleza de la vida, cómo se introduce el ego en el cuerpo físico, el problema del ego en sí mismo y por qué cada ego parece ser el centro del universo, la finalidad de la vida, la finalidad del universo… Ésas son cuestiones importantes, Ben; nunca pueden ser triviales. La ciencia no puede, o no lo ha conseguido todavía, resolver ninguna de ellas…, ¿y quién soy yo para burlarme de las religiones por intentar resolverlas, aunque sus explicaciones no me parezcan convincentes?

»El viejo Espantajo todavía puede devorarme; no puedo echarlo a un lado porque no se hayan erigido en su honor fantásticas catedrales. Ni puedo desdeñar a un muchacho tocado por la divinidad, que capitanea un culto sexual en un ático completamente acolchado: puede ser el Mesías. La única opinión religiosa de la que me siento seguro es ésta: ¡la autoconsciencia no es sólo un puñado de aminoácidos chocando unos contra otros!

—¡Caramba! Jubal, hubiera debido ser usted predicador.

—Me lo perdí por el filo de una navaja, muchacho…, y le agradeceré que mantenga una lengua educada dentro de su cabeza. Le diré una palabra más en defensa de Mike, y luego lo arrojaré a merced del tribunal. Si es capaz de mostrarnos una forma mejor para gobernar este enmarañado planeta, su vida sexual queda vindicada de una forma automática, independientemente de los gustos suyos o míos. Los genios son notoriamente indiferentes a las costumbres sexuales de la cultura en que se hallan; promulgan sus propias leyes. Esto no es una opinión, fue demostrado por Armattoe allá en 1948. Y Mike es un genio; lo demuestra en más de una forma. En consecuencia, puede esperarse que haga caso omiso de la señora Gazmoñería y avance por el camino que crea más conveniente para él. Los genios se muestran justificablemente desdeñosos de las opiniones de sus inferiores.

»Y, desde el punto de vista teológico, la conducta sexual de Mike es tan kosher como un pescado en viernes, tan ortodoxa como Santa Claus. Predica que todas las criaturas vivas son colectivamente Dios; eso hace de él y sus discípulos los únicos dioses conscientes de sí mismos en este panteón…, lo cual les adjudica una tarjeta de afiliación al sindicato, según las reglas para la divinidad en este planeta. Estas reglas siempre permiten a los dioses disponer de una libertad sexual limitada sólo por su propio juicio; las reglas mortales nunca se aplican. ¿Leda y el Cisne? ¿Europa y el Toro? ¿Osiris, Isis y Horus? ¿Los increíbles juegos incestuosos de los dioses escandinavos? Eche una buena mirada a las relaciones familiares del Uno y Trino de la más ampliamente respetada religión occidental… Y no citaré las religiones orientales; ¡sus dioses hacen cosas que no toleraría un criador de visones!