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—Teleportación, por supuesto. ¿Por qué le parece tan difícil de asimilar, Jubal? Usted mismo me recomendó que viniera aquí y mantuviera los ojos abiertos, y supiera reconocer un milagro cuando viera uno. Le obedecí, y ahí estaban. Sólo que no son milagros, del mismo modo que la radio tampoco es un milagro. ¿Asimila usted la radio? ¿O la estereovisión? ¿O los ordenadores electrónicos?

—¿Yo? No.

—Ni yo. Nunca he estudiado electrónica. Pero estoy seguro de que podría, si dispusiera del tiempo y las ganas de aprender el lenguaje de la electrónica. Creo que no es milagroso; es únicamente complejo. La teleportación es sencilla también, una vez aprendes el lenguaje; es el lenguaje lo que resulta difícil.

—Ben, ¿puede usted teleportar cosas?

—¿Yo? Oh, no, no enseñan eso en el parvulario. Soy diácono por cortesía, simplemente porque soy un «Primer Llamado» y por eso estoy en el Noveno Círculo, pero mis progresos se limitan al Cuarto Círculo, camino del Quinto. Apenas estoy empezando a conseguir el control de mi propio cuerpo. Patty es la única de nosotros que recurre a la teleportación con cierta regularidad…, y no estoy seguro de que lo haga sin el apoyo de Mike. Oh, Mike afirma que es perfectamente capaz de hacerlo, pero Patty es una persona tan ingenua y humilde que siente que su genio depende absolutamente de Mike. Cosa que no necesita en absoluto.

»Jubal, asimilo esto: en realidad no necesitamos a Mike. Oh, no estoy intentando desprestigiarle; no me interprete mal. Pero usted podría haber sido el Hombre de Marte. O incluso yo. Mike es como el primer hombre que descubrió el fuego. El fuego estaba allí durante todo el tiempo…, y una vez que él demostró que podía usarse, todo el mundo pudo utilizarlo… Al menos, cualquiera con el suficiente sentido común como para no quemarse los dedos. ¿Me sigue?

—Asimilo, algo al menos.

—Mike es nuestro Prometeo… pero recuérdelo, Prometeo no era Dios. Mike no deja de subrayar eso. Usted es Dios, yo soy Dios, él es Dios…, todo eso se asimila. Mike es un hombre, igual que todos nosotros, aunque sabe más cosas. Un hombre muy superior, de acuerdo; un hombre inferior, instruido en las cosas que saben los marcianos, podría haberse erigido en un dios de pacotilla. Mike está por encima de esa tentación. Es un Prometeo…, pero eso es todo.

Jubal dijo lentamente:

—Según recuerdo, Prometeo pagó un precio muy alto por proporcionar el don del fuego a la raza humana[18].

—¡No crea que Mike no lo está pagando también! Lo paga con veinticuatro horas diarias de trabajo, siete días a la semana, tratando de enseñarnos a unos pocos a jugar con cerillas sin quemarnos los dedos. Jill y Patty insistieron e insistieron sobre Mike, hasta convencerle por puro agotamiento de que debía tomarse una noche de descanso a la semana, mucho antes de que yo me uniese al grupo —sonrió—. Pero uno no puede detener a Mike. Esta ciudad está repleta de casinos, sin duda ya lo sabe, y la mayoría de ellos hacen trampas, puesto que aquí el juego es ilegal. Normalmente Mike se pasa la noche jugando en los juegos amañados…, y ganando. Acumula diez, veinte, treinta mil dólares por noche. Intentaron cazarle, intentaron matarle, intentaron lanzar sobre él matones y rufianes, pero nada funcionó. Todo lo que consiguieron fue aumentar su reputación como el tipo más afortunado de la ciudad, cosa que atrajo más gente aún al Templo; deseaban ver al hombre que siempre ganaba.

»Así que intentaron mantenerle fuera de los juegos, y eso fue otro error. Los mecanismos de las máquinas tragaperras se soldaban hasta formar un sólido bloque, las ruedas de las ruletas se negaban a girar, los dados no salían de sus cubiletes. Finalmente llegaron a un acuerdo con éclass="underline" le pidieron educadamente que dejara de jugar una vez hubiera ganado unos cuantos billetes grandes. Por las buenas, Mike siempre atiende a razones, si se le pide educadamente.

Caxton hizo una pausa, luego añadió:

—Por supuesto, ahora es un nuevo bloque de poder el que tenemos enfrentado a nosotros. No sólo los fosteritas y algunas de las demás Iglesias, sino el sindicato del juego y la maquinaria política de la ciudad. Opino que ese trabajo en el Templo fue hecho por profesionales traídos de fuera de la zona; dudo mucho que los escuadrones de combate fosteritas tengan algo que ver con la explosión.

Mientras hablaban había entrado y salido gente, se habían formado grupos y algunos se habían reunido con Jubal y Ben. Jubal descubrió en ellos una sensación de lo más inusual, una relajada tranquilidad sin prisas que, al mismo tiempo, era una tensión dinámica. Nadie parecía excitado ni apresurado; sin embargo, todo lo que hacían parecía tener un propósito, incluso gestos aparentemente tan accidentales e impremeditados como los de encontrarse unos a otros y saludarse con un beso o unas palabras…, o a veces no. Jubal empezó a tener la sensación de que todos aquellos movimientos habían sido planificados por un maestro coreógrafo, aunque evidentemente no era así.

La quietud y la creciente tirantez…, o más bien la «expectación», decidió; aquella gente no estaba tensa de un modo que pudiera calificarse de morboso. A Jubal le recordaban algo que había conocido en el pasado. Cirugía, con un maestro trabajando: nada de ruidos, nada de movimientos inútiles. Un poco.

Entonces lo recordó. En una ocasión, muchos años antes, cuando el hombre utilizaba cohetes gigantescos impulsados por combustibles químicos para la primitiva exploración del espacio desde el tercer planeta, había asistido a una cuenta regresiva en un blocao. Recordó ahora: las mismas voces bajas, la misma actividad relajada, muy diversa pero coordinada, idéntica expectación exultante y creciente a medida que la cuenta se arrimaba a cero. Tuvo la certeza de que estaban «aguardando la plenitud», eso era seguro. Pero, ¿de qué? ¿Por qué se sentían tan felices? Su Templo y todo lo que habían edificado acababa de ser destruido, y sin embargo parecían chiquillos en Nochebuena.

Jubal había observado de pasada, al llegar, que el nudismo que tanto alterara a Ben en su primera y abortada visita al Nido no parecía practicarse como norma general en este Nido sustituto, pese a que estaban lo bastante aislados como para poder hacerlo. Cuando hizo acto de presencia, Jubal no lo notó enseguida; se había adaptado ya tanto a aquel ambiente de familia unida que el ir o no ir vestido carecía de importancia.

Cuando se dio cuenta, no lo apreció en forma de piel, sino de la más densa y hermosa cascada de cabello negro que jamás hubiera visto, y que adornaba a una mujer que había entrado, hablado con alguien, lanzado a Ben un beso, mirado gravemente a Jubal y salido. Jubal la siguió con los ojos, apreciando aquella ondulante masa de plumaje de medianoche. Sólo después de que la mujer hubo desaparecido se dio cuenta de que todo su atuendo estribaba en aquella regia gloria…, y entonces se dio cuenta también de que no era la única del grupo de hermanos que iba de esa manera.

Ben observó la dirección de su mirada.

—Es Ruth —le dijo—. La nueva suma sacerdotisa. Ella y su esposo han estado fuera, en la otra costa…, preparando un templo subsidiario, creo. Me alegro de que hayan vuelto. Está empezando a parecer que toda la familia ha vuelto a casa, como en esas comidas de Navidad pasadas de moda.

—Tiene una hermosa cabellera. Me hubiera gustado que se quedara.

—Entonces, ¿por qué no la llamó?

—¿Eh?

—Es casi seguro que Ruth halló alguna excusa para entrar aquí con el único fin de echarle un vistazo a usted; supongo que acaban de llegar. ¿No se ha dado cuenta de que casi nos han dejado solos, excepto unos cuantos que se han sentado unos momentos con nosotros, no han dicho casi nada y luego se han marchado?

—Bueno…, sí.

Jubal se había dado cuenta de ello no sin cierta decepción, ya que se había estado preparando, después de todo lo que había oído, para eludir en lo posible toda intimidad indebida…, y había descubierto que acababa de tropezar con un escalón superior que no estaba allí. Había sido tratado con hospitalidad y cortesía, pero era más la cortesía de un gato que la de un perro abiertamente cariñoso.

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18

Enojados por ello, los dioses lo encadenaron a un monte, donde un ave rapaz le roía las entrañas. (N. del Rev.)